La verdad se esconde entre los contrarios y esta semana hemos disfrutado de lo lindo cuando Núria Parlon –alcaldesa del PSC y ahora baronesa del PSOE part time– declaraba toda digna que, en caso de aplicación del artículo 155, los socialistas apelarían airados a las más altas instancias internacionales y planetarias con el fin de enmendar el gobierno español del PP (vete a saber si eso implica una procesión hacia el tribunal de Estrasburgo, a la ONU o a visitar el Santo Padre argentino a la espera de una redención a la carta), afirmaciones que fueron rápidamente desmentidas por Óscar Fuente, portavoz de Ferraz, que se ventiló el ruego internacionalista de la alcaldesa de Santaco diciendo que todo eso son opiniones personales, lo cual es una forma bien bonita de decirte que hagas el favor de callar, manifestando de nuevo que el PSOE apoyará la Constitución española y la consiguiente represión autoritaria del referéndum.
Entiendo que Parlon intente salvar lo que le parece justo del constitucionalismo español, destiñéndolo de su cultura coercitiva con la periferia. Sin embargo, de ahora en adelante, a medida que se acerque el referéndum y como ya anticiparon mis amigos judíos de Nueva York, la cuestión catalana ya no se leerá como un problema interno del legalismo español sino como un asunto de estricta justicia democrática y de respeto a la libertad de expresión de una minoría catalana en el seno del reino de España. Parlon haría bien en repasar los apuntes de A Theory of Justice de su querido Rawls, donde el pensador de Baltimore recuerda que "la justicia niega que la pérdida de libertad para algunos se vuelva justa por el hecho de que un mayor bien es compartido por otros y no permite que los sacrificios impuestos a unos sean compensados por la mayor cantidad de ventajas disfrutadas por muchos".
Cuanto más manifiesta y burda sea la voluntad de una solución final por parte de los agentes del Club 155, la situación de Catalunya como una minoría a la que se le impide ejercer el derecho de autodeterminación (es decir, el acceso a la madurez política) será más evidente. Los extremos esconden la verdad, decíamos antes y, como recuerda la canónica hegeliana, lo acostumbran a hacer en un punto intermedio. No es casualidad que, entre los deseos de salvar Catalunya de la represión legalista y la aplicación del 155 que defiende Ferraz, haya aparecido un goteo de alcaldes díscolos del PSC a favor de celebrar el referéndum, aun defendiendo el no. El camino que ha abierto Miquel Lupiáñez, alcalde de Blanes, apostando por desobedecer Nicaragua y votar el próximo octubre como ya hizo el 9-N, será el inicio de una tormenta que la cúpula socialista no podrá reprimir, talmente como el gobierno español no podrá impedir el referéndum sin violencia.
El referéndum desnudará a todo el mundo y es del todo lógico que los alcaldes se alarmen tan sólo de pensar en qué les dirán sus respectivos electores si los cierran los edificios municipales para que no voten
Resulta paradigmático que sean alcaldes los que encabecen esta rebelión, siendo precisamente los políticos que más se acercan a la realidad social de sus municipios y los servidores públicos de proximidad a quienes más alergia haría reprimir las ansias de voto de sus vecinos. El referéndum desnudará a todo el mundo y es del todo lógico que los alcaldes, una de las pocas bastiones de poder que les quedan a los socialistas catalanes, se alarmen tan sólo de pensar en qué les dirán sus respectivos electores si les cierran los edificios municipales para que no voten. Se demuestra, nuevamente, que una de las claves del referéndum radica precisamente en excitar la vanidad de los votantes del no, porque ellos también –en efecto– tendrán que decidir si quieren ganar en las urnas o con la ayuda del Club 155. Y, lógicamente, a nadie le gusta pasar a la historia como un represor que cierra el chiringuito o como la muleta de un poder opresor.
Si el gobierno del PP aplica el 155, confirmando su anhelo de represión judicial-violenta contra el referéndum, la apelación a los entes internacionales no la hará Parlon, que bienvenida sea, sino todos los ciudadanos a quienes se ha impedido ejercer la libertad de expresión y la de sus representantes políticos legítimos. Si se llega a este punto, con la aprobación explícita del PSOE, será interesante ver cómo Parlon describe la actitud de su propio partido hacia sus vecinos de municipio. Será muy instructivo, en definitiva, saber a qué se acoge Parlon cuando apele a la desproporción del uso de este artículo constitucional y la consiguiente denegación de voz y voto a los catalanes. La izquierda catalana, incluida la esfera de los comuns, cada día tiene más difícil de justificar su cinismo. Cuando elaboras una retórica de apoyar a los ciudadanos y acabas atenazando la voluntad política y la voz, la palabrería en un principio ya no te salva del ridículo.
Los próximos meses nos divertiremos mucho, ya lo veréis, sobre todo cuando los apologetas de la justicia social acaben prefiriendo el cierre de colegios electorales a una hilera de gente que tiene la simple intención de votar en un referéndum. Pase lo que pase, antes de octubre, todo el mundo quedará bien retratado. Vamos bien, creedme.