Hemos llegado a tal punto de deterioro en nuestro debate público que la conversación política, entendida como diálogo para compartir modelos e ideas y buscar compromisos y acuerdos, solo puede hacerse a través de mensajes ocultos y claves encriptadas; todo lo demás es teatralidad y engaño para mantener entretenido al respetable y no perder ni audiencia, ni votantes.
En Catalunya ya hemos llegado al punto de que aquellos que aún pretenden hacer política deben recurrir a las señales de humo o al lenguaje de los abanicos para practicarla. La mayoría de los actores y los medios que nos cuentan sus andanzas ya tienen el titular hecho y nada de cuanto puedan decir unos u otros puede cambiarlo.
En Catalunya ya hemos llegado al punto de que aquellos que aún pretenden hacer política deben recurrir a las señales de humo o al lenguaje de los abanicos para practicarla
Da igual que tengamos, por primera vez en casi una década, un presidente en Moncloa que dice en voz alta lo que todos sabemos: que este Estatut no es el que votaron los catalanes y que esto solo se encauzará cuando los catalanes voten. Da igual que tengamos un president que ofrece diálogo y reconoce el argumento pero demanda votar algo más que el autogobierno. Nada afecta a la matraca de que Pedro Sánchez es un rehén de los catalanes y que Quim Torra solo habla para los independentistas.
Muy pocos reconocen el avance evidente que significa el cambio de tono y agenda que se está produciendo en la conversación pública entre el gobierno de Madrid y el Govern. La mayoría prefiere refugiarse en el territorio de confort que se han construido convirtiendo cuanto pasa en Catalunya en una película de buenos y malos, de héroes y villanos, donde todo aquel que no está conmigo está contra mí y es un traidor y un felón.
Estamos tan mal que hasta alguien tan poco sospechoso, incluso para los más paranoicos, como Ana Pastor, la formal y prudente presidenta del Congreso, lleva toda la semana teniendo que dar explicaciones por invitar al president y ofrecer el pleno de Congreso para que se pueda hacer algo tan raro como debatir. Qué insensata, qué ingenua; si todo el mundo sabe que el Congreso solo se utiliza como un plató para salir en la televisión.