El president Torra presentó ayer un plan de gobierno digno de un estadista, una continuación lógica de su memorable charla en el TNC, probablemente el mejor discurso que hayamos escuchado en este compás de espera entre la post-autonomía y la pre-independencia, una hoja de ruta trufada con la recuperación de las leyes sociales y la adecuación política a las nuevas tecnologías que sólo podríamos adjetivar como visionario. Tras el extraordinario Fórum de las Culturas, que llenó de shawarmas nuestro espléndido Besòs, el 131 anunció la creación de un Fórum Cívico y Social Constituyente que marcará las bases de la futura Constitución catalana, una carta magna en la que, por primera vez en la historia, todo el mundo podrá participar abiertamente con aportaciones, apostillas y preguntas (dicen que la escita por Santiago Vidal ya ha pasado a mejor vida, pero ello es tema menor).
La libertad va a llegar. Con la aplicación de la agenda social, a partir de la cual se garantizarán los derechos básicos como las aspirinas y la vivienda, la base del independentismo se ensanchará hasta llegar prácticamente al ochenta por ciento de la población (¿quién no querría médico y casa sin pagar, señora?) y de tal guisa acabaremos con el globo del independentismo mágico que con tanta ciencia esta pinchando el estimable Joan Tardá, que quedará igualmente ensanchado de placer. Será así, insisto, como la sólida mayoría independentista se zampará el universo de los comuns y, gracias al esfuerzo mediador de Gabriel Rufián y de Carles Campuzano, Pedro Sánchez no tendrá más remedio que indultar a nuestros presos y convocar un referéndum de autodeterminación para Catalunya. De hecho, Puigdemont se equivoca pidiendo una votación pactada: será el propio Sánchez quien, de rodillas, nos la regalará de gratis.
No sé cómo he podido dudar tanto tiempo de esta segura victoria. La pasada Diada, os lo aseguro, será la última del autonomismo
Previo a ello, antes os tenéis que preparar para la lucha que significaran las próximas elecciones municipales, donde Esquerra ha tenido la sagaz dignidad de presentar a un candidato preparadísimo y conocedor del terreno como es Ernest Maragall. De hecho, es necesario que el soberanismo deje de lado sus diferencias y, como recordó la colega Pilar Rahola en el FAQS de TV3, el PDeCAT debe cederle el liderazgo al antiguo arquitecto del ayuntamiento más importante del PSC y complementar una lista única que seria imbatible en la capital. Visto que el maragallismo es la referencia, que pongan ahí también a Ferran Mascarell, que siempre queda bien, y que se complemente la candidatura con el retorno de Joan Clos, Jordi Mercader y a su vez, como colofón simbólico con el olimpismo del 92 en la capital, los medallistas Fermín Cacho, José María van der Ploeg y Conchita Martínez. También, si es que está disponible, yo contaría con Baltasar Garzón, que conoce el independentismo como la palma de su propia mano.
Con la capital conquistada, y cuando Ada Colau deba dedicarse inexorablemente a volver a la facultad de Filosofía para acabar los putos créditos de libre elección, el país libre sólo será cosa de pocos meses. No sé cómo he podido dudar tanto tiempo de esta segura victoria. La pasada Diada, os lo aseguro, será la última del autonomismo. Ya veréis como al abrir la ventana de vuestro salón podéis ver como resplandece, estupendísima ella, nuestra anhelada Ítaca.