Hace unas semanas en la conversación pública sobre qué sucede en Catalunya se discutía sobre autodeterminación, referéndum, reforma del Estatut, elecciones y, por supuesto, la sentencia del juicio al procés y sus posibles grados de dureza y alcance. Hoy se sigue debatiendo sobre hipotéticos escenarios tras las diferentes sentencias posibles, pero también de explosivos, goma-2, ETA, violencia y terrorismo. De hecho, estos han entrado con tanta fuerza en la agenda que han relegado por completo aquellos asuntos que hace apenas unos días eran prioritarios y la mayoría manejaba como las claves para construir una solución.
Ahora lo importante pasa por demostrar firmeza, no capacidad de diálogo. Todo se vuelven avisos, advertencias que parecen amenazas y amenazas que parecen advertencias, ultimátums, juramentos de sangre, promesas de sacrificio patriótico y demás parafernalia habitual en esperpentos y precampañas electorales.
Ahora especular sobre otra aplicación del 155 ya no parece sólo el espantajo que agitaba Albert Rivera cuando no tenía otra cosa que decir. Vuelve a instalarse en el eje del debate público. Igual que la Ley de Seguridad Nacional, metida con calzador para burlar las severas restricciones impuestas por el Tribunal Constitucional en su decisión sobre la aplicación del 155 por el gobierno de Mariano Rajoy, que hacen virtual y jurídicamente inviable una aplicación sine die y sin más motivación que la conveniencia de quienes lo invocan.
Ahora el independentismo catalán, tras años de civismo acreditado y sacar a la calle a millones de personas en paz, ve cómo se empieza por cuestionar sistemáticamente su posición frente a la violencia y, aún peor, parece que no sabe cómo salir del atolladero sin meterse de cabeza en el mismo, articulando una respuesta solvente que corte de raíz la polémica en vez de cebarla aún más.
El nacionalismo catalán haría bien en preguntarse seriamente qué agenda le conviene más y le confiere mayor ventaja dialéctica. Haría aún mejor en preguntarse si una agenda dominada por la política encarece ante la opinión pública una sentencia más dura en el juicio al procés, o si una agenda marcada por el riesgo de violencia la hace más defendible y tolerable para esa misma opinión pública.
Puede argumentarse, no sin razón, que había muchos intereses que deseaban modificar así la agenda catalana y poderosos actores movilizando sus recursos para conseguirlo. Pero aun asumiendo que fuera así e ignorando por completo los autos judiciales y las evidencias parciales filtradas, no se estaría sino confirmando el error del independentismo, especialmente del president Torra, al embarullarse en asuntos que no favorecen a su causa y sólo benefician los intereses de los supuestos instigadores.
La regla número uno de la política establece claramente que nunca hay que hablar de aquellos temas que tus competidores quieren que hables. Es una partida que nunca podrás ganar. A veces hay que saber dejarse llevar por el viento para aprovecharlo con más fuerza cuando cambie, porque ir contra él sólo sirve para destrozar las velas. Cualquier marinero con experiencia se lo dirá, president. Lo importante no es tener razón, lo importante es llegar a puerto.