El martes pasado, Planta Baixa programó un debate sobre la lengua catalana en TV3 en el que Ricard Ustrell acabó sentenciando, de acuerdo con el humanista Víctor Amela, que "introducir conversaciones en castellano en TV3 sería enriquecedor", aduciendo que a base de incluir más segmentos y entrevistas con más presencia de la queridísima lengua enemiga en la programación "no expulsaríamos espectadores (castellanohablantes, se entiende) de TV3". Más allá de la opinión que nos suscite esta idea, tengo que admitir que siento una gran predilección por el niño mimado de la tele pública catalana, y no sólo por que sea un tipo inteligente, sino porque —charlando sobre una cuestión sensible en Catalunya como la lengua y estando de acuerdo con Amela (un señor que tiene la indiscutible virtud de haber ganado el Premi Ramon Llull sin saber escribir en la lengua de Ramon Llull)— Ricard sabe perfectamente que despertará la indignación de los hooligans indepes que durante una tarde lo freirán a collejas vía Twitter. En esta casa, Ricard, nos encanta agrandar el ego con la polémica y, en determinadas situaciones, que nos azoten el culito también nos pone palote.
Ya escribí hace tiempo que Ustrell representa una versión interesante y sofisticada de la presente y futura rendición nacional, de aquella nueva clase de líderes mediáticos e intelectuales que, en un caso como el catalán en TV3, opinarán que la mejor forma de cuidar de nuestra lengua es abrazar el plurilingüismo y no tener miedo ni sentirnos acomplejados de charlar de vez en cuando en castellano para demostrar a los espectadores inclinados a sentirse lejos de La Teva que nosotros también les queremos. Todo el mundo, incluso el mismo Ustrell, conoce perfectamente la perversión de esta tesis, no sólo porque TV3 se creó y sólo tiene sentido si su herramienta de base es el catalán, sino porque su misión es justamente la de normalizarlo en un ámbito tan importante como el audiovisual. Aparte de ser un puente de comunicación, la lengua es un mercado, y presuponer que sólo puedes enriquecer una televisión, libro o cualquier ítem cultural trufándola con el español es caer en el peor tic de folclorización de la lengua minorizada. Pues si se trata de enriquecer, la única misión que tendría que tener TV3, y que se le da de pena, es la de asegurar que la lengua mantenga una corrección estándar y que no se acabe convirtiendo en el insufrible catañol que la coloniza.
Es curioso porque, a ojos de esta concepción, el catalán es la única lengua del mundo que tiene el tremendísimo poder de repeler a la gente... por el solo hecho de existir en convivencia con otros idiomas
Todo esto, insisto, Ustrell lo sabe perfectamente (Amela, pobrecito mío, no creo que llegue), como también ha visto que para adaptarse a los nuevos tiempos de la autonomía rebajada hará falta mucha filigrana argumental. De la misma forma que Rufián dice que antes de la independencia querría una vacuna para la Covid-19 (mostrando una indigencia mental de premio y relegando eso nuestro a una petición menor ante una pandemia mundial), Ustrell organiza este debate en su programa con la sola y única intención de acabar opinando sobre el tema para recordarnos que eso de utilizar sólo nuestra lengua es un poco provinciano, porque el mundo es mucho más plural y chupiguay. El gesto argumental es tan antiguo que da pereza comentarlo: mientras una tele parida sólo en nuestra lengua repele (con lo cual, por cierto, se les está llamando estúpidos a los castellanohablantes que miran TV3 sin sentirse atacados), la misma cadena con un poco de salsita castellana ya es más digerible, cosmopolita y abierta. Es decir, y para ser más claros, que eso de hacer una televisión 100% en catalán (exactamente como la mayoría de televisiones inglesas, francesas y... ¡españolas!) es una cosa de campesinos, de la abuela Maria y de calçots y porrón.
Es curioso porque, a ojos de esta concepción, el catalán es la única lengua del mundo que tiene el tremendísimo poder de repeler a la gente... por el solo hecho de existir en convivencia con otros idiomas; y a menudo, como el caso del español, con una presencia mundial de una fuerza mucho más titánica. Servidora ha tenido el placer de estudiar algunos idiomas con fruición durante mi sórdida existencia, y nunca me he encontrado a ningún filólogo italiano o inglés que me haya confesado que un libro, un poema o un documental en su lengua repela a un lector o un televidente. Es sólo el catalán, ya ves tú qué curiosidades, que tiene esta extraña propensión a provocar urticaria. ¡Y después dirán que la tribu no tiene un hecho diferencial propio! Sin embargo, como os decía antes, todo eso son cosas sabidas. Ahora el único interés que nos regala este nuestro horripilante presente es el juego de admirar como los nuevos hombres sensatos se pondrán al servicio de la tercera vía para justificar sus malabarismos e ir sobreviviendo. Ricard, y es por eso que lo aprecio, lo hace de puta madre. Hace tiempo que le auguro un futuro de oro en TV3, y no dudo de que si quiere enriquecer todavía más su vida, tendrá espacio asegurado en la televisión enemiga.