Cuando este Sant Esteve iba hacia la Doma, la antigua iglesia parroquial que queda en el cementerio de la Garriga, las campanas de este conjunto arquitectónico del siglo XIII repicaban más que nunca. Hacía cincuenta años que ninguna de las campanas de la Garriga —ni las de la Doma, ni las de la iglesia nueva— se tocaban manualmente. Desde julio del 2023, sin embargo, se ha puesto en marcha un proceso de recuperación con la idea de crear un grupo de campaneros que puedan hacer repicar las campanas manualmente en fechas señaladas y que preserven los toques propios del pueblo. Sant Esteve es el patrón de la Garriga, y cuando el día veintiséis servidora iba chano chano con abrigo nuevo peregrinando hacia la Doma, las melodías de los jóvenes campaneros con sed de radicación rebotaban de la colina de Santa Margarida en Puiggraciós y del Tagamanent en la roca Centella. Al llegar a sitio, los mismos chicos que habían hecho de campaneros estaban sentados en los bancos de la iglesia esperando que empezara el oficio solemne. Todavía hoy, en la Garriga se canta la Epístola farcida de Sant Esteve, un diálogo recitado en latín y catalán del siglo XII que narra el martirio del protomártir. De entre aquellos jóvenes que esperaban su dosis de atavismo y ancestralidad, había algunos que ni siquiera están bautizados.
El arraigo de hoy es lo único que nos permitirá disputar el poder mañana, y lo sabemos
En El dia de l'escórpora de Miquel Bonet (Segunda Periferia), hay una cita que expone clarividentemente los peligros del momento que vivimos los catalanes, sobre todo los jóvenes. Desconozco si las palabras fueron reunidas con esta intención, pero me parece que son proféticamente apropiadas. Dice: "Los exilios son siempre concéntricos. Primero te exilias de ti mismo, después de tu entorno. El mundo es extenso, puede ser que vayas a cualquier lugar. Pero al final, si estás desarraigado, lo más probable es que vayas a parar al exilio de alguien más. Y una vez caído en la trampa, el trabajo es poder salir de allí". Cuando hablamos de repliegue identitario, o de repliegue cultural, o de repliegue nacional, a menudo hablamos de ello para poner énfasis en las causas de este repliegue. Para poder aprovechar los motivos que nos conducen allí y politizar la oposición, vaya. Y ya está bien. El contenido político primordial, sin embargo, los pilares que harán del repliegue un estadio anterior al despliegue, aquello sobre lo que nos replegamos, a menudo se da por conocido y descontado. Después de visitar las benetes de Montserrat, Anna Punsoda escribía que "el arraigo es una convicción que te ayuda a levantar un mundo". Nuestra sed de arraigo se concreta en la voluntad de restituir un mundo que ya está de pie, o de reencontrarnos con un mundo que ya está dentro de nosotros, pero de que la globalización salvaje y la ocupación española nos ha desprendido.
Corremos el peligro de ser arrastrados al exilio de alguien más, y nos cogemos a las cuerdas de las campanas para que la corriente no se nos lleve río abajo. Queremos replegarnos para protegernos, y hacemos esfuerzos por conocer o redescubrir cuál es la base del repliegue con la voluntad —o quizás solo la intuición— que en un futuro esto pueda traducirse en una respuesta política. El arraigo de hoy es lo único que nos permitirá disputar el poder mañana, y lo sabemos. O lo sospechamos. Solo desde la conciencia de aquello que nos vertebra podremos evitar la carga del manoseo de aquellos que tienen más poder que nosotros. La trampa, sin embargo, es que demasiados años de desarraigo ambiental nos han desdibujado el norte, y ahora el trabajo no es solo el de volver a las raíces, es el de buscar cuáles son. La ocupación adultera la relación que tenemos con nuestra historia y nuestra identidad. Y no hace falta cogerlo necesariamente con ánimo insurreccional, por mucho que pasados de ratafía hagamos broma con qué a Catalunya le hace falta un carlismo. Hay que entenderlo desde un ánimo de resistencia, desde todos los gestos íntimos que nos acerquen, otra vez, a los puntos cardinales que nos son propios.
La ola reaccionaria es globalista y globalizadora, por mucho que en todas partes presente rasgos nacionales para inculturarse. De hecho, los puntales ideológicos de la izquierda de hoy son importados en la misma medida. Escribía Zweig a Catellio contra Calví (Segunda Periferia) que "siempre que todos los valores y las leyes se tambalean, todo el mundo busca su derecho de pensar independientemente al margen de la tradición". Pero la tradición viva es la materialización de todo aquello que ha funcionado, también en la vida política, y por eso se nos lega. En nuestro país también tenemos la posibilidad de recibir un conocimiento político y un legado cultural que nos permite ser críticos con aquello que las ideologías nuevas —que siempre tienen un punto tiránico— sugieren. Por eso no es casualidad que el repliegue que nace de la sed de radicar, que la voluntad de conservar la unicidad en este mundo que es un fangal, que la ambición de poder vivir dejándonos guiar por los patrones culturales que nos son propios, se acabe manifestando en un repique de campanas. En la recuperación de una tradición popular —o en el planteamiento que dejándola perder se pierde alguna cosa más que el repique de campanas— hay el temperamento que hace falta para radicar. Es el gesto de quien entiende que religarse en las raíces es la única manera de no exiliarse de uno mismo y de no acabar en el exilio de alguien más. Cogidos a las cuerdas del campanario de la Doma, los jóvenes garriguencs velan la libertad de poder conocer y ser quienes son. Arraigándose, se liberan.