La mayor parte de mi vida he sido vecino de Barcelona. Allí he estudiado, he ejercido varios trabajos, tanto en el ámbito público como en el privado, y allí he vivido la vida y el camino que se hace, con plenitud, disfrutando de las oportunidades que una gran ciudad te puede proporcionar.

Pero hace tres años que decidí irme. Cada uno conoce sus ciclos vitales, y consideré que el mío en una gran ciudad se había acabado. Después de haber vivido en varias etapas de mi vida en Boston, París y Barcelona, mi capacidad de vivir una vida trepidante había ido disminuyendo, y necesitaba menos ruido y más proximidad, y por eso, después de cuarenta y siete años de ausencia, decidí volver a vivir a Lleida, ante la sorpresa, y estupefacción en algunos casos, de mis amigos.

Como casi todas las decisiones en la vida, cambiar de residencia tiene aspectos positivos y negativos, pero lo que es importante es que, en el balance, el haber sea mayor que el deber. Y, de momento, así es.

Por otra parte, las comunicaciones ferroviarias y por carretera entre Lleida y Barcelona son lo bastante fluidas, aunque menos de lo que parece aparentemente. Sea como sea, prácticamente todas las semanas acabo bajando a Barcelona por un tema u otro, porque conservo amigos y relaciones, y porque formo parte todavía de varias estructuras culturales de la ciudad (del Liceu al Museu d'Història de Barcelona, del Museu Marès a la Fundació Barcelona 1989 o a la Impulsa Talentum, por citar solo algunas).

Si te tienes que quedar a pernoctar en Barcelona por un tema de trabajo, de ocio o por acompañamiento de un enfermo, el Ayuntamiento de Barcelona te cobrará una tasa turística

Afirmaba que las comunicaciones terrestres son fluidas, pero no tanto como parece, porque el último tren Barcelona-Lleida sale a las nueve y media de la noche y, si vas al teatro o a la ópera o a la presentación de un filme, no lo puedes coger, y te tienes que quedar a dormir.

Pero peor lo tienen los que necesitan quedarse unos días en Barcelona porque tienen un familiar o un conocido próximo ingresado en un centro hospitalario, y deben velarlo o acompañarlo durante unos cuantos días. Eso hace que tengan que alojarse en un hotel, con el coste económico que representa. Del mismo modo que deben hacer noche los que tienen una cena de trabajo o una reunión a primera hora de la mañana, porque hasta hace poco era muy difícil conseguir un billete para los trenes que salen a las siete y a las ocho de la mañana desde Lleida. Y tampoco tienes demasiadas garantías de puntualidad estricta.

De manera que si te tienes que quedar a pernoctar en Barcelona por un tema de trabajo, de ocio o por acompañamiento de un enfermo, el Ayuntamiento de Barcelona te cobrará una tasa turística que va incrementándose con el paso del tiempo.

Es cierto que el cap i casal de Catalunya tiene un grave problema de sobresaturación turística, de oferta de ocio (megaconciertos de cantantes o grupos de fama internacional), y de ferias y congresos, y esto conlleva que muy a menudo sea difícil conseguir una habitación disponible. Es también cierto que los turistas, sobre todo, y los feriantes y congresistas, generan gastos al Ayuntamiento de Barcelona y molestias a sus vecinos, y cada vez en más puntos de la ciudad. Y que, por lo tanto, me parece bien fijar una tasa a pagar para estos turistas con el fin de recaudar fondos que compensen, aunque considero que escasamente, los gastos generados.

Ahora bien, si un catalán del resto del país, de fuera de eso que se conoce como el área metropolitana, tiene que pernoctar en Barcelona por cuestiones de trabajo o de acompañamiento de un enfermo ingresado en un centro hospitalario, ¿se podría afirmar que está en Barcelona por turismo? La respuesta es no, porque la mayoría de las grandes compañías y de los grandes centros sanitarios están en Barcelona y no se puede elegir ir o no ir. Por lo tanto, ¿tendrían que pagar una tasa turística? Me parece que la respuesta juiciosa es también negativa.

Quizás quedan lejos los tiempos (a principios del siglo pasado) en que los gestores de la Fonda España hacían anuncios proclamando descuentos especiales de alojamiento a los residentes en las comarcas de Lleida, pero no estaría de más recuperar estas iniciativas. En cualquier caso, formulo la pregunta que encabeza el artículo: "¿Barcelona quiere seguir siendo capital de Catalunya?". Y centro hoy la cuestión solo en el tema de la tasa turística.

Si quiere serlo, las autoridades municipales deberían procurar tratar este tema con un concepto de discriminación positiva con respecto al resto de los catalanes. Mientras se tenga que ir a Barcelona para tantas y tantas gestiones (sanitarias, administrativas, económicas, etc.), quizás haría falta que en la "Casa Gran" reflexionaran sobre el trato que hay que dar a los catalanes que vivimos lejos del Tibidabo.

Lo digo desde la estima a la ciudad donde he vivido más años de mi vida, pero desde la convicción de que deberían afinarse las medidas genéricas para no generar agravios. El resto de los catalanes, me parece, no tendríamos que pagar la tasa turística, si Barcelona quiere seguir jugando el papel de cap i casal, de capital de Catalunya. Cuando menos, pido que los que deciden le den alguna vuelta.