BCN, ciudad de ferias, congresos, cruceros y de los 50 violentos de siempre. Tan condales como la Sagrada Familia.
No sabemos quiénes son, ni de dónde son, ni (cómo diría Perales) a que dedican el tiempo libre. Tampoco sabemos si son los mismos 50 violentos que hace unos cuantos años aparecen, hacen su trabajo con una gran profesionalidad, y después desaparecen. El tiempo pasa y quizás ya son los hijos. O los nietos.
Sus defensores, los que los justifican, los que los amparan intelectualmente, no admiten una sola crítica. Y todavía menos, practican la autocrítica. Defienden que su actividad es una espuma espontánea que brota del pueblo oprimido y combativo que lucha y, sobre todo, niegan que estén organizados. Pues, oiga, para ser la desorganización con patas, ahí es nada el dominio que tienen de algunos movimientos tácticos de guerrilla urbana. Quizás los adquieren por vía espiritual individualizada y cuando se juntan, se produce un efecto rebote.
Los que cobijan a los violentos siempre tienen toda la razón porque, pobrecitos, estos chicos nunca tienen culpa de nada. Es que los provocan. Y cualquier censura a este discurso contemporizador significa, de entrada, escucharte (o leerte) que estás vendido a no-se-sabe-quién, que no sabes de lo que hablas, que defiendes a los bancos y que justificas la violencia de los realmente violentos, que siempre son los otros. Y los otros son los Mossos.
Los detractores de los violentos, los que los deploran, en cambio, también tienen siempre toda la razón. Al 100%. Tampoco nunca ninguna autocrítica. Las cosas siempre se hacen bien. Hasta que se demuestra lo contrario y no hay más remedio. Porque en un estado democrático de la era de Twitter y Periscope, la verdad siempre acaba flotando. Tarda más o tarda menos, pero flota.
Y, sí, el trabajo de los Mossos es complicado porque tienen que mantener el orden ante los profesionales de la violencia y ellos no pueden cruzar ninguna línea porque son la ley. Pero estas son las reglas. Una putada, efectivamente, pero si estás del lado de la ley, no puedes saltártela. Y si te la saltas, tienes que asumir las consecuencias. Si estás en el lado de los buenos, no puedes ser malo.
Y en esta guerra que dura desde hace años y que tiene un fuerte componente ideológico y político sin solución, en medio hay casos como el de Ester Quintana, ejemplo que resume todo lo explicado hasta ahora.
Ella no era ni de los unos ni de los otros. Pasaba por allí. Y perdió un ojo. Y los unos la usaron en beneficio propio y de la forma más mezquina para comprar indulgencia y blindar algunas actuaciones injustificables. Y los otros hicieron lo posible para que no supiéramos lo que había pasado.
Y los 50 violentos de siempre, o sus herederos, encantados de la vida. En su casa (o en casa de quien sea, porque para algunos eso de la propiedad privada es relativo) mirándoselo con una sonrisa de oreja a oreja.