La llegada de la pandemia causada por la covid-19 está suponiendo giros inesperados, cambios difíciles de entender, enfrentamientos entre quienes hasta ahora eran aliados, y alianzas entre quienes hasta ahora había distancia.
Llevo un tiempo observando las reacciones de la gente, tanto entre mi círculo de amistades, familiar y en las redes sociales. Mirándolo con una cierta distancia y haciendo un análisis de la situación, observo que se están produciendo cambios importantes que me llevan a hacerme preguntas y a reflexionar.
Todo cambio es buena oportunidad para pararse a observar y meditar. De hecho, creo que deberíamos hacerlo más de lo que lo hacemos.
Cuando militaba en un partido político, recuerdo cómo al inicio llegué ilusionada, con ganas de participar y aportaba allí donde me proponían. Todo parecía integrador, positivo, y yo solamente veía un clima excelente de trabajo, buenos compañeros por todas partes. Así fue mientras yo "hacía lo que tenía que hacer". Lo que "oficialmente" era lo establecido.
Desde aquella perspectiva, al poco tiempo, empezaron a aparecer los "disidentes" y mi visión inicial respecto a ellos era negativa.
Desde el lugar en el que yo estaba, absolutamente ignorante de todo lo que se encerraba en esa disidencia, de sus razones y argumentos, a mí me parecían personas extrañas, beligerantes, con ganas de bronca, de llamar la atención, de discutir porque sí. Hasta que fue pasando el tiempo y fui conociendo el origen de algunas batallas intestinas, los fundamentos, los argumentos. Y comencé a hacerme preguntas.
Recuerdo cuando rompí la barrera y me acerqué en Bruselas a esos que llamaban "el sector crítico". No confiaba en absoluto en ellos, pero quise saber por qué estaban tan "enfadados", por qué "todo les parecía tan mal". Y me sorprendí, pues encontré en ellos unas razones muy bien argumentadas, con datos, con referencias que me parecieron muy interesantes. Lo primero que hicieron fue prestarme libros, textos para que yo pudiera sacar mis propias conclusiones. Fue entonces cuando comencé a darme cuenta de que podía estar de acuerdo con ellos en buena parte de las cosas que planteaban. Con el tiempo empecé a sentirme distanciada del "oficialismo", en un punto medio entre mis "orígenes" y la recién conocida "disidencia".
Empecé a darme cuenta de que los de la corriente crítica manejaban textos, datos, información y técnicas de debate que no se daban, ni de lejos, en el sector oficial, donde todo se basaba en "argumentarios" elaborados por los "jefes", sin posibilidad de debatir, sin posibilidad de pensar mucho. Un trágala de manual. Eran "lentejas". Hacerte preguntas estaba mal visto. Plantearlas en público, motivo de ataques, mofa, descrédito. Había que tener las ideas muy claras si querías plantearlas, y a pesar de ello, sabías que tus "contrincantes" harían lo que fuera menester para desactivarte.
Comencé a frecuentar las asambleas y conferencias que organizaban los críticos, donde me sentía mucho más informada que antes y donde sentía que mi militancia política me aportaba conocimiento y capacidad de análisis.
Fue entonces cuando comencé a estar en el disparadero del sector oficial, porque ya se sabe que "o estás conmigo, o estás contra mi". Comenzaron las mentiras y ataques hacia mi persona y mis compañeros, sin entrar casi nunca a debatir sobre el contenido de las ideas presentadas.
Pasó el tiempo, dimos una fuerte batalla dentro del partido, hasta que en mi experiencia sentí que se nos utilizaba como la disidencia necesaria para justificar una "democracia interna" que en realidad no existía. Nosotros trabajábamos los temas, los estudiábamos, los contrastábamos, pero sistemáticamente teníamos que enfrentarnos a trampas, una detrás de otra, para poder sencillamente tener un turno de palabra en un lugar donde nadie nos escuchaba. No tenía sentido. Era realmente una pérdida de energía, de tiempo y de paciencia. Decidí marcharme, como otros de mis compañeros, para seguir aprendiendo, estudiando y expresando mi opinión sin tener que aguantar guerras estériles que solamente pretendían destrozar al quién en lugar de debatir sobre los argumentos de fondo.
