Esto del turismo hace gracia un rato, pero, cuando ves que los políticos catalanes destinan más recursos a la gente que viene a pasar el fin de semana que a ti —que vives en Catalunya—, ya no hace tanta. Ya solo nos falta vendernos las bragas y los calzoncillos; porque nuestra alma ya la tienen. Nos desvivimos por los turistas. Hemos adecuado nuestros pueblos y nuestras ciudades a su gusto. Todo es igual en todas partes; ha desaparecido la personalidad y la idiosincrasia de cada sitio. Cada día de la semana se hacen actividades de todo tipo para que la gente que viene de fuera no se aburra nunca: actividades para los amantes del deporte, para los amantes de las borracheras y las quemaduras solares, para los amantes de la «cultura»; para los amantes de la naturaleza… En Catalunya, ya hay más viviendas turísticas que hogares felices. Destinar la mayoría de viviendas al turismo ha provocado —de rebote o intencionadamente (permitidme que desconfíe un poco)— que el precio del alquiler y de la compra de viviendas se dispare. ¿Quién puede permitirse pagar el alquiler de un piso de cuarenta miserables metros cuadrados? No bajan de 700 euros al mes. Paralelamente a este maltrato que recibimos los ciudadanos de Catalunya, los turistas tienen barra libre para destrozarlo todo y gastar todos nuestros recursos, entre ellos el agua (que no tenemos). No quisiera empezar el tema del agua, pero se ve que, para los turistas, sí tenemos agua. Eso sí, debo decir que los turistas son una gran fuente de ingresos (no sé para quién, pero para alguien seguro); quizás la única actualmente, porque las personas bien preparadas de los otros ámbitos están emigrando a otros países por culpa de la precariedad laboral y no se está creando un tejido industrial fuerte. No es necesario tener ningún doctorado para llegar a la conclusión de que vivir exclusivamente del turismo no es el camino. La pandemia del COVID ya nos lanzó alguna indirecta para que lo entendiéramos, pero parece que no hemos llegado a tanto. Tendríamos que ser un poco más autosuficientes empresarialmente; pero yo no soy nadie para decirlo.

Hemos optado por un estilo de vida que no tiene ningún sentido; que, más que traernos felicidad, nos trae tristeza y soledad.

Hemos vendido nuestras ciudades y pueblos al turismo. Somos el parque de atracciones de los turistas. Tenemos buen clima, buena comida y unos paisajes preciosos que hemos permitido que se llenen de energúmenos sin empatía que los van deteriorando cada día más. En Barcelona, ya no se puede vivir (a menos que tengas un sueldo que supera los cuatro ceros): se ha convertido en una ciudad dormitorio de turistas con ganas de juerga, y lo único que le queda de catalana es el pan con tomate. La marca Barcelona morirá de éxito. Girona va por el mismo camino, aunque se ha optado por un turismo más deportivo y sano (aparentemente). En cuanto al catalán, cada vez se oye menos, y no me extrañaría que dentro de unos diez años sea residual, o que se convierta en un catalán simplificado sin pronombres débiles ni vocales neutras. Si echamos un vistazo a algún pueblo como Besalú (pobre gente), veremos que se han convertido en museos de cera. En el caso concreto de Besalú, parece un belén medieval; de tan perfecto que lo han dejado, incluso da miedo pisarlo. A los pueblos les falta vida y les sobran Instagramers.

Veo el futuro de Catalunya bastante negro, no os engañaré. De hecho, veo el mundo entero bastante negro. Hemos optado por un estilo de vida que no tiene ningún sentido; que, más que traernos felicidad, nos trae tristeza y soledad. Nos pasamos el día trabajando para podernos gastar el dinero en viviendas que no podemos pagar y para escaparnos un mes al año (o todos los fines de semana que podemos) a países que están expresamente preparados para los turistas y para las fotos de Instagram. Antes, viajar era otra cosa: ibas a un lugar a conocer su cultura; cada país era un mundo único e irrepetible (¡y sin móviles ni redes sociales!). Ahora, vayas donde vayas, todo es lo mismo. ¿Qué gracia tiene viajar a sitios prefabricados, huyendo de una vida que no te convence? Por cierto, recordad cerrar el grifo mientras os laváis los dientes; los turistas os lo agradecerán.