Con la de hecho autoproclamación de Trias como alcaldable, el tablero por la batalla de Barcelona queda configurado. Ya se puede avanzar sin mucho margen de error que la batalla, si no amable, no será sangrienta al estilo de los reality shows que tanto imperan en el carpetovetonismo más encendido. La batalla respirará un cierto aroma de oasis catalán.
Seguramente, despuntará el modelo de ciudad sobre el de país. Por varias razones, Maragall no situará las elecciones en clave absolutamente independentista, en un momento altamente pactista por parte de ERC. Tampoco lo hará Trias, más próximo al eje derecha/izquierda que a las encendidas tesis independentistas de sus correligionarios que lo han reclamado por tierra, mar y aire. Saliendo de su coalición, tanto Collboni como Colau tendrán difícil explicar su disenso electoral después de un matrimonio de interés sin descalabros sensibles, que, en secreto, seguramente los dos querrían reeditar. En qué orden y con qué protagonistas es otro cantar.
Maragall no ha llevado a cabo una oposición frontal y agria al consistorio común-socialista, sino que más bien ha contemporizado, presentándose como una opción dialogante y mirando siempre por el bien de la ciudad, no sin tragarse algún que otro sapo, al estilo que recomendaba Tarradellas.
La coalición Colau-Collboni, aun teniendo en cuenta la brutal pandemia, ha tenido una legislatura sin mayores obstáculos que esta y ha sido bastante gris. El tema de la seguridad, rebatida muchas veces la opinión publicada con los datos reales que muestran las estadísticas, ha ido aflorando a conveniencia de los diferentes intereses que no se sienten amos y señores de la ciudad como creen que les corresponde. Estos intereses no han tenido altavoz en las derechas tradicionales, más bien pintorescas, y en las nuevas oportunistas, con fuga incluida. La Barcelona eterna, que no ha entendido los nuevos aires de la política, tanto en los idearios como en la forma de hacerla, ha sido la gran perdedora de la legislatura, de una legislatura un poco de pacotilla.
Una vez cerrado el tablero, la incertidumbre será la protagonista de la próxima contienda en las urnas. ¿Será una Barcelona más bien de izquierdas? ¿Será una Barcelona más bien independentista?
Esta desorientación de los señores de Barcelona de toda la vida no ha espoleado el espíritu acaparador de una izquierda que se pretende renovadora y que, sin embargo, ha renovado muy poco. Más bien ha administrado sin muchas ligerezas el patrimonio recibido —en buena medida propio—, cosa que en los tiempos que corren no sería mucho más de lo que se puede pedir a los, en otros tiempos, espíritus de avance e innovación.
A este panorama se ha añadido un candidato recuperado del pasado y, más bien, autoproclamado al margen de las primarias de su partido, como es Trias. Crida la atención esta ausencia de primarias en Junts, cosa que no parece casar con su proclamada democracia radical. En la práctica casa más que en la teoría. Ya que en Girona los propios Junts defenestraron a la candidata ganadora de los comicios internos y colocaron en el Diktat a una candidata más en sintonía con la dirección.
El mandato previo de Trias (2011-2015), en clave convergente, tampoco fue una legislatura de las que pudieran crear afición, más allá del valor personal, que sus propios valedores no le quisieron reconocer, de pacificar una ciudad que se reencontraba con su tradición de Rosa de Foc. No fueron pocos los que le exigían mano dura y le recriminaban el apaciguamiento de hechos como los de Can Vies. Pocos le recordarán este mérito relevante en una legislatura, gris y también transitada por todo tipo de crisis con un escenario político muy agitado.
Las últimas encuestas, todavía sin Trias como candidato oficial, dan casi un empate técnico, con ligera ventaja de Collboni sobre Maragall, los dos distanciados un poco de Colau y —todavía— de Junts. Hoy por hoy son datos poco indicativos. Puede ser una tendencia, pero no hay nada ni mucho menos consolidado. Hasta el último domingo de mayo pueden pasar muchas cosas.
Las aguas bajan fuertes en el PSOE, embates que la más que débil autonomía del PSC puede sufrir de lo lindo. La suerte de Sánchez parece no conocer límites, sin embargo... Colau tiene una causa abierta, precisamente por esta maldita y técnicamente espantosa malversación vigente todavía, sin ánimo de lucro, que sus propios compañeros, si se suman a su modificación y adecentamiento, lo harán con la boca pequeña. Una contienda electoral con la alcaldesa con un juicio oral abierto por malversación chirriaría tanto que tendría que dimitir. A diferencia de lo que pasaba hace un par de legislaturas, los fallos judiciales no se ponen en la nevera a esperar que pasen los comicios. El partido judicial juega, ahora, siempre.
La suerte de Maragall, a pesar de no tener que soportar escándalos, está vinculada a los equilibrios de su partido. La situación de ERC, el tercer grupo de la cámara del parque de la Ciutadella, es incierta y Maragall puede ser su víctima electoral. Sin apoyos y con los presupuestos todavía en el aire, a merced de lo que el PSC —siguiendo instrucciones de La Moncloa, claro está— quiera apretar la soga, el futuro es, para decirlo suavemente, bastante incierto, demasiado abierto.
Finalmente, Trias tiene que representar un partido que hace del 1-O su baluarte ideológico e irrenunciable. Trias, más convergente que independentista sin límites, tendrá que aunar su pragmatismo con la osadía de su partido y con este mix-max tendrá que convencer al electorado de que puede gobernar hacia una nueva Barcelona, hacia la Barcelona del futuro, que es el hito de todos los candidatos.
Como decía al principio, una vez cerrado el tablero, la incertidumbre será la protagonista de la próxima contienda en las urnas. ¿Será una Barcelona más bien de izquierdas? ¿Será una Barcelona más bien independentista? ¿Será, en todo caso, una Barcelona de progreso y mejora para los barceloneses y barcelonesas?