Cuando vivimos en un Estado de derecho, asumimos —o debemos asumir— que existen unas normas que, aunque sean desconocidas para nosotros, debemos cumplir. Y asumir las consecuencias. Es un "contrato social" sobre el que se sustenta la convivencia. Comprender que la mejor manera de solucionar nuestros problemas graves es ante la Justicia es todo un logro evolutivo del ser humano. El sistema no es perfecto, pero sin duda, es hasta ahora la mejor manera de convivir. 

Se supone que se ha de confiar en un tercero, es decir, la Administración de Justicia, y ante ella, usaremos las armas disponibles para exigir o defendernos. Los procesos tienen sus requisitos, tienen sus normas, y suelen ser lentos, por lo que pueden resultar poco eficientes. Existen los recursos, y el derecho al pataleo. No tenemos, repito, un sistema de Administración de Justicia infalible, ni eficaz, ni certero siempre. Pero es lo que hay. Y es imprescindible entender que, para denunciar a alguien, es la manera de hacerlo. 

Lo digo porque lo del Caso Errejón está siendo un verdadero desmadre. Una falta de rigor rampante, que es escandalosa. Es, dicho pronto y claro, un peligro. Y no, no me refiero al sujeto, a ese supuesto "monstruo" como "peligro"; sino a la caza de brujas deleznable que se lo está comiendo vivo. 

Voy por partes. 

Lo que haya hecho Errejón en su intimidad, siempre y cuando no sea delictivo, me trae sin cuidado. Entiendo, hasta donde he podido ver, que lo que ha habido han sido relaciones íntimas entre personas adultas. En algún caso, se ha podido dar una situación de abuso, porque se ha presentado al menos una denuncia en comisaría. Pero si efectivamente lo ha sido, lo determinará un juez. 

De los mensajes que se han hecho públicos, de personas anónimas, lo que he leído son detalles íntimos, que podrán o no ser juzgados en términos morales. Pero no creo que a nadie en su sano juicio le corresponda hacerlo de manera pública ni pretendiendo sentar cátedra. La intimidad es un derecho reconocido. El honor, también. 

Lo de Errejón evidencia las ganas de saña que tiene esta sociedad. Las ganas de esparcir rumores. Las ganas de meterse en la intimidad de los demás y darse golpes en el pecho

Y para hablar de derechos es esencial que no se nos olvide uno que es imprescindible en una democracia: el derecho a la presunción de inocencia. Este es de los "gordos", de los "grandes". Porque se supone que a nadie le haría gracia que lo acusaran falsamente y todo el mundo lo tratase como si fuera un criminal, sin serlo. Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie. No está nada mal que apostemos porque sea la culpabilidad la que quede demostrada, y no la inocencia. Nos iría muy bien reflexionar sobre ello. 

Lo de Errejón evidencia las ganas de saña que tiene esta sociedad. Las ganas de esparcir rumores. Las ganas de meterse en la intimidad de los demás y darse golpes en el pecho. Y alucinantemente, quienes más lo alimentan son las "izquierdas guais", las modernas y gallito. Las de gritar mucho y hacer mucho ruido. Las del jarabe democrático y el escrache. Las de la cancelación pública del enemigo. Las representadas fundamentalmente por una panda de niños bien que, entre "o sea" y "o sea", se proponían "asaltar los cielos". 

Toda esta tropa ha ido dejando bien claro durante la última década que la política de este país es una verdadera escombrera. Puede pasar cualquiera y montarse su ciénaga. Y la manera más rápida de hacerlo es entrar al barro y criticar, gritar, insultar. Los que vinieron a regenerar han salido todos, y ahora ya digo todos, lamiéndose las heridas en el orgullo. Por ridículos, por prepotentes y por estériles de autenticidad. Han hecho su papel y, sobre todo, nos han entretenido con sus incoherencias. 

Desde el que tenía a un trabajador de manera ilegal en casa al que se bebió el frasco del jarabe democrático. Recientemente, veíamos al exministro Alberto Garzón en un coherente besamanos a la familia real. Suma y sigue. 

Lo de Errejón ha activado todas esas bellas artes de su propio bando: todas juntas. A cucharadas de incoherencia, de violencia, de discursos de autoayuda sociológica vacíos, de reconocimientos de culpa hipócritas, y en definitiva, de haberse caído de bruces, atrapados en su propia tela de araña. 

Hacer política no es tan difícil. Se trata de tener sentido común, decencia y una buena infraestructura de gente con sentido común, decencia y profesionalidad. Por eso es por lo que no se puede hacer política: porque no hay personas así

Hacer política no es tan difícil. Se trata de tener sentido común, decencia y una buena infraestructura de gente con sentido común, decencia y profesionalidad. Por eso es por lo que no se puede hacer política: porque no hay personas así. Porque las estructuras de poder no se sustentan en esa creencia, y porque la ley de hierro de las oligarquías se impone. Es una mierda, pero es real. 

No pongo en duda que Íñigo se convirtiera en un déspota, un tipo sin empatía, ególatra y seguramente desalmado. Tampoco pongo en duda lo que se supone que dicen unas supuestas víctimas de relaciones tóxicas. 

Lo que sí me cabrea es observar cómo se puede reventar públicamente a una persona, a base de mensajes anónimos, que puede haber escrito cualquiera, y de hechos que no son —se supone, por lo que se ha visto— denunciables. Me preocupa, y mucho, que cualquiera pueda ser el centro de una diana de moral, que someta a la opinión pública lo que debería quedar en la intimidad (repito, siempre que no sea delito). 

Ver que se da pábulo y se alimentan mensajes anónimos, llenando titulares de prensa, y usándolos para criminalizar a una persona, además de que puede ser delito —menos mal—, es deplorable. No, eso no es periodismo. Eso es una campaña coordinada de cacería, que elude las vías legales, y genera consumo de noticias y televisión, además de ser el engrase necesario para una batalla política. Eso es política. Y una política que, como decía el "monstruo" en su carta, deshumaniza, elimina toda empatía, y se vuelve —esto lo digo yo— delirante. 

Lo que le están haciendo a Errejón, en esta guerra política, es aterrador. Es el asesinato público de una persona, sin pasar por un proceso justo, con pruebas y defensa. Cualquiera que contribuya a ello, que lo alimente o lo aplauda, debe saber que está poniendo en riesgo un sistema de justicia. Y la Justicia es la que se hace desde nuestra mano, hasta la de los jueces. 

Que el portavoz de un partido político tenga que aguantar esta campaña infame debería hacer pensar a más de uno en qué tipo de sociedad vivimos y hacia el tipo de sociedad al que caminamos.