Estas últimas semanas, la gente que sabe que soy industrial del sector del vidrio para perfumería me pregunta cómo me afectará el tema de los aranceles. Esperan que dé una explicación más o menos precisa de cómo caerán las ventas en EE.UU., de si subirán los costes o de cómo se me bloqueará el suministro de alguna materia prima que venga de China. Todo eso pasará, pero también puede pasar que suban las ventas en otros mercados, que bajen los costes de las materias primas por exceso de producto y aparezcan sustitutivos a las materias chinas. O puede pasar que venga la temida estanflación, es decir, caída de actividad e inflación. Mi respuesta los deja un poco desconcertados porque, sin pensármelo mucho, les digo sin dudar que no tengo ni idea. Y añado: "quien quiera decirte que lo sabe, te engaña. No lo podemos saber". Bienvenidos a la teoría del caos.

El hecho es que subir todos los precios, o casi, al mismo tiempo a todo el mundo y de manera desigual crea inevitablemente un efecto caótico. Porque todo está relacionado con todo, y es imposible prever nada, más allá de la caída de las bolsas (por el susto) y de su posterior recuperación.

No nos gusta, como ciudadanos europeos del siglo XXI, admitir que el caos nos rodea y que el oasis de paz y orden en el que vivimos es una excepción que no sabemos cuidar y apreciar lo suficiente. Poner orden significa intentar dominar algunas variables para ayudar a prever lo que nos puede suceder solo durante un tiempo y en un determinado lugar. Como, por ejemplo, el intento de regular el tipo de interés con un banco central, o que el estado garantice nuestros ahorros, o que podamos circular sin mucho miedo a que nos roben la cartera o nos apuñalen. Y acabamos queriendo respuestas simples a cuestiones muy complejas. Y damos la culpa de la complejidad a los demócratas en EE.UU. o de la izquierda más ortodoxa o de la derecha masa contemplativa. Y no, la complejidad es inherente a la vida, las zonas de estabilidad tienen los límites muy marcados y el caos llega cuando nos cargamos las reglas del juego acordadas a menudo con consensos muy finos.

Cuando me preguntan si estoy a favor de los aranceles, muchos se sorprenden de que diga que sí; es un "sí, pero"

Pero volvamos a los aranceles. Cuando me preguntan si estoy a favor, muchos se sorprenden de que diga que sí. Es un "sí, pero". Es decir: poco a poco y siempre negociadamente. Como industrial, he visto en los últimos treinta años como en Catalunya el peso de la industria en el PIB ha caído del 25% al 12%. He visto desaparecer el sector textil y reducirse el mío, el del vidrio, en casi la cuarta parte. China y la India han sido los principales culpables. Sus botellitas se venden a precios imbatibles porque sus costes de personal, energéticos, medioambientales y de transporte lo permiten. La impotencia de los industriales ha sido tan grande que solo nos ha quedado resignarnos a resistir o cerrar, según han dictado los imperativos de la globalización y el libre mercado. No nos hemos quejado mucho porque ya no sirve de nada. Pero una ayuda con los aranceles a la exportación del vidrio de China, casualmente un 30% más barato, nos habría ayudado mucho a compensar todo el dumping (competencia desleal) que hacen sin ruborizarse. Y el efecto más perverso de la desaparición de la industria es la caída de la recaudación de impuestos. Lo he explicado mil veces: una botella exportada de China deja en las arcas del Estado en concepto de IVA, IRPF, SS, IS, etc. menos de una décima parte de la fabricada aquí. Es decir, que si la botella vale 0,30 euros y se fabrica aquí, quedan 0,10 € para el Estado, y si se importa quedan 0,01 €. Es con un análisis parecido a este como la gente de Trump quiere poner aranceles y favorecer la industria de EE.UU. Pero ahora ya es mucho más complicado, porque China tiene un montón de claves de productos estratégicos y puede responder a los aranceles, o también cerrando el grifo de mil suministros imprescindibles en las cadenas de producción. Hace tiempo que ya dependemos de ellos. En el caso del vidrio|, por ejemplo, necesitamos una tierra rara, el cerio, que utilizamos en pequeñas proporciones, pero que nos permite conseguir que el vidrio no salga verdoso. Todas las cadenas de producción están tan interrelacionadas, que no hay inteligencia artificial que pueda prever cómo acabaremos de toda esta descomunal subida de precios con cargo a las arcas de cada Estado.

El lío de los aranceles de Trump no es más que un ejemplo del caos generado para simplificar la realidad sin escrúpulos. El miedo a la extrema derecha populista no es ya el discurso, ni las ideas, ni siquiera el recuerdo funesto de su pasado. El peligro de verdad es que queriendo, o sin querer, aplican recetas simples a problemas complejos que generan el caos. Y el caos es el destructor perfecto de la civilización. Por eso, todos los esfuerzos tienen que ir a construir alternativas realistas al caos que generará la extrema derecha populista. Y eso significa actuar sin miedo, con inteligencia y determinación para apartarlos democráticamente del poder. O los ganamos y aplicamos las reformas que hacen falta, escuchando a cada experto de cada ámbito y dejándonos de luchas mediáticas y estériles, o será el caos. Y esto de los aranceles solo es un aviso.