El Govern recuperará la bendición de rosas este Sant Jordi. Lo explicó este lunes Ramon Espadaler —evidentemente— en Ràdio Estel —evidentemente—. Espadaler señaló que el Govern del PSC defiende una política de laicidad positiva y que, por lo tanto, "se reivindica el hecho religioso en la vida colectiva", porque "sabemos que las creencias pueden aportar valores muy positivos a la sociedad". Cuando dice "sabemos" entiendo que el conseller de Justícia i Qualitat Democràtica se refiere a él mismo y al president Illa, y que este plural inconcreto no abarcar al alcalde Collboni y las luces inclusivas de las pasadas Navidades. El gesto del Govern socialista, no obstante, resulta interesante de leer porque esconde un fondo revelador: los socialistas ejercen el poder bastante desacomplejadamente —y entienden hasta qué punto uno puede hacer jugar la simbología a favor de su relato— para que forzar lo que en principio es el marco ideológico convencional —denominarse gobierno de izquierdas y recuperar una bendición— no tenga ninguna consecuencia aparente para la coherencia interna y externa de su discurso. Con la sorna de presentarlo como un paso más hacia la recuperación de la normalidad institucional, bastas para que todo quede atado y bien atado. Así, los socialistas pueden operar por encima del eje social clásico —o por encima de la chapucería de una parte de la izquierda para comprender conceptos como laicismo positivo— con el compás de la lógica dirigido únicamente por sus anhelos de mando y pacificación.

Todos los vacíos que el nacionalismo político, intelectual e institucional ha renunciado a llenar en las últimas décadas, el socialismo de la pacificación nos los girará en contra en nombre de la normalidad institucional

Que este tipo de cosas estén al alcance de los socialistas para engrosar su discurso normalista, hace explícito hasta qué punto descafeinar símbolos y tradiciones, la política del "Govern del 80%" de Pere Aragonès, fue una absurdidad contraproducente. Que ser catalán no signifique nada no es ningún atajo para que todo el mundo pueda sentirse como tal: si ser catalán no significa nada, si la identidad está vacía, abrazarla es abrazar la nada. En este plano teórico, los símbolos —que en este país han sido sobados hasta el sinsentido— importan porque ofrecen unos puntos cardinales, un imaginario, un vínculo sentimental que puede convertir la idea de nación en un cúmulo de experiencias personales con un común denominador. Eso, que es valioso porque sobrepasa la política de partidos y ofrece una vía de construcción de la catalanidad menos vinculada a la actualidad política, también lo es porque revela el arraigo y el bagaje histórico de nuestras instituciones. La posición sesentista de ERC en este tipo de asuntos, ineficaz para comprender hasta qué punto existen símbolos y tradiciones que nos explican a pesar de nuestras posturas ideológicas o religiosas presentes, ha sido primordial para laminar el imaginario de la nación. Con el govern de Aragonès, se dejó de convocar —que no de celebrar— tanto la misa de Sant Jordi como la de la Virgen de Montserrat, para no tener que hacer el esfuerzo de explicarlas desde el laicismo positivo preservando su gesto patriótico. Otro ejemplo bastante revelador de esto que escribo fue la desaparición de las armas largas de la Guardia de Honor de los Mossos d'Esquadra por puro capricho.

Haber dejado vacíos simbólicos ofrece a los socialistas la posibilidad de reforzar desde este mismo simbolismo institucional, desde este marco de "normalidad", la idea de que es posible una Catalunya catalana dentro de una España española. Que lo que deberíamos poder vivir más o menos desacomplejadamente —que Sant Jordi, nuestro patrón, es un santo— puede ser vivido desacomplejadamente en la Catalunya pacificada. Que no hay que renegar de las tradiciones —porque ya les va bien convertirlas en folclore mortecino sin consecuencias sobre el relato nacionalista— y que, al mismo tiempo, no hay que renegar de la españolidad. Es la maniobra cosmética perfecta de una disputa que los socialistas ganan por incomparecencia de la otra parte, por el sentimiento de inferioridad que lleva a no publicitar una misa el día del santo patrón del país, a no bendecir unas rosas, a no poder decir: entiendo el símbolo, respeto la historia, me hago responsable de su valor. Todos los vacíos que el nacionalismo político, intelectual e institucional ha renunciado a llenar en los últimos quince, veinte y treinta años, el socialismo de la pacificación nos los girará en contra en nombre de la normalidad institucional con el mismo método con el que ahora se hace suyos los mantras de Pujol. La anormalidad institucional de los últimos años —por dejadez, por laicismo mal entendido, por desarme voluntario de la retórica y la simbología nacionalista— permite a los socialistas explicar que la normalidad institucional son ellos.