A Serrat lo he conocido tarde. Evidentemente lo había visto hasta en la sopa desde pequeño, pero es ahora, ahora que hace treinta años que tengo veinte años, cuando conecto más con su mensaje poético. Vengo de costumbres musicales más épicas, soy infinitamente más de Llach y de cualquier compositor romántico, pero quizás es en este punto de otoño de la vida cuando apetece más la sopa y la mantita y poner un trémolo en la garganta y en el alma. Escribo esto para dejar meridianamente claro mi reconocimiento artístico al "noi del Poble-sec", que ha hecho cosas tan inmensas como Pare, Mediterráneo o De vez en cuando la vida, las mejores casi siempre en castellano y casi siempre gracias a la letra (al contrario de Llach, que para mí sobresale más en la composición). Ahora bien, después vienen aquellas pequeñas cosas. Aquellas que uno cree que mató el tiempo y la ausencia, pero que están ahí. Cosas que perduran incorregibles, invariables. Algunas no dependen de Joan Manuel Serrat, evidentemente, pero sí depende de él obviarlas. Y como en la recepción del Premio Princesa de Asturias hizo un discurso político, y pareció olvidar o simular que no existen determinadas pequeñas cosas, yo escribo aquí ahora para recordarlas. Por si acaso.

"No me gusta ser testigo de atrocidades sin unánimes y contundentes respuestas" era una ocasión perfecta para añadir un referencia al 2017 catalán. No es el único, cabe decir: esos “olvidos” también fueron clamorosos en el discurso de Tusk, Tajani y Juncker en 2017, cuando recibieron curiosamente el mismo premio, curiosamente de las mismas manos, y cuando el conflicto estaba mucho más reciente. Son aquellas pequeñas cosas. Es una represión que, de tan inédita e injustificable, tuvo que intervenir el propio Consejo de Europa. Es todo un govern perseguido, la mitad de él encarcelado y la mitad exiliado, aparte de miles de personas encausadas. Es el silencio del propio cantante, y de tantos otros de su cuerda, ante los hechos del 1-O y todos los hechos que sucedieron después. Es su crítica verbal a la supuesta ilegitimidad del referéndum, pero después su silencio ante los porrazos y los golpes de toga. Es la aplicación del 155 que el president Illa habría querido ejercer antes, es la anulación de la disidencia por medios policiales y judiciales, es el hecho de que todavía hoy no exista una norma de autogobierno para Catalunya votada por sus ciudadanos. Es la manifestación de los socialistas con PP y Vox, es el espionaje a través de Pegasus en tiempos de Pedro Sánchez, es la operación Catalunya, son las resoluciones de la ONU, es el president Torra destituido por una simple pancarta, es Pablo Llarena impidiendo la vuelta de Puigdemont, son los tribunales impidiendo su investidura, así como la de Turull o la de Sànchez, y la diligencia judicial y de la Junta Electoral para poner todos los obstáculos hasta que el resultado se convirtiera en “digerible”.

Es el silencio del propio cantante, y de tantos otros de su cuerda, ante los hechos del 1-O y todos los hechos que sucedieron después

Pero es también, y eso Serrat lo entenderá, que ni siquiera ahora, en 2024, existe ninguna perspectiva de una canción en catalán en Eurovisión. Es la farsa de la plurinacionalidad y el duende del federalismo. Es el alud de genuflexiones del president de la Generalitat ante el rey, una vez "pacificada la región" o impuesta la "concordia". Es el inédito uso de la bandera española en el despacho presidencial de la Generalitat, o la reciente invitación de Sociedad Civil Catalana, por primera vez, a las dependencias del Molt Honorable. De hecho, es la evidencia cada día más palpable de que la apuesta ideológica del actual PSC se encuentra casi toda desgranada en el libro Cataluña: la ruta falsa, del antiguo dirigente de Sociedad Civil Catalana Josep Ramon Bosch. Es lo de “encontrar un relato emotivo que sea más capaz de unir a España nacionalmente, una efectiva propaganda de recordatorio de las evidencias que nos unen”. Es lo de “hay que articular de nuevo, de forma armónica, la conciencia de la catalanidad y la noción de un proyecto común español. Y esto sólo será posible, si conseguimos construir un renovado relato de España que tenga también acento catalán”. Un acento catalán que podría ser perfectamente el acento de un noi del Poble-sec, diciendo “bona tarda” ante la princesa Leonor. Por ejemplo.

Son estas pequeñas cosas, no hace falta mucho esfuerzo para recordarlas o mencionarlas. Todavía se ciernen por encima de la atmósfera, en cada decisión, en cada discurso, también los de los cantantes que dicen que sólo saben cantar. Se esconden como un ladrón detrás de la puerta, nos tienen a su merced y, más a menudo de lo que quisiéramos, nos hacen llorar cuando nadie nos ve.