Demagogia, del griego “demos”, que quiere decir “pueblo” y “ago”, el verbo “dirigir”. Es decir, en la sabiduría lingüística del griego antiguo, la demagogia es el arte de “dirigir el pueblo”, pero no en el sentido del liderazgo, sino de la confusión, la mentira y la propaganda. De hecho, la demagogia es la oratoria del engaño, apelando a las emociones, a los prejuicios y a los miedos, siempre con la intención de ganar el apoyo popular. Detrás no hay mensaje, sino propaganda, y no se dirige a la ciudadanía, sino al pueblo, entendido como un rebaño sin sentido crítico. Huelga decir que su uso se ha hecho extensivo en todas las esferas ideológicas, primero porque, bien dirigida y en el momento oportuno, es de una gran eficacia. Y segundo, porque no hacen falta un cerebro demasiado desarrollado, ni un nivel retórico elevado para utilizarla. La demagogia es el todo a cien de la retórica política, al alcance de todo el mundo y siempre barata.
Los socialistas han tenido, a lo largo de la historia, grandes artistas de la demagogia, especialmente en referencia a Catalunya, un terreno bien abonado para los oportunistas de la política. Durante décadas, el campeón fue un tal Rodríguez Ibarra, cuyo anticatalanismo era tan burdo y poco depurado, que parecía un eterno chiste. Y ahora le sigue la estela un tal García Page que, como Ibarra, quiere subir a la joroba del líder del PSOE de turno, a costa de fustigar a los pérfidos catalanes. Son la baja estofa de la demagogia, no muy lúcidos en el pensamiento, pero manifiestamente hábiles en el arte de utilizar el chivo expiatorio catalán para hacerse una carrera política.
El Pedro Sánchez del presente es una enorme montaña de demagogia y populismo. Ha jugado a la ambigüedad, a las medias verdades y directamente a las mentiras, siempre dotado de una buena dosis de soberbia
El problema, sin embargo, no son estos aprendices de demagogia que ladran a los pies de los caballos, sino los que utilizan una demagogia más depurada y solvente, montados encima del caballo. De entre todos, es indiscutible que Felipe González fue un maestro de maestros en el uso del populismo demagogo, con Guerra de mastermind del engaño, y ahora Pedro Sánchez recoge el testigo, casi con tanta destreza como lo hacía su mítico predecesor. El espectáculo que hemos visto estos días, con toda la dirigencia del PSOE utilizando la escasez de los jubilados o la tragedia de la DANA para intentar justificar sus miserias, ha sido tan dantesco como repugnante. En este sentido, es de agradecer el efecto espejo que nos regala la hemeroteca: Pedro Sánchez reprochando a Rajoy en 2018 que utilizaba a los jubilados para justificar que no tenía mayoría para los presupuestos. La revancha, con efecto bumerán.
Pero más allá de este rey desnudo que nos otorga la hemeroteca, el hecho es que el Pedro Sánchez del presente es una enorme montaña de demagogia y populismo que empieza a apestar mucho. Y la crónica de lo que ha pasado con el fallo del ómnibus supera con creces las expectativas. De entrada tenemos un líder que durante un año incumple todos los acuerdos con el partido que le ha permitido la presidencia. Durante este proceso, ha jugado a la ambigüedad, las medias verdades y directamente las mentiras, siempre dotado de una buena dosis de soberbia. Y finalmente, cuando estalla la burbuja y Junts se planta, le pide una cuestión de confianza, rompe las negociaciones, y vota en consecuencia, entonces resulta que es un detritus político. Algunas de las cosas que han dicho los socialistas estos días contra Junts son auténticas canalladas, como lo es el hecho de aprovechar medidas a favor de los jubilados o los jóvenes o las víctimas de la DANA, para introducir otras medidas que no están ni negociadas ni aceptadas. Más de 80 decretos dentro de un solo paquete, entre otros la medida peligrosamente buenista que facilita las okupaciones. Y huelga decir, el aumento del precio de la electricidad en pleno invierno, o de otros productos de primera necesidad. Cualquier becario de economía que haga números demostrará que a los jubilados se les ha aumentado el coste de la vida, mucho más del aumento de ingresos previstos, pero poco importa la verdad, si la política se puede reducir a la más vil demagogia.
Por otra parte, es un hecho que un presidente que lleva un paquete de medidas tan importante al Parlamento sin tener cerrados completamente los acuerdos con sus aliados, o es un tonto o es un autarca. O tal vez es la prepotencia que acostumbra a gastar el socialismo español, siempre convencido de que tiene el derecho a imponer su razón por encima del resto de mortales. En este sentido, es evidente que no se esperaban la resiliencia de un Puigdemont que no les ríe las gracias, ni les compra las mentiras.
Aristóteles conceptualizó la demagogia como una forma corrupta o degenerada, cuya turbulencia hace caer la democracia. De derechas, de izquierdas o centrocampistas, todos los demagogos son igualmente execrables.