Hacerse preguntas es el primer paso para asomarse "al otro lado". Y el otro lado asusta porque no te ofrece seguridad, no te ofrece protección ni te da confort, sino todo lo contrario
Aprendí entonces que para poder tener una idea sobre cualquier cuestión es muy importante asomarse a ver lo que dicen "los disidentes". Porque ahí es donde encontrarás la clave para o bien reforzar tus argumentos iniciales, o bien abrirte a entender que hay una escala de grises entre el blanco y el negro.
Normalmente "la razón" se encuentra ahí, en el punto intermedio. Pero para hallarla debes hacer un recorrido por todas las tonalidades antes de sacar conclusiones.
Con cualquier asunto que he tenido frente a mí ha sido siempre lo mismo. Sin ir más lejos, el de la soberanía de Catalunya. Un asunto que mis queridos lectores conocen de sobra.
Partir desde un lugar donde hay un único pensamiento considerado como válido, "el españolista", en mi caso, para asomarse al "independentista" y descubrir que hay buenas razones y argumentos para defender la autodeterminación de los pueblos, la soberanía, para denunciar los abusos que hacen que cientos de miles de personas necesiten expresarse y sentir que pueden tomar decisiones, no fue una labor sencilla. Pero resultó apasionante y esclarecedora.
Entender que el conflicto sobre Catalunya, en realidad, es una cuestión de democracia no era muy complicado si de verdad se quería entender lo que sucedía. Pero requería hacer el esfuerzo por quitarse los prejuicios que tratan de imponernos y asomarse a escuchar, leer, dialogar con la sana intención de entender al otro.
Asomarse al otro lado siempre supone un esfuerzo, pues hay que salir de tu supuesto lugar de confort y asumir que te caerán palos de todas partes. Siempre es igual, estar en el medio de una situación polarizada hará que las críticas vengan por doquier: unos desconfiarán porque no te alistas en sus filas y los otros te verán como una desleal. Pero toda experiencia, cuando se basa en un punto de partida honesto, merece la pena. Siempre. Solamente hay que tener paciencia, pues el tiempo termina poniendo todo en su justo lugar.
Ahora con la dichosa pandemia vuelvo a ver lo mismo: la irracionalidad por bandera, la cerrazón y la incapacidad de establecer debates sanos, sin prejuicios, con el ánimo de entender el qué y el porqué sin pretender machacar al quién. Una tarea casi imposible en España, donde el deporte nacional es, sencillamente, destrozar al que no piense como tú quieres que piense. O al menos que se exprese como a ti te interesa.
Vemos ahora cómo los medios de comunicación y los principales líderes políticos se suben al carro de la importancia de que todo el mundo esté vacunado.
No se da la opción de hablar, siquiera, de los derechos que nos amparan, de la realidad que establece que el sometimiento a un tratamiento médico debe ser libre, informado y consentido. ¿Ha escuchado usted en algún momento al presidente del Gobierno o a alguno de sus ministros hablar del consentimiento informado? Pues no se puede obligar a una persona a someterse a ello si no lo considera apropiado por la razón que sea.
Por el momento, en España la Constitución protege a las personas que decidan libre y conscientemente no vacunarse. Las normas internacionales también amparan este derecho. Aunque esto no se lea, no se escuche y muchas veces parezca lo contrario. Habrá leído usted que Austria impone la vacunación obligatoria desde el mes de febrero del próximo año, cuando en realidad lo que deben hacer previamente es debatirlo en sede parlamentaria. Las calles de Viena han comenzado este fin de semana a llenarse de personas que protestan contra esta vulneración de sus derechos fundamentales. Y tendrá recorrido, seguro.
