Antes de irme a Grecia, fui a comer a casa de la historiadora Anna Sallés y le pedí libros para leer este verano. Me dejó dos libros de Theodor Kallifatides. El primero, Timandra, lo devoré durante el viaje de ida y me hizo recordar toda la historia antigua que he estudiado. Una vez llegué a la isla, seguí escribiendo el que será mi nuevo libro sobre las mujeres del vino. Las ménades eran las mujeres poseídas o furiosas que formaban la corte de Dionisio. No distan tanto de las madres intensas que claman para que empiece la escuela. Tener hijos es lo más parecido a hacer una mudanza o cuando trabajar te parecen las nuevas vacaciones. Hay un ingrediente mágico y que todo lo cambia, que es el amor de los niños. Y cuando te das cuenta de que se pueden contar con los dedos los veranos que tus hijos querrán pasar contigo, lo miras todo de otra manera.

El nombre más común de las seguidoras del dios del vino son las bacantes, como en la obra de Eurípides. Mujeres ebrias, descocadas, de cuando, 2.800 años atrás, el ser humano y el vino compartían escena. Hay cosas que siempre vuelven. El uso de ánforas para almacenar el vino fecha del siglo XV a.C. en Siria. Los fenicios utilizaban barro cocido, pero eran, sobre todo, los egeos de Creta los que empezaron a dominar el transporte y el arte de tapar los vinos para conservarlos mejor. El tamaño estándar de los romanos era de 39 litros. Ahora, la moda es fermentar el vino en estos recipientes de forma ovalada y cuello estrecho. En vez de la preponderancia de la madera, la protagonista es una fruta que tiene más interacción entre el vino y, sobre todo, menos oxidación. Mi variedad griega preferida es el agiorgitiko, porque es como una columna jónica y lo tiene todo sin ser pesado. Justo compartimos en Koufonísia una gran conversación con una pareja donde él es un director de teatro griego y ella una traductora al griego originaria de Georgia, la cuna de los orange wines, y estos recipientes que llaman qvevri. Hablamos mucho sobre las diferentes traducciones de los libros. Todos coincidimos: Murakami se merece el Nobel. Su último libro, La ciudad y sus muros inciertos, también me ha acompañado, como su lectura es onírica. En el mismo desayuno, pregunto al dramaturgo: "¿Y tú, por qué no has hecho nunca Antígona?". "Porque ya lo ha hecho todo el mundo", me contesta. Ifigenia, Medea, Electra, Hécuba, Alcestis son algunas de las mujeres de la tragedia griega que hay que releer. El mismo dios del vino lo era también del teatro, de la noche y de la música, en contraposición a Apolo (agua, logos, día). En el Museo Arqueológico de Atenas hay una sala donde se congregan los ptolemaicos, el mundo helénico y el romano. Porque Osiris fue desmembrado como Dionisio, como Jesucristo, y después se comieron su cuerpo y su sangre. Sí, a mí también me suena a la comunión.

Es bonito ser justo a la hora de la derrota, pero más bonito es serlo cuando ganas

En Italia, patria del Vaticano, se celebra Ferroagosto como si fuera Navidad y es una fiesta pagana instituida por el emperador Augusto el año 18 a.C., aunque casi todos los italianos se piensan que celebran el día de la Asunción de la Virgen María al Cielo. El vino en la antigüedad no era como la ambrosía que nos imaginamos (en mi imaginario sería como un Eszencia de Tokaji). Era más bien dulce, porque el azúcar hace que se conserve mejor. Pero sin romantizar: eran vinos que no duraban más de una cosecha y que estaban oxidados. En la Antigua Grecia, había una regla de oro: el vino no se podría tomar solo. Me refiero a que no se podía tomar sin mezclar en agua o nieve y tampoco sin compañía. Todo el orden lo ponía el rey del banquete, el maestro del vino, que escogía tanto la cantidad de agua en la mezcla como el número de copas para filosofar. Con los años, de filosofar se pasó al sexo desenfrenado con las famosas bacanales romanas. Precisamente Demeter, la deidad de la fertilidad en Mesopotamia, estaba representada siempre por una viña.

Pienso en cómo nos ha marcado la cultura griega, incluso, en los maridajes de similitud. Como decían los presocráticos: lo semejante es amigo de lo semejante, una carne al horno quiere un vino con peso en boca. Aunque es mejor pensar en un vino blanco fresquito de assyrtiko si tienes que acompañar una ensalada de pepino con feta. Olvídate del vino de retsina, que ha pasado a mejor vida. Y si lees cava, en una etiqueta de vino griego, no quiere decir espumoso, sino vino de buena mesa. De nada.

Este verano no ha estado yermo de noticias. Hace tres años nos horrorizamos cuando los talibanes llegaron al poder y sigue aumentando, y sin ningún control internacional, su odio hacia las mujeres lapidando a las que consideran adúlteras. Catón, en época romana, decía que era lícito atravesar a una mujer con la espada si había bebido. ¿Por qué siempre somos las mujeres las locas y las pecadoras? Quien esté libre que tire la primera piedra. Pero lo peor somos las que nos llenamos la boca de señalar a los pederastas, pero no hacemos nada con los maduritos de Oriente Medio que compran niñas a partir de los nueve años para hacer con ellas lo que les da la gana. Nueve añitos, es la edad que tiene mi hija.

Hay injusticias que no quiero dejar pasar. Como escribe Kallifatides en El asedio de Troya (donde la compara con la Segunda Guerra Mundial) la pena no tiene ni patria, ni fronteras. Ni en Gaza, ni en Ucrania. La guerra de Troya, como todas las guerras, solo hace que cambiar el nombre y el escenario. La Ilíada es uno de los más bellos poemas antibelicistas. Es claro como el agua, y lo escribió Homero, un hombre ciego. Y el protagonista da igual que sea Aquiles o Ulises: las batallas siempre son fuente de lágrimas y nunca nadie acaba ganando. La misma Acrópolis ha sido templo griego, iglesia cristiana y mezquita. En estos tránsitos, cuántas mujeres se han quedado como las cariátides por miedo de moverse. Es bonito ser justo a la hora de la derrota, pero más bonito es serlo cuando ganas. Como lo hemos visto este mes en los Juegos Olímpicos.