A medida que vamos asomándonos a todo lo que apunta a la corrupción del Partido Popular, que vincula al que fuera el Gobierno de España durante el tiempo de Rajoy vamos entendiendo la profundidad de las cloacas. Sabedores de cómo debían manipular la opinión pública, quiénes eran sus cómplices, y de qué manera podrían hacer, deshacer y quitarse del medio aquello que les molestase, han ido configurando un entramado difícilmente comprensible.
Los medios de comunicación, totalmente borrachos de subvenciones e inyecciones han ido poniendo el foco en aquello que parecía escandaloso, fuese lo que fuese, desviando la atención de lo que no debía ser contado. Y esa era la estrategia para tener a una población absolutamente ajena a la realidad, a lo que les estaban quitando cada día con absoluta impunidad: derechos, libertades, servicios.
El sistema, en su conjunto, trufado de cómplices que han retorcido las leyes, que las han modificado, las han pasado por alto o las han interpretado para servir al interés de quienes, camuflados en la bandera, quisieron hacer creer a una población que lo suyo era defender a España. En realidad, España no es eso, no. España no son sus tinglados, ni sus chiringuitos, ni sus cortijos, ni sus terrenos ni sus apaños. España es mucho más que todo eso, pero a nadie le han permitido explicarlo, ni defenderlo, ni cuidarlo.
Cualquiera que abra la boca, que se queje, que señale o denuncie semejantes corruptelas, apaños, complicidades con quienes deberían trabajar para el bien común, será criminalizado.
España son sus pueblos, sus gentes diversas, su cultura abierta y la riqueza de sus naciones. Naciones. Porque la idea de España sin su heterogeneidad no es más que un artificio impuesto que pretende homogeneizarlo todo a base de eliminar las diferencias. Así lo consideran los que patrimonializan esa idea de país para sus propios beneficios. Y para ello, bien instalados en sus sillones, urden y tejen a base de billetes, que por supuesto son de todos y terminan en los bolsillos de unos pocos. Por supuesto, los impuestos los pagamos los ciudadanos, y ellos acuñan los millones en cuentas extranjeras para no contribuir a las arcas públicas que se dedican a vaciar.
Cualquiera que abra la boca, que se queje, que señale o denuncie semejantes corruptelas, apaños, complicidades con quienes deberían trabajar para el bien común, será criminalizado. Así funciona esto. Y mediante medios de comunicación, mediante sentencias injustas, mediante detenciones arbitrarias, torturas y oscuros apaños, se han servido para poder mantenerse en el lugar que les hace impunes.
Basta con asomarse a la configuración de distintos organismos para descubrir quién es quién y hasta dónde llegan sus tentáculos. Se colocan entre ellos: familiares, amigos, clientes. Se callan así sus miserias, se hacen pactos de silencio y entre el “hoy trincas tú y mañana yo”, van pasando los años hasta que la porquería cubre prácticamente todo. Todo.
Y para que tanto hedor se disimule se crean leyes mordaza, se retuercen las leyes, se silencia, se amenaza, se persigue. Así funciona esto. Y ya saben que las cosas llegarán a la justicia internacional. Pero eso tarda tiempo: el suficiente como para prescribir, como para haberse llenado los bolsillos, como para haber creado empresas, haberlas desmontado, haber desviado fondos y haber comprado voluntades y silencios cómplices.
Esto, en definitiva, es un tinglado de enormes dimensiones donde decir la verdad cuesta caro. Donde procurar defender los Derechos Humanos, es una difícil tarea. Donde mientras unos parecen haber sido capaces de hacer “cualquier cosa”, otros sufren duras penas por no haber hecho absolutamente nada.
España debería ser un país rico, lleno de diversidad, autosuficiente en recursos: por su cultura, por su tierra, por su sol, por su viento. Y sin embargo es un país empobrecido que cada vez tiene un sistema democrático más débil, donde la gente prefiere no decir lo que piensa y donde cada cual procura sobrevivir sin tener muchas complicaciones.
Dicen que esto es consecuencia de “haber perdido la guerra”, cuando en realidad, es consecuencia de que aquí no se ha puesto en su justo lugar a quienes dieron un golpe de Estado y mantuvieron un régimen fascista que aniquiló cualquier tipo de pensamiento democrático, libre, progresista. Y como aquellos dejaron las cosas “atadas” y nadie ha venido a desatarlas, nos cuesta entender que hasta hoy sigamos viviendo en una realidad más cercana a la de los tiempos de la dictadura que a los de una democracia plena como las de Europa.
Habrá quien piense que esta reflexión es exagerada. Claro, pues comparando nuestras libertades con las de nuestros abuelos, nosotros estamos mucho mejor. Evidente. La cuestión es que con quien deberíamos comparar es con otros países de nuestro entorno que sí enterraron al fascismo y dejaron muy claro las líneas que jamás volverían a cruzar. Eso aquí, jamás lo hicimos. Y llevamos cuarenta años esperando a que se pueda hablar claro y cerrar las heridas después de limpiarlas.
Estamos viviendo un momento crucial para dar el paso de una vez por todas, para poder construir un Estado democrático, que entierre al fascismo y que construya una sociedad fundamentada, de verdad, en las libertades y en el respeto a los Derechos Humanos.
Seguramente se piensa que el poco a poco va haciendo camino. Sin embargo, lo que yo veo es que cada día, aquellos que dejaron todo atado y bien atado, siguen sentados en los lugares de poder, lo ejercen sin disimular, prevarican, abusan, roban, mienten. Agreden, torturan, silencian y condenan arbitrariamente. Y cuando llegan desde fuera a decirles que lo que están haciendo es una barbaridad, el daño ya está hecho.
El problema, entre otros muchos, es que la sociedad, en su mayoría, vive ajena a lo que está pasando, porque quizás sea mejor vivir al margen sin tener que implicarse. Pero más tarde o temprano, termina sucediendo algo que te hace reflexionar, de una manera o de otra y es entonces cuando te toca darte cuenta de que has de comprometerte. Espero que con todo lo que se está viendo ahora la gente reaccione. Porque estamos viviendo un momento crucial para dar el paso de una vez por todas, el que no hemos dado en cuarenta años, para poder construir un Estado democrático, que entierre al fascismo y que construya una sociedad fundamentada, de verdad, en las libertades y en el respeto a los Derechos Humanos.
Me temo que estamos ante la última oportunidad que nos da la Historia para reaccionar.