El tratamiento no significa que las personas vacunadas deban dejar de tener precauciones, un hecho sobre el que poco se ha incidido
Vivimos de nuevo un tiempo en el que hay una gran parte de la sociedad española (no sucede lo mismo en otros países europeos) que prefiere seguir las recomendaciones oficiales sin hacerse demasiadas preguntas. Hacerse preguntas es el primer paso para asomarse "al otro lado". Y el otro lado asusta porque no te ofrece seguridad, no te ofrece protección ni te da confort, sino todo lo contrario. Sobre todo cuando se está queriendo etiquetar a quienes tienen legítimas dudas y defienden los derechos fundamentales como gentes de "extrema derecha", como si no hubiera una inmensa cantidad de gente que no tiene nada que ver con esta ideología. Volvemos de nuevo a ver la vieja estrategia de atacar al quién, en lugar de argumentar y debatir ideas y datos.
Plantearte que quizás las cosas no se estén haciendo bien, que se esté ocultando información de manera deliberada, que no se estén garantizando medidas de seguridad por parte de quienes deberían velar por ello, que las empresas privadas están campando a sus anchas sobre derechos y libertades, genera una sensación de abandono y soledad muy delicada a la que no apetece enfrentarse.
Nos han presentado una afirmación incuestionable: veríamos la luz al final del túnel en cuanto tuviéramos vacunas. Así se dijo desde el principio, poniendo toda fe y esperanza en la llegada de los viales. Hay expertos que señalan que el hecho de llamar vacuna a un tratamiento ya pervierte la cuestión, puesto que la mayoría de la gente sabe que las vacunas han sido fundamentales en la historia para erradicar enfermedades. Las vacunas son comúnmente aceptadas por la gran mayoría social. Así que llamar a un tratamiento vacuna contará con la aceptación, de entrada, de la gran mayoría. Todos asumiríamos inmediatamente que una vacuna nos salvaría de la pandemia.
Sin embargo, se ha ido descubriendo poco a poco que estas "vacunas" no garantizan la protección de quienes se las ponen. No funcionan como lo que la mayoría entendíamos como "vacunas": te protegen durante un tiempo (un tiempo indeterminado que se va conociendo sobre la marcha, que tiene su fecha de caducidad, razón por la cual se tienen que ir poniendo sucesivas dosis, ya que su efectividad se reduce), pero no te hacen inmune del todo. No son esterilizantes.
Se sabe que han hecho que muchas personas vulnerables no hayan desarrollado la enfermedad de manera grave, salvándoles incluso de la muerte. Es cierto. Al menos hasta ahora así ha parecido ser. Pero también están causando daños en miles de personas de los que poco se informa. No se realiza un seguimiento de las personas inoculadas en un tratamiento que, debido a la urgencia, está siendo experimental. Revisen cómo se ha modificado el concepto de pandemia, de vacuna, las autorizaciones de urgencia ―que no aprobaciones―, y la flexibilización de los tiempos necesarios para el común de los tratamientos experimentales.
Con la llegada de las actuales olas que acompañan al frío se comienza a ver que la protección de estos tratamientos no está siendo tan útil como se esperaba, o al menos como nos dijeron. Las personas vacunadas se están infectando de nuevo, están entrando en los hospitales y en algunos casos están falleciendo. Por lo tanto, el tratamiento no significa que las personas vacunadas deban dejar de tener precauciones, un hecho sobre el que poco se ha incidido. Más bien, se quiere dar la sensación de que las personas vacunadas son las que pueden ir a determinados sitios, juntarse entre ellas, y de alguna manera, "relajarse" (este es uno de los principales riesgos del llamado pasaporte covid o tarjeta verde). Porque son personas que, estando probablemente protegidas ante una enfermedad grave o la muerte, no dejan de tener posibilidades de contagiarse y, lo que es más importante hablando de pandemias, contagiar a otros.
Señalaba un estudio de The Lancet publicado a finales de octubre que los contagios en el ámbito doméstico se producen en términos muy similares entre personas vacunadas y no vacunadas. La carga viral y la capacidad de contagio en principio es menor entre las vacunadas. Pero éstas también pueden contagiar a otros, por lo que deben mantener la precaución y extremar las medidas de protección para sí mismos y también para los demás.
