Los catalanes tenemos una relación ciertamente asilvestrada con el mundo de la obviedad. Ayer mismo, gracias a mis adorados escritores pequeñoburgueses de Manhattan y a la enorme currada que se ha metido (en sordina) el empresario Elias Campo, la tribu ha descubierto que España nos espía a través de un carísimo trasto parido por los hijos del Mosad que lleva por nombre Pegasus. Lo escribiremos de otra forma, a ver si así la sorpresa merma de peso: la noticia sería que el estado que ha metido a nuestros impostores-mártires del procés en chirona por una simple ensoñación de independencia, el mismo país al que las resoluciones de los tribunales internacionales se la sudan (más que nada, porque cuando fallan en su contra la prisión ya está cumplida), el ente político cuyos portavoces han afirmado por activa y por pasiva que harían lo posible y lo imposible (a saber, lo ilegal) para impedir la secesión de Catalunya, que son a su vez los mismos que han declarado que la violencia de ETA fue un asunto menor en comparación a todo esto nuestro, nos espían.
Espero que la reformulación de la frase ayude a los espíritus más naifs a ver que la noticia es que no hay noticia. Me corregiré, pues si existe algo que comentar (aparte del hecho de que España aproveche un trasto judío para distraerse con las fotos de la pescadilla que fríe de noche el Molt Honorable o las llamadas de Laura Borràs a sus amigos comisionistas) es la reacción extraordinariamente protocolaria de nuestros líderes. As usual, enfadarse mucho y mucho, decir que de esta vez no pasa y que ya basta, marcharse a Bruselas para hacer la enésima butifarrada unitaria y vender la propia moto... y mañana será otro día. Porque lo importante de la cursilería esta del #Catalangate no es solamente el hecho de que el estado español tenga todas las garantías de continuar con su espionaje, sino que lo hará con el concurso de todos los políticos procesistas, la mayoría de los cuales seguirá dando apoyo al PSOE en el caso de Esquerra y a través de pactos como la coalición PSC-Convergència que todavía mueve dinerito en la Diputación de Barcelona. Con el dinero no se juega.
El objetivo general de tanta comedia, aparte de que cada partido procesista utilice toneladas de lagrimita con el fin de salvar los muebles que les regala el sistema autonómico, es que acabemos sintiendo vergüenza de ser independentistas
De entre toda la avalancha llorica de ayer, tengo que confesar que me quedo con la reacción de Roger Torrent, quien, aprovechando la indignación, espabiló a sus amigos de Twitter para que recordaran que el Escasamente Honorable había escrito una novela sobre el caso de espionaje que sufrió: Pegasus. L’estat que ens espia (publicada en Ara Llibres, ¡ya ves tú qué casualidad!). Tengo que reconocer, querido Roger, que esto de aprovechar una tragedia nacional para vender unos cuantos ejemplares el próximo Sant Jordi ¡es de puto genio! Realmente, tenemos una clase política única en Europa... y no me extrañaría que muy pronto lo espíen todos los Pegasus del planeta. Evidentemente, no había pasado ni una triste mañana después de la revelación del juego sucio español que Junqueras todavía blandía la vigencia de la mesa de diálogo. Esto de Oriol también es algo genial; negociar con quien te espía formará parte de lo más de la antología de jugadas maestras del procesismo. Pedro Sánchez debe tener tanto miedo que quizás se compra y todo el libro de Roger, ahora que viene la festividad.
Dicho esto, recomiendo a mis lectores que hagan algo tan poco habitual en el país como leer y se coman el reportaje entero que Ronan Farrow publicó en el New Yorker, sobre todo porque, más allá de esto nuestro, no hay que ser un genio para ver cómo Pegasus o aplicaciones similares (que no sólo se han urdido para espiar s gobiernos de todo el mundo, sino también a empresas de telecomunicaciones como Facebook o Apple para contrarrestar su poder omnívoro) serán cada vez más habituales dentro del capitalismo de hackers que nos espera en la esquina. Dicho de otro modo, que por ilegales o pseudolegales que sean, los estados y las empresas (como dice el mismo texto de Farrow) serán los primeros en hacer uso del espionaje para acabar o cuando menos debilitar los oligopolios informativos y políticos. Yo animaría, por lo tanto, al president Aragonès a que obligara a Mr. Metaverse Jordi Puigneró a hacer un viajecito a Israel para ver cómo aprovechamos la aplicación judía a nuestro favor. Un buen paso de cara a la normalidad de quien quiere un estado es comprar los juguetes que tienen los niños mayores.
Dicho esto, para complementar lo que he dicho antes sobre lo hortera que es todo, ayer mismo resultaba muy interesante ver como Òmnium Cultural disparaba una campaña llamada "Nos están vigilando" pocas horas después de estallar todo el asunto (la podéis consultar en las páginas de El Nacional y comprobar como estaba hecha con actores profesionales y una tarea de producción inconfundible; no estaba hecha de ayer mismo, vaya, como tampoco era de ayer, sino de enero de este mismo año, la cuenta de Twitter @catalangate que se dedicaba a publicitarla). Dicho en plata, la cúpula procesista conocía perfectamente que el escándalo de Pegasus estallaría en el momento exacto en el que sucedió (de hecho, la empresa Citizen Lab llevaba muchos meses investigando el caso) y toda la sorpresa de ayer fue una de las incontables escenificaciones de victimismo paridas por los genios de Tsunami Democràtic y toda la peña que llevó a nuestros jóvenes al aeropuerto para que la pasma española les partiera el ojo... y todo por nada. Esta es la clase de peña que mueve los hilos.
El objetivo general de tanta comedia, aparte de que cada partido procesista utilice toneladas de lagrimita con el fin de salvar los muebles que les regala el sistema autonómico, es que acabemos sintiendo vergüenza de ser independentistas. Por mucho que insistan, y a pesar lo cutres y malas personas que son, no lo conseguirán. Finalmente, yo rogaría a los enemigos que nos pasen los audios de los últimos años (no nos interesa lo personal, sólo el cinismo político); sería fantástico y muy edificante escuchar cómo se burlan de la gente que les vota. De hecho, como obligados contribuyentes españoles, los hemos sufragado nosotros. Sería un detalle de cortesía.