La campaña acabó con el buen rollo entre la alegre muchachada constitucionalista. Los resultados del 21-D han provocado que, como cantaba Rocío Jurado, se les muera el amor de tanto usarlo. Llevado por los efluvios de la carrera electoral, Albert Rivera llegó a proclamar que los votos a PP y PSOE eran papeletas echadas a la basura porque el único voto útil para vencer al independentismo era el de color naranja. Una semana después de los comicios, populares y socialistas se la devuelven acusando a la formación naranja de convertir en inútiles su millón de votos por puro tacticismo y pidiéndole a Inés Arrimadas que haga algo, que es lo que suelen hacer quienes ganan o proclaman haber ganado las elecciones.
Inés Arrimadas se está haciendo un Rajoy. La diferencia es que a Mariano casi nadie se lo perdonó tras el 21-D y a todos nos pareció muy mal que renunciara a su obligación como partido más votado sin que le importase ni desgastar unas instituciones ya exhaustas, ni prolongar la precariedad política por puro interés partidista; mientras que a Inés se le perdona y pocos le aplican el mismo criterio de pura higiene democrática. España, siempre a la cabeza de la innovación política, está poniendo de moda una nueva tendencia: quien gana las elecciones no se pone inmediatamente a la tarea de sumar apoyos para formar gobierno; aquí renuncia y que pase el siguiente, no vaya a ser que haya que hacer algo más que decir cosas en campaña y desgastarse tomando decisiones.
En Catalunya había una mayoría silenciosa a la cual solo había que movilizar para ganar y acabar de una vez con la cantinela del procés, pero resultó que ni mayoría, ni silenciosa
No se puede salir la noche de las elecciones a decir que has ganado y a la mañana siguiente anunciar que renuncias a formar gobierno porque no te dan los números. No porque sea contradictorio sino porque es mentira. Cuando hay cinco diputados fuera y tres en la cárcel nadie sabe cuáles serán exactamente los números. Si no le dan las cuentas para ir a por el gobierno tampoco le dan para reclamar la presidencia del Parlament. La misma noche del 21-D Albert Rivera se proclamó vencedor anunciando que ellos pararían al independentismo. Ahora se hacen a un lado para no desgastarse pactando una alternativa de gobierno con los mismos que ha prometido parar; eso no es estrategia, es descarado desahogo.
Ciudadanos renuncia porque, para que le den los números, tendría que negociar y llegar a acuerdos y compromisos que supondrían decir y hacer lo contrario de cuanto prometió en campaña; tendría que hacer y decir las mismas cosas que se hartó de echar en cara a populares, socialistas o comuns. En Ciudadanos quieren ganar, pero no asumir los costes de la victoria. Inés Arrimadas no renuncia porque no le salgan las cuentas. Renunciará a formar gobierno porque no quiere ser la cara que encarne el fracaso de la teoría que sostenía la aplicación del 155 y la convocatoria de elecciones: en Catalunya había una mayoría silenciosa a la cual solo había que movilizar para ganar y acabar de una vez con la cantinela del procés, pero resultó que ni mayoría, ni silenciosa. El honor de ser la cara del fracaso se lo quieren dejar exclusivamente a Mariano Rajoy.
Si Ciudadanos evita incluso los mínimos contactos para intentar formar gobierno será por oportunismo partidista de la peor especie. Para evitar el desgaste de obtener más negativas que apoyos, o que se visualice de manera incontestable que casi nadie quiere gobernar con ellos; sin importarle en exceso ni el deterioro ya insoportable de las instituciones catalanas, ni la precariedad política del país que les ha escogido como primera fuerza política, echando sin saberlo su voto a la basura.