Sin embargo, el mensaje que se da continuamente es que los que son un problema son las personas que han decidido no someterse a este tratamiento. Podría plantearse la cuestión al contrario, teniendo en cuenta que quizás los vacunados vivan más ajenos a su capacidad de contagiar y deberían ser los no vacunados los que se tendría que proteger en lugar de culparles. Sería una opción a la hora de plantear un mensaje solidario y de cuidado. Pero se ha decidido hacer, deliberadamente, todo lo contrario.
¿Está la mayoría de la sociedad vacunada tan preocupada por la salud de los no vacunados? ¿O hay algo más en esta generación de odio?
Personas que hasta ahora no han tenido confirmada la infección y que no se han inoculado el tratamiento han sido confinadas de manera selectiva y discriminatoria en Austria esta semana, explicando de alguna manera que ellos son el peligro para la sociedad, cuando quizás sea al revés: se les intenta proteger ante la posible propagación del virus por parte de los vacunados. Es una posibilidad, y según señalan algunos expertos, no es remota.
Hablamos de personas que han sabido protegerse del virus durante todo este tiempo, por lo que se supone que han sido responsables, que se han cuidado y que han tenido "la suerte" de no contagiarse. Hablamos de personas que, por la razón que sea, han confiado en que por el momento preferían mantenerse como estaban, sin haber podido contagiar a nadie en todo este tiempo al no haber tenido confirmada la infección.
Podrían haber sido asintomáticos y tener anticuerpos naturales, por lo que, en ese caso, estarían incluso más protegidos que las personas vacunadas ―señalan distintos estudios que la inmunidad natural sería más duradera que la derivada del tratamiento―. Pero por alguna razón se está poniendo el foco en personas sanas que han decidido libremente quedarse como estaban.
Se empeñan en subrayar que los hospitales se están llenando de gente no vacunada. Unos datos que, por cierto, cuando nos asomamos a las cifras oficiales por ejemplo en Catalunya, o en Reino Unido, podrían ser cuestionables, pues ya se anuncian elevados números de casos entre personas vacunadas. Dicho sea de paso que en Reino Unido plantean considerar oficialmente "no vacunado" al que no se ponga las siguientes dosis de la vacuna. O sea, que pone en la casilla de salida a los que se hayan vacunado, pero no lo "suficiente".
En estas circunstancias, yo me pregunto: ¿por qué se persigue y acusa a quienes, según la teoría oficial, estarían poniéndose a sí mismos en peligro, esto es, los no vacunados? ¿Está la mayoría de la sociedad vacunada tan preocupada por la salud de los no vacunados? ¿O hay algo más en esta generación de odio?
Acusan a los no vacunados de "colapsar los hospitales". Sin embargo, no escucho a nadie apuntar al hecho de que el colapso pueda deberse a los recortes que se producen continuamente en el servicio sanitario. Basta con mirar lo que se ha hecho con los trabajadores que fueron contratados en la primera etapa de la pandemia: todos a la calle. Basta con ver el cierre de plantas de hospitales, o cómo se están configurando los presupuestos de comunidades como la de Madrid, donde no plantean una inversión necesaria en la sanidad pública. Invertir más en lo que hace falta, que es de todos, sería la opción correcta en lugar de perseguir a gente que está cubierta por la ley en su decisión.
Pero la culpa se la quieren echar a las personas que no se quieren someter a un tratamiento del que es legítimo tener dudas.
Esta situación está generando que personas que han defendido el derecho a decidir, que han denunciado la manipulación de los medios de comunicación durante los últimos años, las últimas décadas ahora actúen de manera absolutamente contraria a esas ideas, persiguiendo y señalando a quienes actúan defendiendo su derecho a la autodeterminación y capacidad de elegir frente a un tratamiento médico. Es una incoherencia absoluta y necesita una reflexión por su parte.
