Este artículo va de un hombre inteligente que, ya sea por pereza, desidia o una mal disimulada cobardía, no ha sabido aprovechar su talento para hacer algo que valga la pena. Bernat Dedéu tiene la ironía de autollamarse filósofo sin que el planeta Tierra le haya conocido nunca una sola obra (qué digo obra; bastaría con un paper, un opúsculo o, si me apuráis, un capítulo) que haga honor al altísimo oficio de los amantes del saber, y todavía tiene la mayor indecencia de presentarse como músico, por mucho que nadie, más allá del sofá de su casa, lo haya visto interpretar ni componer una sola pieza de la más noble entre las bellas artes. Pero si me esmero en escribir un artículo sobre Bernat es justamente porque ejemplariza mejor que nadie la Catalunya del mucho ruido y pocas nueces, del amor por el simulacro y el postureo tan propio de una generación, la suya, que ha vivido de la eterna condición de joven promesa.
Articulista competente, alejadísimo de la calidad de los modelos noucentistas que dice conocer, Dedéu se ha hecho un rinconcito la mar de sólido en los medios abanderando una prosa descarada y la crítica vehemente al procesismo. Con respecto a la insolencia, Bernat no pasa de aquel ir por el mundo sacando pecho de la propia agudeza tan propio de los chavales que han vivido una temporadita en Nueva York y con eso ya creen que lo tienen todo pagado. A menudo la mejor forma de valentía se encuentra en la templanza y la buena educación, pero Dedéu, sempiterno aprendiz de enfant terrible, ha preferido el vuelo corto de hacerse el inflamado iconoclasta, cuando el pobre chico simplemente es un bocazas a quien sus padres no lavaron la boca a tiempo. De jovencito todavía podía hacer cierta gracia, sin embargo, a partir de los 40, eso de ir de fläneur y de explicarnos cuántos Old Fashioned se ha metido antes de llegar torcido a casa, ya da un poco de vergüenza ajena.
Si se hubiera dedicado a trabajar, Dedéu habría podido escribir buenos libros o, cuando menos, convertirse en un dietarista interesante. De hecho, siempre que os lo encontréis en uno de los bares donde pasa las horas fumando pomposamente, seguramente os contará que trabaja en un libro o que le corre por la cabeza alguna idea. Sin embargo, no os preocupéis, que la inventiva compartirá muy pronto la condición de humareda de su puro, pues el pobre Bernat se piensa que eso de escribir le brotará de la mano izquierda por el simple hecho de pasarse los domingos en la biblioteca; y es muy cierto que, si la genialidad fuera cosa de ser una ratita que roe la madera, el chico tendría el cielo ganado. Pero Dedéu es exactamente como el procés del cual dice abjurar: en él, todo son pensadas que nunca llegan a puerto, todo son intenciones que, con una excusa tanto o más brillante, acaban dejándose para el día siguiente, sinfonías perfectas que nunca se ejecutan en el escenario.
La Catalunya de Bernat es así, la de una exigencia tan máxima con la tribu, que, de tan quisquillosa, acabará teniendo columna en el ABC
De Bernat, ciertamente, sabemos todo lo que odia y le repugna, pero su supuesta brillantez nunca ha servido para acabar ni un solo proyecto más allá de su crítica omnívora de articulista estrellita. Esto se lo tenemos que admitir; Dedéu se ha burlado de enfermos a punto de palmarla, políticos que nunca llegan a ser lo bastante valientes para satisfacer su mínimo de gallardía, y líderes que han sufrido injusticias que él siempre habrá visto desde el pisito de los padres en el Eixample. Pero mientras se erigía en la voz más crítica entre los espíritus ácidos, Bernat, exactamente... ¿qué hacía? ¿Con qué pensamiento mágico nos ha iluminado? ¿Qué proyecto político, más allá de aquella broma de mal gusto de las Primàries o aquella candidatura de chicos simpáticos del Ateneu, ha hecho triunfar? Preguntádselo, ya lo veréis, y así sabréis qué es el silencio.
Dedéu dice ser crítico con el procesismo, cuando de hecho si por alguna cosa lo invitan a las tertulias del país es porque saben que vomitará las enmiendas de siempre, con aquel tic tan suyo de reírse de las propias gracias como si tuviera un humor sólo accesible a la divinidad. De hecho, si existiera el título oficial de vividor del procés, Bernat tendría muchos números para ganarlo. ¿De qué escribiría en su blog, si no fuera de la última pifia que, según su voz todopoderosa, han cometido republicanos o convergentes? Una crítica que, dicho sea de paso, Dedéu nunca aplica a los políticos de Madrid, pensando quizás en el día que se le acabe la bula en los medios catalanes y, como tantos otros han hecho, se pase a criticar el independentismo desde las tribunas mejor pagadas del kilómetro cero. La Catalunya de Bernat es así, la de una exigencia tan máxima con la tribu, que, de tan quisquillosa, acabará teniendo columna en el ABC.
En casa, judeocristianos de formación, los espíritus como Bernat siempre nos han hecho gracia. Catalunya tiene cierta maña en producir estos chicos que van de dandy por la vida, de fiesta en fiesta, hasta que el tiempo les pone en la situación de tener que pedir caridad. Cuando eso pase, querido Bernat, no te preocupes, que para ti siempre guardaremos una plaza de bibliotecario o conserje de centro cívico. Ya intentamos darte trabajo en la universidad y muy pronto se vio que eso de cumplir con los plazos y trabajar es un requerimiento que no te acaba de convencer. También te hemos buscado trabajo de gacetillero, y es comprobable como, pobrecito mío, ya no te leen ni las jovencitas a las que das like en Twitter para ver si caen en la red. Pero no te turbes, querido Dedéu, que en la Catalunya futura tendrás jornal, y el sueldo resultante será suficiente como para que te sigas pagando las copas en el Ascensor hasta que cumplas 60.
No hace falta que te enfades por el artículo, Bernat querido, que todo esto que te cuento tú ya lo sabes de sobra. De hecho, no te digo nada que no te puedas reponer con otra ronda y un poco de polvillo, si ya has cobrado el mes. Esperamos con ansias tu nuevo libro, por cierto, que Catalunya siempre ha sobresalido en filósofos y hace tiempo que no tenemos un pensador que nos ilumine la existencia hacia la plenitud nacional. Si no es el caso, tranquilo, que siempre lo podremos rematar con una cancioncilla en la guitarra. No gastes tiempo odiándome, Bernat, que sólo te escribo para que tengas la oportunidad de explicarlo algún día. Algún día llegarás a ser tan duro contigo mismo como te imaginas. Y quizás entonces harás alguna cosa de provecho. Hasta entonces, ve con cuidado con el domingo, que se hace muy largo.