Entiendo perfectamente que un pueblo como el catalán y, más en concreto, la sectorial procesista (fatalmente acostumbrada a unos liderazgos basados a mentir sistemáticamente a los electores) vivan con absoluta incredulidad cómo Donald Trump ejecuta los compromisos que adquirió con sus votantes. El presidente de los Estados Unidos avisó hace tiempo de la intención de freír medio mundo a base de aranceles y solo los sordos —o aquel tipo de gente que todavía cree las arengas juntaires y republicanas— podrán hacerse los desinformados. A mí eso de las tarifas de Trump no me parece una forma de relanzar la industria decadente de los estados que le devolvieron la presidencia, pero eso tanto le mete. Lo importante del tema es entender que los movimientos del autócrata (incluyendo la estulticia de penalizar con impuestos una isla habitada por pingüinos) no tienen relación con la economía, sino con el poder.
Mediante este sistema de aranceles, lo único que busca Trump es volver a situar a Estados Unidos en el centro de la nueva economía mundial, y provocar que la mayoría de los países a los que ha regalado una faja impositiva procedan a pasar por la Casa Blanca, hacerle un besamanos y suplicar una rebaja del yugo monetario. Ya tiene gracia que el primer mendigo de la lista haya sido a Benjamin Netanyahu, quien, a pesar de su alianza guerrera con el presidente americano, no se ha ahorrado una hostia del 17% en todos sus productos y un reminder amistoso para que haga el favor de no quejarse mucho y recuerde que quien le paga la mayoría de los tomahawks es el Uncle Sam. A Trump le importan un comino las bolsas, las opiniones histéricas de los economistas y el comportamiento de los liberales clásicos, como servidor de ustedes; porque aquí la cosa, insisto, va sobre quién manda.
Lo importante del tema es entender que los movimientos de Trump no tienen relación con la economía, sino con el poder
El gesto de los aranceles puede ser muy doloroso para todos los que tengan una sólida conciencia europea, pero ha servido a Trump para recordarle al mundo que el Viejo Continente, convertido en una burocracia de intenciones, ya no es un actor político global válido. Lo demuestra toda la retórica de la Comisión Europea con Ucrania, el famoso tema del rearme y la posible creación de un ejército europeo que nunca llega; de momento, todo son buenas intenciones, libros blancos bellamente encuadernados y deseos de cambio... pero ninguna medida concreta para ver cómo se evitará que Zelenski se quede solo ante Putin. Hablando del presidente ruso, Trump ha liberado a los rusos de aranceles, no solo porque quiere facilitar que Putin detenga la agresión a Ucrania, sino también porque le está bien facilitar la libre economía entre el bloque comunista (rico) de Moscú-Pekín, para así inclinar todavía más la dependencia europea de China.
Como siempre ocurre, el tipo más hábil del continente —un tal Pedro Sánchez— ha sido el primer líder europeo en volar cagando leches a Pekín para afianzar los lazos comerciales con China (la cosa tiene mérito; en una Comisión Europea bastante escorada a la derecha, el presidente español sigue sobreviviendo a base de obrar como ministro de asuntos exteriores). A un nivel moral, la acción tiene cierta gracia, porque los mismos que reprueban la política tarifaria de Donald Trump no han tenido ningún inconveniente al ver como —durante muchos lustros— Europa engrasaba la máquina china hasta convertirla en un gigante monstruoso, a pesar de su respeto más bien poco cuidadoso por los derechos humanos. Esta es la base de juegos de la segunda época del trumpismo; en un mundo donde todo quisqui hace el cínico y acaba comprando tupperware a precios irrisorios, se querría jugar a la carta proteccionista para que los yanquis abracen de nuevo el producto casero.
Mientras el mundo hace ver que se sorprende y se vuelve loco, Trump solidifica su poder a base de aliarse con los nuevos actores de la economía global-informativa del tipo Elon Musk, castigando a la vieja casta de empresarios (como él mismo, ironías de la vida) y, para evitar tensiones corporales innecesarias, ejercitándose en el golf. No es mi modelo, ni el tuyo, seguramente; pero quizás es el nuevo modelo.