Como de la misma manera resulta sorprendente cómo desde la izquierda no se escuchen suficientes voces que denuncien los atropellos a la normativa hasta ahora vigente en lo que a transparencia, información al paciente y derechos de la ciudadanía se refiere. Atropello a los derechos fundamentales. Sorprende, pues ahora resulta que la industria farmacéutica ha pasado a ser fiable, como si no hubieran sido responsables de actividades delictivas por las que han sido condenadas durante toda su existencia.
Es sorprendente ver cómo hemos perdido la capacidad de generar un debate sano, de respetar a los demás, siguiendo el mantra absurdo de acusar a personas sanas de ser causantes incluso de muertes. Una aberración.
Resulta sorprendente cómo desde la izquierda no se escuchen suficientes voces que denuncien los atropellos a la normativa hasta ahora vigente en lo que a transparencia, información al paciente y derechos de la ciudadanía se refiere. Atropello a los derechos fundamentales
Paremos por un momento y pensemos si no estamos corriendo demasiado. Si no estamos queriendo mirar a otro lado deliberadamente cuando nos ponen frente a los ojos los datos que apuntan a que podría no estar siendo como nos lo quieren contar. Dejemos un margen de duda razonable y escuchemos distintas voces expertas sobre lo que pudiera estar sucediendo.
Porque la ciencia no es una, ni es libre. La ciencia tiene en su comunidad distintos profesionales que sostienen teorías diversas, sustentadas en diferentes estudios, que van avanzando a medida que van demostrándose o refutándose las teorías. Lo que hoy parece blanco puede ser mañana gris, o incluso negro. Y tiene millonarios, multimillonarios intereses económicos por los beneficios que reporta. Asómese a ver qué inversiones públicas se han hecho en las empresas privadas, confiando plenamente en ellas, mientras no se apuesta por investigaciones públicas que están intentando desarrollar vacunas que, por ejemplo, sí cortarían la transmisión a otras personas, como está desarrollando sin prácticamente ayuda el CSIC.
Existen doctores, catedráticos en el ámbito de la ciencia que cuestionan la manera en que se está actuando en esta pandemia y denuncian la falta de cuidado a los pacientes, la falta de información, la falta de un debate abierto donde todos los datos sean expuestos con claridad para poder sacar conclusiones.
En estas circunstancias cambian sorprendentemente los compañeros de viaje: personas que siempre habían defendido la sanidad pública y universal aparecen ahora diciendo que aquella decisión de Singapur, la que consiste en hacer que las personas no vacunadas tengan que pagar de su bolsillo la atención hospitalaria si se contagian, les parezca correcta. ¿Nos estamos volviendo locos? ¿No nos damos cuenta de que si comenzamos a pensar así acabaremos culpando a la gente de todas y cada uno de las conductas que consciente o inconscientemente lleven a cabo y les puedan causar daños en su salud?
Estas circunstancias están consiguiendo que tengamos enfrentamientos entre una población que, finalmente, vive sometida al miedo y a la incertidumbre y termina por enfrentarse entre ella en lugar de mirar hacia donde realmente estaría el origen de tanta inseguridad.
Nadie tiene la posesión absoluta de la verdad, y el principio de prudencia está quedando enterrado, cuando es el que más falta hace en una sociedad diversa donde estamos condenados a convivir.
Espero que sirva esta humilde reflexión para una llamada a la calma, una parada en este camino donde el odio y la rabia se extiende entre gente que solamente quiere cuidarse y que en ningún caso se plantea, por lo más remoto, contagiar a nadie.
Ya estén vacunados o no lo estén.
Seamos un poco razonables y pongámonos en la piel del otro: aprendamos a comprender las razones y los miedos y, sobre todo, a respetar las decisiones que dentro del marco legal actual podemos tomar. Ninguna persona es responsable de la muerte de otros en lo que a contagios se refiere. Cortemos en seco este tipo de planteamientos que nos harán daño a toda la sociedad.
No bajemos la guardia aunque estemos vacunados y, sobre todo, por encima de todo, no dejemos de hacernos preguntas ni de buscar respuestas. No tengamos miedo de conocer las razones que hay al otro lado.