Abríamos el mes de febrero con el posicionamiento público de los pediatras catalanes, que exigían suprimir el uso obligatorio de la mascarilla y las cuarentenas debido a los efectos negativos en el aprendizaje y en la salud mental de nuestros pequeños. En su comunicado público señalaban al cambio de paradigma en el manejo de la pandemia, que hacía necesario priorizar en la protección de los más vulnerables. Subrayaban a las escuelas como “plataforma diana donde implementar una desescalada más rápida que sirviera además como espejo para el resto de la sociedad”. La aparición de la variante ómicron, la inmunidad de la gran parte de la sociedad y el hecho fundamental de que este virus a los más pequeños prácticamente no les ha puesto en peligro hacen de las escuelas un lugar donde la “nueva normalidad” sea uno de los primeros escenarios para dar los pasos que abran camino al resto de lugares.
Ya en septiembre de 2021, según recoge el propio documento de la Asociación de Pediatras de Cataluña, varias comunidades autónomas habían planteado la propuesta de retirar las mascarillas en exteriores (patios de los centros educativos) ante la baja transmisión que se daba en ese momento. Recuerdan que las asociaciones de logopedas y de pediatras habían alertado de la posible repercusión negativa del uso de la mascarilla en el aprendizaje, en las relaciones y en la socialización de los niños. Pero el rápido aumento de contagios paralizó esta propuesta. A los pediatras catalanes posteriormente, dos semanas después, se unieron los vascos recordando los efectos negativos en el desarrollo emocional, en la educación, en la socialización y en la salud mental de los alumnos. Acto seguido, un día después del comunicado de los pediatras catalanes, el Govern anunciaba su intención de comenzar a eliminar las restricciones en los centros educativos.
El Gobierno de España eliminó la obligatoriedad del uso de mascarillas en exteriores (una decisión rechazada por la práctica totalidad de expertos) mediante la norma 115/2022, que comenzó a estar vigente desde el día 10 de febrero. Una norma que inmediatamente pasaba a desarrollarse en los distintos territorios, especialmente poniendo el foco en las escuelas y que, debido a su mejorable redacción creó una serie de confusiones. En Castilla La Mancha, como en otros territorios, sucedió algo sorprendente: los centros educativos, a través de comunicados enviados por sus directores y directoras, informaron a las familias de que, al retirarse la obligatoriedad de las mascarillas en el exterior, la normativa también apuntaba a la necesidad de poder mantener la distancia física de 1,5 metros. Interpretaron en el primer momento que, lamentablemente, los niños y niñas no podrían quitarse las mascarillas en los patios de los colegios porque no se podría mantener la distancia de seguridad. La reacción de las familias fue de sorpresa y de desagrado. Por eso se recurrió a la Consejería de Sanidad para solicitar aclaración al respecto, ya que muchos centros no tenían claro cómo proceder. Fue entonces cuando desde la consejería se envió una nota aclaratoria para que en los centros escolares se estableciera la eliminación de las mascarillas en los recreos, aclarando que no se aplicaba la necesidad de mantener la distancia de 1,5 metros entre los más pequeños. Aun así, hubo centros y territorios que siguieron sin querer interpretar la nueva normativa en este sentido, imponiendo todavía las mascarillas al aire libre entre el alumnado.
El siguiente paso, tal y como ya se ha anunciado, es eliminar el uso de las mascarillas en las aulas. El conseller de Salut, Josep Maria Argimon, ha afirmado que se caminará en este sentido, apoyándose en lo que precisamente acaban de pedir también desde la Asociación Española de Pediatría. El pasado día 15 desde la AEP presentaron una propuesta de calendario para retirar las mascarillas en el interior de las aulas, poniendo como fecha de inicio el 28 de febrero, donde se comenzaría a eliminar en los cursos de primero y segundo de primaria, para, de manera escalonada, avanzar en los siguientes grupos y llegar a los institutos el 28 de marzo.
Desde entonces hemos podido leer en distintos medios las explicaciones del doctor y epidemiólogo Quique Bassat, que es además coordinador del grupo de trabajo de Reapertura de la escolarización de la AEP. Bassat ha señalado que ómicron causa muy poca enfermedad clínica entre los niños y niñas; además, pone el foco en la importancia de cuidar el bienestar psicosocial de la infancia, que también pasa por acabar con los grupos burbuja. La propuesta que se hace desde la AEP no pierde de vista el virus pero prioriza la atención en casos de niños y niñas vulnerables, volviendo a la normalidad que pueda asegurar un desarrollo positivo de la comunidad educativa.
