El mundo de la política a veces se complica demasiado y todos juntos nos perdemos en relatos secundarios o, peor, en estrategias partidistas. Este año, y delante de esta Diada tan especial, la simplicidad del análisis de la situación tiene que ser palmaria. No nos podemos permitir desviarse en estrategias subterráneas, enfados de adolescente o simple pereza.
Para algunos, quizás sí que "cansa" el camisetismo y el espectáculo que promueve cada año la ANC para el 11 de septiembre. Pero más allá de la logística económica y la necesidad de que las entidades civiles tengan cajón para afrontar campañas y la represión del Estado represor, todo el mundo con visión política tiene que ver que ninguna Diada desde 1977 ha sido tan políticamente trascendente como la de este año.
Un error colosal por parte del independentismo sería interpretar este 11-S como manera de castigar a los partidos del procés. De acuerdo, no han hecho las cosas bien y su falta de unidad –estratégica, pero también orgánica– es de las cosas más imperdonables que se recuerdan. Pero, desde la responsabilidad y el sentido patriótico, hay que insistir en que nuestra presencia como catalanes en una Diada tan vital como esta no puede tener nada que ver con los partidos. Ni con darles apoyo –que no se lo merecen– ni con retirárselo. Tengamos claro que el único castigado por nuestra ausencia por berrinche seríamos nosotros mismos, el pueblo catalán. Y el gran beneficiado, el Estado borbónico nacido del franquismo.
Un error colosal por parte del independentismo sería interpretar este 11-S como manera de castigar los partidos del procés
No olvidemos lo que decía Muriel: ¡nosotros somos el sueño! Nosotros tenemos que ser la clave del éxito de este procés independentista no acabado. Somos nosotros los que tenemos que recordar a los partidos que no hay marcha atrás y hacerles ver que el Estado no negociará nada. Y más importante, que si nos damos por derrotados ahora, la desaparición del hecho político catalán, de la lengua catalana y de la economía del país, serán un hecho. No dudemos de ello. Lo estamos viendo cada día como también estamos viendo que, en el fondo, la política del PSOE hacia Catalunya (economía, ley mordaza, represión, Open Arms, judicialización, Papeles de Salamanca, cloacas del estado etc.) es piripintada a la del Trifachito PP-Cs-VOX.
Esta tiene que ser, pues, la Diada de la simplificación. Del empoderamiento de la gente. De la firme reacción contra un Estado podrido que tiene la indecencia de querernos juzgar. Tenemos que hacer una Diada que provoque una reflexión en los partidos, sobre todo a una ERC que se ha encaminado hacia su recurrente haraquiri existencial. Pero también a un JxCAT que no tiene que estar tan pendiente de no perder una herencia –envenenada– del pasado como de crear un proyecto radicalmente nuevo y estimulante.
Tenemos que conseguir un 11-S masivo que vuelva a empoderar a la ANC de Carme Forcadell y el Òmnium Cultural de Jordi Cuixart como grandes buques insignias de la democracia catalana, y que superen los errores de las pasadas elecciones municipales y del seguidismo a los partidos de otros tiempos. Un 11-S masivo que refuerce Catalunya –junto con Escocia y Hong Kong– como grandes teatros en la lucha por la democracia a nivel mundial. Tenemos que hacer que el mundo democrático nos siga mirando, con comprensión y esperanza, en nuestro imparable trayecto hacia la República Catalana independiente.