Rita Barberá Nolla es la máxima expresión de la continuidad del franquismo dentro del sistema democrático y también del precio que hemos pagado por los esfuerzos que los gobiernos de España han hecho para disolver la nación catalana. Hija de un poderoso periodista falangista, Barberá no deja de ser un fruto podrido de aquella ciudad renacentista, juvenil y libertina, que se hizo famosa en Europa por sus escritores y sus cardenales, y sus hembras pecadrius.
La perversión de la vitalidad valenciana ha quedado cruelmente marcada en el físico de la exalcaldesa. Sus primeras fotografías publicadas aparecieron en 1973, cuando Barberá ganó el premio a la musa del humor con 25 años. Entonces era una chica de una elegancia cinematográfica, con los pómulos alegres, la frente alta y una melena leonina. Si dejamos de lado que se le veían las encías cuando reía, era una mujer atractiva. Ahora, se nota que la pasión selvática que brillaba en sus ojos no encontró un entorno civilizado para educarse.
Nacida el 1948, en Valencia, el declive de Barberá es tan evidente que los últimos años sólo le ha faltado una verruga, una escoba y un sombrero para alzar el vuelo como una bruja. A mí me recuerda Joseph De Maistre: “No hay ningún vicio, ni ningún crimen, ni ninguna pasión desarreglada que no provoque un efecto más o menos funesto en el orden físico", dice en La balada de Sant Petersburgo. Para describir el caso de Barberá, también tenemos un poema de Phillip Larkin que nos recuerda que no estamos hechos sólo de nuestros defectos, sino también de los defectos en los que cayeron nuestros padres.
El padre de Barberá era un falangista pata negra y presidente de la Asociación de la prensa valenciana; la madre descendía de un empresario de Reus que montó un imperio de cerámicas
Si el padre de Barberá era un falangista pata negra que presidió la Asociación de la prensa valenciana durante 30 años, la madre era descendente de un empresario de Reus que, a finales del siglo XIX, montó un imperio de cerámicas en Meliana. El imperio era tan importante que el ayuntamiento de Valencia está enladrillado con la cerámica de los Nolla. El abuelo materno debía ser un buen hombre. Durante la guerra los trabajadores lo protegieron de los pelotones que lo querían asesinar. Claro que eso no impidió que después padecieran prisión y exilio, sin que nadie respondiera por ellos.
Licenciada en Periodismo y en Ciencias Políticas, Barberá se entendía muy bien con su padre y dicen que, quizás por eso, no la educó para ser un florero, como a sus cuatro hermanas. En todo caso, la Rita periodista duró muy poco. Tres años después de ser nombrada la Musa del Humor, fundó la delegación valenciana de AP bajo la protección de Manuel Fraga y de una corte de amigos que había ido trabando en las juergas nocturnas. A Barberá le gusta la farra, el Bingo y hacer chistes subidos de tono de estos que antes hacían los hombres. Al núcleo duro de los primeros tiempos se lo conocía como el grupo del güisqui.
Igual que hizo con Rajoy, Fraga aconsejó a Barberá que se casara y que aprendiera el idioma del país. Barberá no le hizo caso, aunque se dice que el viejo ministro franquista ha sido el único hombre capaz de hacerla llorar. Hay una entrevista de 1988 que define bien su carácter. La periodista le pregunta por el matrimonio, por la vida nocturna y por su relación con el lujo. Se nota que sabe que le gustan las mujeres, que bebe como una esponja y que vive deslumbrada por el estilo de vida de las familias que pagan los gastos del PP pensando en desbancar a los socialistas. Es difícil llevar un doble discurso sin perder la chaveta o acabar atrapado en el cinismo, sobre todo si la exposición mediática se alarga tantos años.
Barberá empezó a mandar en tiempos del Fax i la peseta. Después de perder las autonómicas de 1987 ante Joan Lerma y de pasar una legislatura a la oposición, Barberá fue enviada a morir al ayuntamiento de Valencia. Contra todo pronóstico, y aunque la contrincante socialista sacó un tercio más de votos que ella, Barberá consiguió gobernar con el apoyo del blaverismo y de la directora de Las Provincias, Maria Consuelo Reyna. Ante la actitud artificial y pretenciosa de las izquierdas, es posible que la vitalidad de Barberá se percibiera como una cosa auténtica, aunque fuera hortera, antivalenciana y se adivinara su cinismo.
En las dos primeras legislaturas, Barberá controla su carácter excesivo y se limita a hacer la vida imposible a sus contrincantes. Poco a poco los funcionarios se convierten en su servicio y el edificio del ayuntamiento se convierte en su casa. La misma alcaldesa que se ríe y hace bromas delante de las cámaras, es una déspota con sus subordinados, cada vez más reacia a aceptar un debate o un comentario irónico. En torno a Barberá crece una telaraña de adictos al poder en la cual todo el mundo es rehén de todo el mundo. La fiebre del dinero le permite protegerse con una corte de aduladores y ejercer un control caciquil sobre la vida de la gente.
De repente, entra una rubia oxigenada, se salta la cola y le suelta a la carnicera: “A mí me tienes que atender primero porque soy la novia de la alcaldesa”
Con la Copa América, los grandes premios de Fórmula 1 y la burbuja urbanística, Barberá pasa a tratar con la jet set de toda Europa. El poder que sus abuelos maternos tenían con la fábrica de cerámica, ella cree haberlo conseguido con la política –quizás por eso habla tanto de democracia: debe sentirse emprendedora–. Entre iates, joias y hoteles, Barberá empieza a tratar Valencia como su cortijo. Por ejemplo: Un amigo mío estaba en la ciudad para hacer una paella con los amigos y hacía cola en la carnicería. De repente entra una rubia oxigenada, se salta la cola y le suelta a la carnicera: “A mí me tienes que atender primero porque soy la novia de la alcaldesa”.
Sólo falta el papel determinante que Barberá jugará en el congreso del PP del 2008. Mariano Rajoy llega para ser defenestrado, y Barberá no sólo lo salva, sino que lo ayuda a tomar el control de Génova. La borrachera de poder es tan grande que cuando el presidente Francisco Camps es imputado en el caso Gürtel, en vez de asustarse, se anima. Seguramente le dolió ver que Eduardo Zaplana se acabaría enriqueciendo más que su ahijado político. El hecho es que se lo tomó como una cosa personal y, en lugar de volverse más prudente, perdió el miedo y la verguenza. En todas partes partes veía conspiraciones y enemigos que había que combatir, y dejó aflorar cada vez más en público el monstruo fascistoide y libertino.
A partir de aquí la payasada del "caloret" estaba cantada, igual que los desprecios a los ciudadanos o la última frase que dijo en un debate municipal, dirigida al actual alcalde, Joan Ribó: “Después de las elecciones yo estaré aquí, y usted no se sabe dónde estará”. Si has leído un poco, es una frase que suena a 1936, justamente el universo que España se afana por poder cerrar. Sus colaboradores la hacen responsable de su mal final. Ella ha respondido abandonándolos a su suerte. Los whatsapps que no ha enviado a sus concejales, seguramente los ha enviado arriba. Los jóvenes que suben, sin embargo, difícilmente aceptarán morir por ella –y ahora que son tan guapos tampoco creo que quieran acabar llenos de verrugas–.
FOTOS: EFE / EUROPA PRESS