Sirva como ejemplo el protocolo de Dinamarca para los centros escolares, del pasado 14 de junio, donde se señala expresamente que los maestros no pueden dar sus clases usando mascarilla. Y precisamente se explica la importancia de poder tener el rostro visible para poderse comunicar con los alumnos. Como señalan los pediatras, el riesgo de transmisión del virus en interiores es entre 15 y 20 veces superior al que existe en entornos abiertos. Sin embargo, durante todo este tiempo en el que las aulas han retomado su actividad, los alumnos de educación infantil han estado en las aulas sin mascarilla, y se ha podido ver que aunque se han contagiado, la inmensa mayoría de los cuadros han sido leves. Por eso la propuesta es ir avanzando por grupos de edad para poder comprobar que, efectivamente, los contagios no generan brotes peligrosos.
Sobre la utilidad de las mascarillas se han escrito muchos estudios a lo largo de la pandemia. Evidentemente, en España no se ha oído a ningún experto poner sobre la mesa la cantidad de datos que cuestionan esta medida, y no solo eso, sino que han advertido de los peligros que podían acarrear. El tiempo nos permitirá entender por qué se ha ocultado el debate público, los datos, los estudios. El tiempo nos permitirá seguir conociendo qué beneficios ha reportado esto de las mascarillas, sin obviar los económicos: el escándalo del amigo de la presidenta de Madrid y su hermano es la punta del iceberg, ya que sería interesante revisar quiénes han llenado sus bolsillos durante esta pandemia gracias a normas sin base científica que nos han obligado a comprar sus productos. Porque hemos tragado con todo: con pagar productos que nos han “vendido” como obligatorios, también, cuando lo lógico habría sido que, si nos iban a multar por no llevar una mascarilla en la calle, debiera haber sido la administración pública la que hubiera debido proveernos de ellas sin generar gasto para nosotros (y sobre todo, un enriquecimiento de los empresarios que se han dedicado a venderlas). ¿Detrás de las mascarillas ha habido interés económico? La evidencia salta a la vista. Como también lo ha habido detrás de las pruebas y tests rápidos: poco a poco sabremos los nombres de quiénes se han forrado a base de vender, vender y vender, aunque los resultados pudieran no ser fiables.
Los niños han sido los que más y mejor han cumplido las normas, porque realmente se han convencido del relato que los mayores les hemos contado
Pero no nos desviemos del asunto principal: la importancia de eliminar las mascarillas en las aulas. Los efectos psicológicos que la cara tapada supone para los niños y niñas es una cuestión que comienza a contarse en Cataluña y poco a poco también en España. Pero vamos tarde, como casi en todo durante la pandemia. Todavía no somos conscientes de lo que ha implicado en los más pequeños el hecho de haberles inoculado el miedo a algo invisible, que puede contagiarte cualquier amiguito mientras juega contigo, como hacía antes. Los niños han sido los que más y mejor han cumplido las normas, porque realmente se han convencido del relato que los mayores les hemos contado (un relato que ni siquiera los mayores teníamos claro) y que ahora toca desmontarles. No somos conscientes, repito, de qué manera hemos podido influir en su mentalidad cuando se les ha regañado en el colegio por no llevar bien puesta la mascarilla (algo que muchas veces pasa sin darte cuenta). Hay centros “educativos” que han establecido sistemas de “castigo” para aquellos que no se preocupaban por llevar puesta su mascarilla correctamente; se ha establecido también entre los niños un señalamiento de los demás. Y una vez que las mascarillas se han eliminado de los patios, ha venido la sorpresa. Los niños, sobre todo los adolescentes, no quieren quitárselas.
Los adultos no nos esperábamos esta reacción. Pero se está dando, y parece ser que de manera muy generalizada. Los más pequeños son reacios a quitárselas en algunos casos porque tienen interiorizado el miedo al virus. Lógico: les hemos insistido tanto que ahora hay que contarles una nueva versión de la historia y conseguir que pierdan el miedo. Los más mayores, resulta que ahora se sienten más cómodos si tapan sus granos, sus complejos. ¡Sorpresa! No se quieren quitar las mascarillas porque han pasado a formar parte de un velo que les “protege” y les hace sentirse más seguros. Algo que va de la mano con el terrible daño que están haciendo redes como Instagram, en la que “poner filtros” a las fotos que comparten es la norma habitual. Ya hay estudios que señalan los graves problemas psicológicos que estas nuevas tecnologías están infligiendo en los adolescentes, pues están destrozando su autoestima. Este video refleja muy bien el problema con el que nos vamos a encontrar ahora:
Hay centros en los que se están poniendo en marcha programas de ayuda psicológica para acompañar a los alumnos en la retirada de las mascarillas. Una medida necesaria en todos los sentidos.