EH Bildu luce el color turquesa de Junts, que contrasta con el verde abeto del PNV, ganador (una vez más) en las elecciones vascas. La pugna en Euskadi está entre dos verdores, dos nacionalismos autóctonos, a mucha distancia de un Partido Socialista rubicundo que coge un creciente carácter de partido forastero. Lo que nos tendría que hacer reflexionar en Catalunya, por lo tanto, no es tanto si EH BIldu ha conseguido hacer el sorpasso al PNV (el único partido vasco que baja) sino el hecho incontrovertible que los partidos de obediencia vasca arrinconan cada vez más las opciones de obediencia española a una testimonialidad que solo se salva por aquello de las sumas postelectorales. En Euskadi, los partidos españoles suplican pintar algo. Y hay que decir que lo conseguirán, como mínimo, hasta que PNV y EH Bildu sean capaces de hacer alguna cosa juntos. Va para largo.
Como los resultados son interpretables sobre todo por la demografía de aquel país, por su composición sociológica y por su historia política, hacer paralelismos con Catalunya puede ser arriesgado y aun así es la única cosa que podemos hacer con cierta propiedad. Nosotros vimos una unidad independentista en la época del Procés, que se limitaba a una circunstancia histórica que permitía aprovechar un momento único para intentar poner el Estado contra las cuerdas. Se consiguió, pero de manera insuficiente (por ahora), y por esta razón el desgaste posterior de las formaciones independentistas se ha hecho bastante evidente. Lo que quiero decir es que la unidad independentista solo se produce o se tiene que producir cuando hay un plan, cuando tiene un sentido, cuando no es suficiente con las negociaciones con el Estado que cada uno pueda hacer por su parte y cuando hay que establecer, por lo tanto, una estrategia más directa. Euskadi no vive un momento Ibarretxe, sino que una mundana disputa por el poder donde EH Bildu se ha puesto corbata y le ha salido bien. Bildu ha entendido que en efecto disputar el poder es una estación necesaria, o recomendable, antes de pretender impulsar ninguna independencia. En Catalunya, en cambio, cuando alguien quiere disputar el poder lo acusan de buscar solo "la paguita" o la sillita. Y nos olvidamos cómo, en cambio, parece lo bastante obvio para los vascos, que la sillita que no ocupe el nacionalismo la ocupará el nacionalismo opuesto. No hay más.
Este domingo ha quedado claro que el PNV todavía es una máquina de ocupar el poder, pero también que sufre un evidente desgaste, y que EH Bildu ha jugado de manera inteligente (mucho más que su supuesto "espejo" de ERC) la estrategia del "mientras tanto" y del "ampliar la base". Era eso, ERC: ampliar la base era eso, y los de Otegi lo han hecho sin haber necesitado ni siquiera gobernar el país. Demuestran, además, que las acusaciones de simpatizar con el terrorismo no les hacen ni cosquillas (eso más bien los favorece en términos de efecto Streisand) y que ellos también tienen su propia historia de sufrimiento o de víctimas (sí: víctimas) que los hace compactar la familia. Lamentablemente, no hay ninguna formación nacionalista o independentista catalana que lleve Països Catalans en su nombre, como lo tiene EH Bildu y con resultados no despreciables incluso fuera de la comunidad autónoma.
Esta (me juego lo que quieran) será la legislatura del reconocimiento de Euskadi como nación, o como mínimo esta será la propuesta que el PSOE hará para aguantarse las gobernanzas mutuamente
El límite claro está: el PNV suma con otras formaciones y ellos no, y el poder también va sobre eso. Sumar 38 o no sumar 38. La gran incógnita era si PSOE y PNV sumarian en este caso. Ha ido de poco, pero han acabado sumando: la gran fuerza electoral de Bildu no ha sido suficiente para sacudir los resortes del poder autonómico, y ahora (eso sí) el PNV tiene el deber de compensar su pérdida electoral con algún pacto que realmente valga la pena. Reconocimiento nacional, aventuro yo. Esta (me juego lo que quieran) será la legislatura del reconocimiento de Euskadi como nación, o como mínimo esta será la propuesta que el PSOE hará para aguantarse las gobernanzas mutuamente.
¿Y el reconocimiento de Catalunya? En Catalunya, como en Euskadi, todo dependerá de los resultados: en nuestro microclima resulta que puede ganar sin ningún problema un fanático del 155 como Salvador Illa. Si este es el resultado, no hay ninguna razón para plantear ningún reconocimiento de ningún tipo. Habremos demostrado, a diferencia de los vascos, no querer nada más que ser asimilados y suplicar en todo caso migajas de supervivencia supervisada. Por suerte, y sobre todo después de la irrupción de Puigdemont en la carrera electoral, todo está aún abierto.