Este artículo va de un hombre inteligente que merece el éxito obtenido por la gran mayoría de sus productos audiovisuales, así como de uno de los pocos comunicadores de su generación que ha tenido la pericia de traducir la popularidad en hacer pasta. En casa, medio yanqui de espíritu y poco tendentes a la envidia, lejos de enojarnos, eso del triunfo ajeno y del billete siempre nos ha puesto morcillones. Aparte, yo he crecido con Toni Soler; afiné el humor con Malalts de tele y Minoria absoluta y, todavía hoy, algunos de los gags de Polònia me hacen reír y pensar al mismo nivel del teatro satírico de nuestro genio Boadella. A pesar de llevarnos unos cuantos años, con Toni hemos compartido maestros y referentes, es de las personas que me aguantaría una comida de horas sin hacerme bostezar y, salvado el pequeño detalle de considerarnos mutuamente despreciables, seguramente coincidiríamos en la mayoría de asuntos de la cosa pública.
Desde que peino canas y el presente me regala más bien pocas sorpresas, he asumido que siempre será mejor disparar contra alguien que valga la pena que perder el tiempo magullando los defectos a los cojos. Si hoy escribo sobre Toni es, en definitiva, porque su cinismo mayúsculo y su espantosa hipocresía, cuando menos, supuran neurona y gracia. Bien, al grano. Como la mayoría de la élite periodística del país, Soler sabe y ha sabido siempre de primera mano que la clase política catalana no ha tenido nunca la intención de culminar un proceso hacia la independencia. Toni lo tiene claro, y no sólo porque conozca bien a su amigo Junqueras, sino sobre todo porque entiende de historia de Catalunya y el espíritu insensible de su protas. Sabe, en definitiva, que los políticos de ahora sólo vivirán para repartirse las migajas del autonomismo mientras aprovechan las lágrimas de la represión.
A pesar de imitar a la mayoría de políticos del país, a menudo humillándolos con crudeza en el Polònia, Soler no podría haber soñado jamás convivir con una élite de mandatarios más adecuada a su negocio. Justamente porque conocía de primera mano la naturaleza satírica del procés, ha podido hacer que su hijo televisivo predilecto viva naturalmente el tráfico de instigar el independentismo a criticar a sus líderes. Toni, insisto, podría haber firmado punto por punto muchas de mis columnas, pero ha preferido filtrar su credo de un humor pretendidamente crítico, caro sabe que la mascarilla de la befa no hará pupita al espíritu de los lacistas que conforman su audiencia. Después de la pantomima del 27-O, Soler podría haber aprovechado su rol comunicativo y la información que tenía para denunciar la estafa y sus falsarios portavoces, pero ha preferido alargar la comedia y seguir chupando la teta.
En este sentido, Toni sabe que la carta blanca le durará muchos años, porque los políticos también lo toman por inofensivo. Cuando alguien lo acuse de blando con el poder, siempre podrá sacar a pasear a Jair Domínguez y a Toni Albà para que le exciten a las abuelas con su humorismo de daga y puñal. Cuando los niños crucen el Rubicón del ensañamiento, le llamen "puta" a Arrimadas o se pasen con los Mossos, él pondrá voz al juicio, hará ver que los riñe, y santas pascuas. Hasta aquí, insisto, la opción que ha escogido Soler puede ser tan hipócrita como se quiera, pero nadie le podría dejar de reconocer mucha habilidad. De hecho, no sería ni el primero ni el último catalán que haya llenado la faja de billetes agitando los instintos revolucionarios de la tribu mientras explota la frustración. En eso, Toni siempre será uno convergente como Puigdemont; vive de la épica hasta que lo puedas llegar a hacer de la compasión.
El problema, como acaba pasando demasiado a menudo, llega cuando intentas elevar la ética privada a la cosa pública y, aparte de bufón nacional, te pones la mascarilla de guardián de la moral para sancionar el vecindario de forma compulsiva. Cuando Soler riñe la esfera tuitera para asediar al pobre chico Joan Tardà, bloquea sistemáticamente a cualquier persona que lo interpele, o lo acusa de formar parte de una especie de carlismo negándole el derecho al debate, Soler demuestra aquel espíritu tan poca-cosa y cayetanesco de quien cree que el derecho de escarnecer sólo es cosa suya y que eso de la moral, faltaría más, es un asunto muy serio sólo cuando tú eres el autor de la broma. Nada de nuevo bajo el cielo, porque eso ya lo había inventado Pujol; pero si toda tu carrera, Toni, tiene que acabar repitiendo la jugada con Oriol de pilar fundamental y tú de guardián de los chistes, el viaje quizás no merecía mucho la pena.
Pero todo eso que os explico Toni también lo sabe perfectamente, porque la gracia de todo este vademécum es que el motor último de toda su ambición no es llenar la cartera, ni el éxito profesional, sino convivir con una personalidad muy pequeña que necesita constantemente de la aprobación. Fijaos cuando veis a Toni sonreír sus propias gracias en el Està passant y notaréis como, bajo la aparente fisonomía feliz, se esconde una persona profundamente acomplejada, que nunca se ha gustado cuándo se mira en el espejo y que querría ser Jon Stewart pero es muy consciente de que sólo es el animador de la corte. Como en casa somos de educación judeocristiana, estas cosas también siempre nos acaban enterneciendo. De hecho, Toni querido, ya sabes que sólo los enemigos nos conocen en nuestra profundidad más absoluta; yo he crecido contigo y es por eso que ahora y siempre me otorgaré el derecho a glosarte.
Pero todo irá bien, Toni, no sufras. Como anticipaste y sabías a ciencia cierta, Catalunya ha decidido rendirse y hacer catarsis de ella misma a base de chistes para no asumir parte de la verdad que estos esconden. Cuando Oriol salga de Poblet (o los convergentes continúen con la fiesta, lo mismo da), podrás acabar el trabajo de tu vida con la única hazaña que todavía te falta: la pasta ya la tienes hecha, y ahora sólo te faltará comandar la Corpo o incluso depositar las nalgas en algún trono que te permita continuar con la ilusión de la autonomía y culminar una vida como dios manda, de hombre de juicio con ínfulas culturales. Saldrás adelante, querido, y por mucho que hoy te enfades leyéndome algún día podremos saldar la enemistad con una comida y seguro que, ya lo verás, acabamos brindando por nuestra lucidez compartida. Porque salir adelante no es el problema, Toni; el único problema, como sabes muy bien, es poder dormir tranquilo.
No te odies por necesitarme, Soler. Y cuídate mucho, que el espejo te perseguirá allí donde vayas, por mucho que te escondas.
PS.- El próximo miércoles, La Catalunya de Ricard Ustrell.