La colina de piedra del Areópago, en la Acrópolis de Atenas, no se ha convertido todavía en una atracción turística como los búnkeres del Carmel. Un elemento que lo imposibilita es que el espacio es pequeño, las piedras resbalan, el acceso no es fácil y no se instalan DJ con música. Es, todavía, una colina donde básicamente hay visitantes que quieren contemplar la Acrópolis desde una de las mejores perspectivas, y siempre hay gente sola. Fumando, haciendo fotos, leyendo. Fue el lugar desde donde las Amazonas atacaron la ciudad de Atenas. Y es conocido como la colina de Ares.
San Pablo, según leemos en los Hechos de los Apóstoles, predicó y siempre hemos entendido que según las escrituras allí fue donde los ciudadanos de Atenas empezaron a oír hablar del Evangelio y se convencieron de que quizás aquella historia valía la pena. Siglos después, quien sube a dejarse imbuir por la abrumadora fuerza del Partenón no contempla solo el blanco de los mármoles de Pericles, sino que por todo el camino va viendo capillas, pequeñas iglesias, monasterios, cruces y simbología cristiana. Y pasa cerca, también, del Areópago, que está muy poco indicado y puede llegar a pasar desapercibido. Hoy San Pablo, para predicar escogería un centro comercial enorme, una red social, una estación de metro o un vestíbulo de un pabellón deportivo, porque es donde encontraría a la gente que querría que lo escucharan. Descartaría también el metaverso, porque son pocos los escogidos que deambulan, todavía.
Hoy San Pablo, para predicar escogería un centro comercial enorme, una red social, una estación de metro o un vestíbulo de un pabellón deportivo, porque es donde encontraría a la gente que querría que lo escucharan
Por Semana Santa es inevitable recordar que la venida del cristianismo supuso un cambio en la vida de nuestra cultura europea, y no hablamos solo del calendario, las fiestas de guardar, la comida o la vestimenta. Un cambio revolucionario de entender el mundo. Grecia abrazó el cristianismo y hoy es difícil concebir esta identidad sin hacer referencia a la Iglesia Ortodoxa. Hasta hace poco, el carnet de identidad griego (y ya dentro de la Unión Europea) seguía señalando a qué religión perteneces, y se daba por supuesto que si eras griego, eras ortodoxo. Los griegos de hoy (los que viven en Grecia pero también los casi seis millones que habitan en la Diáspora) muchos son cristianos ortodoxos, pero también son católicos, evangélicos, judíos (recordemos la presencia del judaísmo en Salónica), musulmanes, sijs, baha'is, budistas. Y nada. También hay griegos que no tienen ningún interés en la religión, ni tampoco ninguna afinidad que les ligue a sus antiguas divinidades paganas. Haber tenido un pasado glorioso donde la religión configuraba tu mundo no implica automáticamente que si naces en este contexto cargarás esta genética. Si una palabra se pronunció en el Areópago era la de libertad. Y ser libre implica tener la cabeza preparada para acoger ideas o cosmovisiones religiosas, o no quererlas. Grecia nos enseña siempre, con sus convulsas curvas culturales, financieras, artísticas. Y nos pone delante del espejo de la libertad. Ante una imponente exhibición de fineza helena, algunos escogieron desmarcarse. Libremente. Hoy, en momentos de descreimientos diversos, hay gente que decide bautizarse y escogen el camino del cristianismo, y si hoy es domingo de Pascua ayer por todo el mundo centenares de personas recibieron el bautismo por primera vez. Escoger, qué suerte. Ser libre, qué privilegio.