Los últimos días no sé qué pasa que todo el mundo me habla de Jordi Graupera. La gente se me acerca, me telefonea o me invita a comer y me dice: "Tú que eres amigo suyo dígale que vigile porque lo van a matar." Los más simpáticos me ofrecen tratos en nombre de terceros y, cuando les digo que la política no es mi negocio y que vayan a hablar con él, me miran decepcionados, como si fuera un cínico o un mal amigo: "Se clavará un porrazo".
Yo sonrío y recuerdo cuándo empezaba a escribir y la gente me saludaba como si estuviera loco o tuviera una enfermedad terminal. Es verdad que he recibido tantas hostias que algunos días me da la impresión que me podría romper por una mala experiencia o morir de una herida muy pequeña mal curada. Cuando me relajo, a veces me coge un sueño profundo y noto un cansancio tan grande que pienso que ya es sólo un hilo de amor muy delgado el que me mantiene despierto, con la cabeza fuera del agua.
Quizás un día me convertiré en el bello durmiente y hará falta que venga una rubia feminista a caballo para devolverme a la vida. Quizás el Graupera no durará ni dos asaltos y tendrá que volver a Princeton con la cabeza gacha y la cola entre las piernas. Quizás los dos acabaremos sirviendo bistecs en un restaurante o de repartidores de pizzas.
El otro día un chico de PDeCAT me decía: "si mi partido continúa así pronto me verás trabajando en un Mac Donalds." La verdad es que yo me compré un piso sólo para asegurarme de que antes de renunciar a escribir desde la intuición tendría que hacer trabajos manuales para pagarme la hipoteca.
El Graupera se quiere dedicar a la política y ahora que la política pasa un momento tan bajo es verdad que tiene números para no salir adelante, pero también esta es la gracia. Sentirte valeroso es de las cosas que dan más fuerza y que ayudan más a dormir bien por la noche, mucho más que no sentirse inteligente o buena persona. Es mejor enfrentarse al peligro voluntariamente que volverle la espalda y esperar de encontrártelo por sorpresa en la puerta de casa.
El Graupera se marchó a los Estados Unidos para no tener que escoger entre dejarse destruir el cerebro por el ambiente de Barcelona o acabar a bofetada limpia con todo el mundo, cosa que tampoco se veía en capaz de hacer. Aun así, no podemos aplazar hasta la eternidad la hora de hacer las cosas que pensamos que nos darán nuestro lugar en el mundo. La vida tiene más fuerza que las circunstancias y, en última instancia, es la que tendría que dirigir nuestras decisiones, si aspiramos a no estropearnos con el tiempo.
Yo no sé si el Graupera saldrá adelante. Hasta ahora ha demostrado que sabe enseñar con gracia las piernas y que es muy bueno evitando no meterse en más problemas de los imprescindibles. Como el Elisenda Paluzie, tiene la piel muy fina y una cierta dependencia de su gran reputación. Cuando las hienas le salten encima y empiecen a morderlo allí donde le hace más daño, veremos cómo se enfrenta con los propios fantasmas y cuál es su capacidad de reacción y de resistencia.
En todo caso, es mejor arriesgarte cuando todavía estás a tiempo, que acabar como Salvador Cardús o Santi Vila, y me parece que muchos de los que ahora hablan del Graupera como si fuera un pobre imprudente sólo son cadáveres que caminan. Cuando la comedia se transforma en realidad, como pasó el 1 de octubre en Catalunya, el teatro se incendia y todo el mundo se chamusca. Los próximos años, Catalunya asistirá a muchos funerales. Veremos quemar una pira de figuras y de palabras devastadas. El caos devorará el alma de tanta gente que ni yo mismo estoy seguro de si saldré adelante.
Pocas personas son conscientes de la influencia que tienen los pequeños gestos individuales en el conjunto del mundo y las corrientes de fondo que crean las verdades y las mentiras que decimos. A la larga, no hay nada relevante que se pueda crear sin poner el cuello. Por mucho que nos pensamos que hemos nacido enseñados, no es posible evolucionar sin exponerse a ni que sea a hacer el ridículo.
Las personas de categoría toman riesgos personales. El resto viven a través de los tópicos establecidos y siempre tratan de encontrar una manera de que sea alguien más el que se rasque el bolsillo y pague el precio de su pollo.