Nadie encarna mejor que Cayetana Álvarez de Toledo todo aquello que cayó derrotado al final de la noche electoral del 28-A. Si como sostienen muchos, en estas elecciones más que nunca, se discutía sobre la propia idea de España, la concepción casposa, despectiva y señoritinga que defiende la XIII marquesa de Casa Fuerte ha quedado hecha unos zorros.
La mejor noticia que dejó la jornada electoral del 28-A fue la clara victoria de los discursos inclusivos, abiertos y tolerantes frente a los eslóganes excluyentes, cerrados e intolerantes. Fue una mala noche para quienes, como la marquesa, entienden la política como la deslegitimación sistemática de los otros, un permanente e indiscutible ejercicio de una autoridad que emana de una supuesta superioridad moral que ellos mismos se arrorgan. Ellos saben lo que es bueno y lo que hay que hacer porque el poder solo se ejerce legítimamente cuando lo ejercen ellos.
Paradójicamente, quienes solo saben ganar perdieron
Fue una buena noche para quienes entendemos que la política es el reconocimiento de los otros y la búsqueda de espacios de compromiso y cooperación. Paradójicamente, quienes solo saben ganar perdieron. La España de la plaza de Colón se tiró por los balcones. La visión autoritaria, jerárquica, recentralizadora y unitarista del Estado español se encontró con la evidencia de una mayoría que defiende visiones más horizontales, plurinacionales y empoderadoras. El sueño reaccionario de volver a concentrar todo el poder en Madrid ha chocado con la realidad de una sociedad plural y poliárquica.
La victoria de la izquierda y los nacionalistas y la fragmentación de la derecha abren una ventana de oportunidad para el cambio constitucional y la modernización del Estado que convendría saber aprovechar con inteligencia y paciencia. La historia no tendrá piedad con quienes dejen que se pierda. Seguir aferrándose a la ficción de usar la Constitución como botón del pánico ante la evidencia plurinacional o continuar hablando de constitucionalistas y no constitucionalistas como si sirviera para algo, solo conduce a la melancolía y a la insignificancia.
Pregúntenle a la marquesa si no me creen. Tras una delirante campaña donde evidenció su monumental ignorancia sobre Cataluña y su nula empatía con las demás mujeres, acreditó sus problemas para distinguir entre el sí y el no, o se empeñó en demostrar que el amarillo no es propiedad de nadie porque todos los colores nacen libres e iguales. Cayetana Álvarez de Toledo camina hacia la irrelevancia de la que, probablemente, nunca debió salir.