Sea cual sea la sentencia al procés, será inacatable. Aunque fuera absolutoria. Solo el miedo ante un gigantesco despropósito nos priva de la serenidad para verlo y asumirlo. A ver, ¿quién ganará este pulso entre Catalunya y el Estado a la larga? ¡No fastidiemos! Ha podido ver el mundo entero que este ha sido un juicio farsa de primera magnitud. Juzgados de Reino Unido, Alemania, Suiza y Bélgica no han sabido ver ni una pizca de los delitos que los fiscales españoles amontonan contra nuestros exiliados y encarcelados. Si caen en el error de condenarlos, el Estado abrirá nuevos frentes de presión que, con el tiempo, pueden acabar siendo insostenibles. Incluso, desde el mismo momento de la sentencia. Porque una cosa es que la UE no se haya querido mojar ante unas muy antiestéticas prisiones preventivas, que la ONU sí ha condenado, y otra de muy diferente es que se admita que una poco disimulada venganza de estado condene a Cuixart y compañía por rebelión y sedición. Es sencillamente insostenible. Temerario. Estúpido. Y la estupidez tiene unos límites.
Y no quiero negar que en otras épocas, una represión de este perfil fuera factible. Franco, Stalin y Pinochet, si se hubieran molestado en hacer uno parecido, hubieran tenido éxito seguro. Sin embargo, por mucho ADN franquista que tenga, ¿podrá el actual Estado hacer valer una sentencia condenatoria que más de un 70% de la población catalana considera injusta, ya de entrada? ¿Podrá mantener lo que le queda de crédito el sistema judicial español cuando un 44% de españoles (no ya catalanes) cree que el Tribunal Supremo tiene "poca" o "nula" independencia con respecto a los partidos? ¿Podrá el Estado borrar indefinidamente una opinión pública tan sólida y madura como la catalana del tablero político español? ¿Podrá hacer que los catalanes ya no cuenten políticamente, ni sus votos? ¿Podrá ilegalizarlos, junto con sus partidos y oenegés? Porque si algo ha demostrado este último 11-S es que el suflé del independentismo no baja, por mucho que La Razón muestre la plaza de España vacía (falseando la hora) y por mucho que Pedro Sánchez nos vaya diciendo "supuesto pueblo".
¿Podrá el actual Estado hacer valer una sentencia condenatoria que más de un 70% de la población catalana considera injusta?
Recordémoslo, esto no es ni 1714 ni 1939, aunque en Madrid intentan gestionarlo como si lo fuera. Solo un ciego no captaría el grado de venganza que envenena todo este juicio. ¡Por favor! ¡Si están juzgando nuestros políticos en la misma sala del Supremo donde juzgaron al M. H. Lluís Companys! Si han designado a un juez cargado de prejuicios, criado en un cuartel legionario y más fiel al PP que el martillo de la Gürtel. Si se han visto pruebas que todo el juicio está contaminado empezando por las irregularidades de Lamela y Llarena y acabando en la famosa "puerta de atrás" del PP en el Tribunal Supremo. No soy jurista, pero habiendo vivido muchos años en Inglaterra (donde también hay irregularidades, no digo que no), os puedo asegurar que una prueba de este calibre haría absolutamente impracticable un juicio así con los protagonistas y los condicionantes que lo han caracterizado. Pero claro está, allí tienen una prensa estatal mínimamente crítica...
Fijaos en que he dicho que considero inacatable este juicio sin haber entrado en el fondo del juicio en sí. Ciertamente, lo de los vídeos –quizás uno de los escándalos jurídicos más graves de los últimos tiempos– no ha estado lo bastante bien aprovechado por nuestros abogados, me sabe mal decirlo. En general, el juicio en sí ha dado poquísimos episodios de protesta ante la injusticia y la indefensión que se estaba cometiendo. En el Tribunal de Estrasburgo nos hubiera hecho falta una decena de vídeos desgarradores para mostrar esta realidad. Espero que tanta placidez –magnífica para Marchena– no nos pase factura. Pero los acusados optaron por hacer de buenos chicos, lo que no servirá de nada, en consonancia con lo que decía Rosa Parks: "Cuanto mejor nos portábamos, peor nos trataban". ¿O no es así?
A pesar de todo, estoy seguro de que el resultado final será el mismo y que lo único que variará, en el largo camino hacia la República Catalana, será el factor tiempo. Vamos alargando el procés porque lo queremos hacer de manera impecable. Queremos dar la imagen que estamos pasando por todos los pasos de una ceremonia de legitimación internacional sin tener en cuenta que, quizás, son otros elementos que nos harían avanzar. Entre otros, el de mantener la movilización en la lucha permanente por la justicia y la República.