A cada nuevo indicio de corruptelas en el PP, el soberanismo acostumbra a saltar con esa alegría resentida de cuando se ve al enemigo mareando la perdiz y Rajoy haciéndose el sordo como si la cosa de la Púnica y del Gürtel no fuera con él, lo cual sirve a la peña indepe para hacer chistes sobre Don Tancredo y a Enric Juliana para escribir artículos floridos sobre el relativismo moral del presidente español. En efecto, Rajoy trama la política con la misma actitud de cuando hace eso de andar deprisa preparado con chándales de pobre, actividad motriz que no es ni andar ni hacer el galope, pero con la cual el presidente español, con el mentón subido y gallardo como un opositor que ha pasado a la próxima frase del examen, va esquivando los charcos con la satisfacción de enterrar a todo dios que se burla de él. Rajoy vive siempre tranquilo, porque –al fin y al cabo– la justicia le enchirona a los enemigos que tiene en su casa.
No he escuchado las mismas muestras de indignación de la tribu con el silencio de Artur Mas en todo el lío de Germà Gordó, quien ayer despachaba aquello que antes conocíamos como una imputación con un tuit tan bonito como histórico: "Meditado. Decidido. Diputado no adscrito. Servicio público. Ilusión. País Abierto. Centrado. Libre. Justo. ¡Viva Catalunya!" ¡Con dos cojones y una prosa sin verbos, Germà! ¡Y después nos dirán que eso del centro político no existe o que es cosa de cobardes y de tibios! Pero lo más jodido no son los haikus del antiguo conseller de Justícia, sino el silencio sepulcral de su primer valedor político. Pascal y Bonvehí ya han conseguido presionar para que Gordó abandone a los pedecators, con lo cual será interesantísimo ver las intervenciones del diputado exiliado en el Parlament, especialmente aquellas en que en Germà esté de acuerdo con las resoluciones de Junts pel Sí.
¿Dónde estás, president? Este vacío de silencio, como es evidente, no pretenderás que te lo salven Pascal y el pobre Bonvehí
Pero el silencio de Mas, faro del procés y referente internacional de la cosa nuestra, es todavía más hiriente que las (legítimas) filigranas de su antiguo hermano con el fin de sobrevivir. La obsesión de convergentes y de los nuevos pedecators con proteger la figura del antiguo Molt Honorable 129 puede llegar a resultar contraproducente. En la polémica sobre la posible inculpación de Convergència por parte del patronato del Palau de la Música, Mas mantuvo su actitud sepulcral, quietud perfecta que llevó la mística de John Cage a los senderos de Sant Pere més Alt. Nuevamente, en medio de un caso como el de Gordó, que religa la Convergència pujolista con la financiación de las primeras etapas de Mas como líder, el silencio ha sido la pauta. La pregunta, a estas alturas, es obligada. ¿Dónde estás, president? Este vacío de silencio, como es evidente, no pretenderás que te lo salven Pascal y el pobre Bonvehí.
No podemos escandalizarnos con los silencios tancredianos de Rajoy y permanecer plantados con la actitud del 129, simplemente porque sea un activo del procés, sobre lo cual –dicho sea de paso– haría falta dar un par de vueltas. De la misma manera que sonreímos cuando Rajoy habla de Bárcenas como si fuera un conserje del PP que se fichó por error y del cual él no tenía ninguna noticia, subsumir el caso Pujol a un asunto meramente familiar, como había hecho Mas en el pasado, y creer que eso de Germà Gordó se acabará a base de cerrar la boca no parece la mejor solución. A partir de ahora, en el Parlament habrá un político imputado a causa de la trama de un partido, por mucho que se esconda en el Grupo Mixto. Repito la pregunta: ¿dónde estás, president? ¿De todo eso, nada que decir? ¿Ahora no toca? Diría que, después de dar un paso al lado, lo que tocaría ahora es hacerlo adelante y, si no es molestia, abrir la boca.