Ponerse a discutir si Catalunya o Euskadi son o no naciones, o si “nunca lo fueron ni lo serán”, como dice Ayuso, da la misma pereza que discutir los orígenes milenarios de la bandera de Madrid. Que una pelandrusca como Ayuso se permita tratar de chulearnos de esta manera solo se explica por no haber rematado el trabajo, por no haber conseguido todavía que en ningún texto legal (ni catalán ni español) aparezcamos reconocidos como nación. Nuestro mayor fracaso no es haber sufrido una represión judicial e institucional a raíz de los hechos de 2017, Ayuso debe saber que nuestro castigo no ha sido infligido por España, sino por nosotros mismos: nuestro castigo es no haber sido capaces de transformar nuestra realidad nacional, y nuestra voluntad de afirmación, en un texto legal que calle la boca para siempre a matonas como esta. No lo olviden: ustedes no nos han castigado. Nos hemos castigado a nosotros mismos no llegando (todavía) adonde queríamos.

Con el intento del último Estatut, se intentó introducir el concepto para fijarlo legalmente, pero la cosa se quedó en un preámbulo que hacía referencia a un sentimiento mayoritario. Pero los sentimientos, ya se sabe: son particulares y singulares, como la financiación. Lo que debe saber Ayuso, lo que ya sabe Ayuso, es que no es que muchos catalanes "no nos sintamos" españoles: es que no lo somos. Lo recordaba recientemente Gonzalo Boye en su respuesta a la impresentable maniobra del juez Aguirre para imputar al president, a su abogado, a Alay, a dos periodistas y a otras personas supuestos delitos de alta traición: este delito comienza diciendo “el español que”, y con este comienzo ya está claro que vamos mal, porque (como decía Boye) ninguna de las personas de la lista es española. Ayuso se agarra a la literalidad de la ley para convertir esta realidad en algo opinable: como ninguna ley lo determina, se convierte en un terreno íntimo, como la creencia religiosa o la lengua familiar (aquellos catalanes que este verano encontramos en los aeropuertos o en las ciudades del mundo hablando un catalán nacionalmente identificador). Como ninguna ley lo determina, "no lo somos". Como ninguna ley lo reconoce, con o sin independencia, el concepto es una quimera. Tiene parte de razón: una realidad tan obvia, si no acaba reconociéndose por los de fuera, corre el riesgo de convertirse con el tiempo en un mito o una reserva, un gueto, algo eternamente pendiente de demostrar. La ley no hace la cosa, pero la ausencia de ley permite que intenten discutirte la mayor. Ayuso sabe que, sin ser nación, nada de lo que sucedió el 1-O habría sucedido nunca. Sabe que esto no ocurrirá en Madrid, ni en Extremadura. Y sabe perfectamente que no fue un capricho de cuatro “políticos corruptos”. Pero, aunque lo sepa, tira de nuestro defecto (nuestro fracaso) para negarnos incluso la existencia. Así de facha puede llegar a ser.

Lo que debe saber Ayuso, lo que ya sabe Ayuso, es que no es que muchos catalanes "no nos sintamos" españoles: es que no lo somos

Fue Xavier Trias quien retó hace pocos días a Salvador Illa a decir que Catalunya es una nación. Me sorprendió el lanzamiento de guante. Dábamos por sentado que Illa —por muy español o sucursalista que fuera— esta causa la compartía, como la ha compartido el PSC antes de asustarse por el aumento del independentismo. Trias se atrevió a lanzar este reto sabiendo que llla no respondería afirmativamente: ante la pregunta sobre si Catalunya es o no nación, Illa y Ayuso responderían lo mismo. Lo cual encaja mal con la frase que pronunció el propio Pedro Sánchez en 2017, que en efecto somos una nación, lo que le valió tantas críticas internas y externas que tuvo que introducir el matiz “cultural”. Una “nación cultural”: como Ayuso, un sentimiento muy respetable pero sin ningún efecto legal ni verdadera seriedad. Y estos, los socialistas, serían los teóricamente sensibles a la "pluralidad". Cuando una vía para la solución del conflicto, debo admitirlo, sería que España reconociera nacionalmente a Cataluña y condicionara este reconocimiento a un cese (al menos temporal) de cualquier reivindicación de independencia. Pero no: no veo por ninguna parte la posibilidad de una España donde yo pueda decir, legalmente, que soy catalán y nada más. Por eso, por muchas singularidades financieras que monten o prometan, el hecho incontrovertible de que Catalunya es una nación siempre les acabará explotando ante sus narices. Sea por la vía negociada o por la vía unilateral, el tema siempre sobrevivirá a sus ilusos enterradores, porque hay cosas, pobre Isabel, que seguirán existiendo una vez que te hayan enterrado a ti. Y a vuestro rey, y a todos nosotros. En cambio, ¿ves?, sobre tu España no puedo decir lo mismo.