Somos el único país del mundo en el que para hablar una lengua, la catalana, y tener ocho apellidos catalanes, Dios nos dio la prosperidad creando fábricas de la nada e hizo de los campos huertos de una riqueza donde los frutos y las verduras crecían sin necesidad de ser cuidados. Y todo por ser catalán, porque ya se sabe que, si tienes ocho apellidos catalanes y hablas catalán, atarás a los perros con longanizas desde el primer instante en que tu padre catalán y catalanohablante ponga la semilla en tu madre, por supuesto, catalana y catalanohablante.
El fenómeno extraño que sucedió en este país es que muchos de estos catalanes que ataban a perros con longanizas, los de verdad, decidieron pasarse al castellano después de la Guerra Civil por una cuestión de distinción social con respecto a los necesitados y por una fidelidad a un régimen franquista que consideraba el catalán un dialecto molesto para la implantación de una sola lengua en la España imperial. En las casas en llamas repartidas por Catalunya, en un alto porcentaje hablan en español, porque, como decían en tiempos pretéritos, quedaba más "fino", y han conseguido algo paranormal: cuando hablan en castellano tienen acento catalán, cuando lo hacen en catalán tienen acento castellano, dos acentos que suelen hermanar con una melodiosa cantinela pija.
Como Eduard Sola, yo también siento con orgullo mis orígenes charnegos, pero entiendo que su discurso haya incendiado las redes y que muchos catalanohablantes de ocho apellidos catalanes se hayan sentido tratados como clasistas explotadores
Yo, que tengo un padre charnego y que he vivido una vida confortable con barquita y casita ampurdanesa y una existencia bañada de tragedias propias de la vida disfuncional, soy un bilingüe de manual. Con mi padre hablaba castellano, con mi madre hablo catalán, con un hijo hablo catalán, con el otro hijo hablaba castellano, con el abuelo Joan y la yaya Josefina hablaba catalán, y con el abuelo Evaristo y la yaya Rosa hablaba castellano y catalán, respectivamente. Y siguiendo la hilera de vidas encadenadas, con mis parejas hablaba castellano, menos con mi pareja actual, con quien hablo catalán y a quien anhelo poder decir: "Són dos quarts i cinc de dotze o tres quarts menys cinc de tres".
Y mira por dónde, mi abuelo Joan, catalanohablante y con ocho apellidos catalanes, tuvo la mala fortuna de que en su casa nunca pudieron atar a los perros con longanizas. Y, como buen catalán, pudo ir a la escuela, sí, donde le enseñaron a escribir y a leer en castellano, evidentemente. Mi abuelo Joan fue un autodidacta y aprendió a leer y a escribir en catalán por su cuenta, y, poco a poco, se construyó una vida no regalada a pesar de que ser catalanohablante. Fue carpintero, se fue a la guerra, fue un exiliado, volvió, fue un preso político y, después, trabajó veinticinco horas de veinticuatro al día para crear una pequeñísima empresa familiar en Barcelona. Mi abuelo era un catalanista de pura cepa y un poco ceporro, ya que si hubiera sido más astuto, habría vivido de las rentas de ser un catalanohablante con ocho apellidos catalanes, burgués y explotador de inmigrantes.
Mi abuelo Evaristo, natural de un pueblecito de Lugo, llegó a principios de los años treinta y fue un obrero hasta su jubilación. Evaristo vino a Barcelona para no morirse de hambre y conoció, por azares de la Guerra Civil, a mi abuela Rosa, una obrera charnega de padres murcianos que nació en el mismo piso del barrio chino donde nació mi padre. Mi abuela Rosa se sentía catalana y hablaba en catalán, a diferencia de mi abuelo Evaristo, que nunca aprendió catalán porque lo consideraba un idioma inútil. El rechazo de mi abuelo hacia el idioma no se debía a cuestiones de clase como el de las familias burguesas de casas en llamas, sino a la utilidad de una lengua minorizada.
El maniqueísmo es el pan nuestro de cada día. Es maniquea La casa en llamas, y es muy maniquea El 47. Y eso no impide que me gusten bastante las dos películas, como me han gustado otras películas maniqueas que forman parte de mi memoria sentimental. Lamentablemente, La casa en llamas y El 47 han servido para manipular y dar a entender que Catalunya se divide entre buenos y malos, y que no hay lugar para los grises, que es el color que hace tridimensional la condición humana. El director de El 47, Marcel Barrena, es de este tipo de intolerantes que tildan de nazis a todos aquellos que no piensan como ellos.
Lo que quedó claro y catalán después de los Gaudí es que Catalunya la ha construido la inmigración, sin tener en cuenta que la inmigración llegó a un territorio en el que ya había fábricas o cultivos que crecieron del trabajo de obreros y campesinos con ocho apellidos catalanes. Cuando esta inmigración llegó porque —seamos claros, se moría de hambre en sus tierras de origen—, debió de quedarse reflejada ante una clase obrera y campesina catalana que ataba a los perros con longanizas y trabajaba para no aburrirse mientras leían versos de mosén Cinto Verdaguer.
Como Eduard Sola, yo también siento con orgullo mis orígenes charnegos, pero entiendo que su discurso haya incendiado las redes y que muchos catalanohablantes de ocho apellidos catalanes se hayan sentido tratados como clasistas explotadores. El paternalismo con el que muchos grupos políticos tratan el tema de la inmigración lleva a reacciones equivocadas. El inmigrante deja de serlo cuando quiere y lo dejan integrar, y eso quiere decir voluntad, derechos y obligaciones para ambas partes y borrar los maniqueísmos con los que suelen construirse las identidades. Si los catalanes de ocho apellidos catalanes hubieran atado a los perros con longanizas, los inmigrantes no habrían llegado a Catalunya buscando trabajo porque no lo habrían encontrado.
A cuatro días de distancia del Gaudí, felicito a Eduard Sola, pero le regalo el haba del roscón de Reyes a Valentina Viso, la ganadora al mejor guion adaptado por Salve María. Llegó de Caracas con once años y, tres décadas después, es incapaz de pronunciar un discurso en catalán. Si exiges que te tengan respeto como inmigrante, tendrías que respetar el país que te ha acogido aprendiendo su lengua autóctona, aunque las palabras catalanas huelan a embutido relleno de carne de cerdo picada.