Este año me había jurado no dar el paseo tradicional de la Diada, pero ya sabéis que la catalanidad, aparte de la propensión al resistencialismo más nauseabundo, siempre acaba implicando alguna forma de doble o triple moral. Me enmascaro el rostro y bajo la rambla de Catalunya. Los vecinos del número sesenta y siete han adornado el balcón con una de las poquísimas esteladas que veo en las manzanas de los alrededores de casa; los descendientes del alcalde Pi i Suñer hacen siempre fiesta en su magnífica terracita interior, pero diría que este año Pisu está en Cadaqués, como más de media Barcelona. Hago slalom por el barrio; Consell de Cent, Diputació, paseo de Gràcia, Claris... y la ciudad da miedo de lo que apesta a muerta. Cuando llego al monumento de Casanova, me debo haber cruzado a menos de un centenar de peña. Repaso las perlas de la ofrenda floral: está toda la chusma. Este año no se salva ni el Barça.
Continúo la agonía del barrio de Sant Pere hasta llegar al Born. Desde hace tiempo, veo como Barcelona va pareciéndose cada vez más a la ciudad preolímpica de mi infancia; desierta, con cuatro turistas desvagados y con aquel aire falsamente cosmopolita, pobre y sin ningún tipo de ambición ni incentivos tan típico de la españolidad. Cuando Colau ganó la alcaldía ya dije que Barcelona no se podría permitir una alcaldesa de los enemigos: pues eso, ya veis como nos ha quedado el cap i casal, que ya no sirve ni para que las británicas hagan sus insufribles despedidas de soltera con pollas en la cabeza. Llego a la calle Montcada, e incluso el Xampanyet, la meca del vermú, parece una reunión de sepultureros. En el paseo del Born se reúne lo mejor de aquella izquierda independentista que nunca falla. Los discursos son también de los años setenta: no desfalleceremos y etcétera.
Los apóstoles de la fe escudarán esta Diada de una tristeza inaudita en el bichito de Wuhan, porque en esto de buscar excusas sí que no tenemos rival en todo el mundo-que-nos-mira
No es ni la hora de comer y el merchandising del Fossar ya recoge trastos. Este año también pesco muy pocas camisetas de la ANC, y no me extraña, porque incluso a los lacistas más convencidos este lema convergente de construir el futuro del país les debe dar grima. En la calle de la Argenteria encuentro unos amigos que han colonizado un bar con un grupo de irreductibles que ya cantaban aquí no s’hi enterra cap traïdor cuando la pasma cascaba con gran entusiasmo, los políticos pujolistas se lavaban las manos y la BBC no te dedicaba ni un puto reportaje. Los hooligans de siempre, enaltecidos de birra y fútbol, cantan que Puta Espanya y que Madrid y Espanyol, lamismamierdasooon. Narran batallitas de antes, de cuando aquí sólo éramos cuatro gatos, y creo que el etilismo todavía no les ha hecho darse cuenta de que ahora también somos unos colgados y que lo único que apesta a mierda es eso que llamamos más que un club.
Esta es la Barcelona que nos ha dejado Colau, pienso yo, pero sobre todo la Catalunya que ha matado el procesismo con su manía de salir al campo a empatar, de bajar el listón de la ambición y de escudar la cobardía de sus líderes con un saco de mentiras que ya no creen ni los beatos oficiales de la tribu. Y lo peor de todo no es que el independentismo no vea claro el futuro estratégico, sino que todo el mundo ha aceptado que futuro no hay. Los apóstoles de la fe escudarán esta Diada de una tristeza inaudita en el bichito de Wuhan, porque en eso de buscar excusas sí que no tenemos rival en todo el mundo-que-nos-mira. Pero no, amigos, a mí no me la dais, que la gente está muy cansada de tanta mandanga y eso no lo levanta ni el general Moragues con la ayuda del ejército norteamericano. Cansado de hacer el paripé, me acabo la execrable birra sin alcohol que ya está caliente y paro un taxi en Via Laietana.
Dentro del automóvil, recibo un mensaje de mi hermana Anna Punsoda. "He ido a comprar un tortell y le he puesto un pin de la senyera a la niña. No me puedo sentir más derrotada. Ahora mismo soy una mierda de persona." Como siempre, Anna tiene la capacidad de resumir el estado de la nación mucho mejor que yo, porque este tufo de fracaso, la de los jugadores que no han ni intentado ganar el partido, no lo había sentido nunca, ni cuando de pequeño todo esto de la Diada me parecía una cosa de nostálgicos y soñadores. Así nos habéis dejado el país, cazadores de migajas. Todavía me sorprendo de que tengáis la capacidad de poder dormir tranquilos. Espero que dentro de muchos años, cuando los chicos crezcan, nos hagan pagar esta desidia nuestra bien cara. Muy cara. Supongo que el próximo año volveré a jurarme que sería mejor subir a hacer el memo al Empordà como mis vecinos chavas y que la ruta patriótica la hará su puta madre.
Así pues, esta fue mi Diada. Visca (lo que han dejado de) Catalunya.