En diciembre del 2015, en un acto de campaña de aquello que se llamó Democràcia i Llibertat, el conseller de Economia Andreu Mas-Colell defendía una idea primigenia de Hacienda propia aduciendo que con un sistema de recaudación catalán "nos lo podríamos pagar todo y aun nos sobrarían dinero". Un tiempo después (febrero del 2017), ya en la época de Junts pel Sí y con el referéndum de autodeterminación a la vista, Oriol Junqueras inauguraba las oficinas de la Agència Tributària Catalana afirmando con cierta pompa: "Empieza el despliegue de la Hacienda propia a toda máquina". El aun vicepresident fue ratificado poco después por su secretario de Hisenda, Lluís Salvadó, quien en mayo declaraba en El Matí de Catalunya Radio: "Catalunya empezará a recaudar cuando el procés esté maduro", refiriéndose al 1-O, siempre que hubiera "una participación muy importante y una victoria clara".
Dispensad este primer párrafo de poco estilo y gracia, pero diría que a menudo, y más todavía cuando las noticias se suceden con cierto frenesí, es bueno intentar digerir el fricandó y mirar atrás para entender dónde estamos y contrastar las promesas con la realidad. Desde inicios de la presidencia de Artur Mas, y a través del siempre imaginativo y transversal Ferran Mascarell, el Molt Honorable 129 popularizó la expresión "estructuras de estado" como el paso necesario hacia aquello que el president Puigdemont, también con creativa imaginación, había denominado "la pre-independencia". Mas justificó durante años el trabajo de sus consellers en este sentido y lo subsumió a su famosa y secretista táctica de la astucia: derrotar el Estado con una cierta esgrima política, urdiendo poco a poco las bases sólidas que tenían que hacer más suave el paso de la autonomía al estado propio: de la ley a la ley, decían orgullosos los convergentes.
Hemos repetido hasta la náusea que queríamos un nuevo país porque no nos gustaba la política tradicional
Pues bien. Hace pocos días era el mismo Andreu Mas-Colell quien afirmaba en la radio de los Godó que "ni la Generalitat ni el pueblo están en condiciones de hacer viable la independencia". Sabemos también que en el sumario del 20-S hay conversaciones donde el antes citado Lluís Salvadó habla con gente importante de ERC, entre ellos Junqueras, confesándoles que eso del control aduanero, del Banco Central Catalán y de la recaudación de impuestos "está muy verde y eso lo sabe todo el mundo que tenga dos dedos de frente". Creo por lo tanto que es legítimo preguntarse, a riesgo de ser aguafiestas y de hundir la moral de las señoras: ¿dónde están las famosas estructuras de estado que nuestros políticos nos han prometido durante el último lustro? Si, como decía Mas, las estructuras de estado tenían que ser el paso previo lógico a la independencia, ¿qué narices han hecho nuestros políticos mientras nos las prometían y no las hacían efectivas?
Y todavía me atrevo a hacer preguntas que escuecen más la piel. Si los políticos que tenían que trabajar en la preparación del futuro Estado ahora confiesan que de aquello planificado no hay nada de nada, ¿tienen estos líderes ningún tipo de credibilidad para presentarse a unas elecciones de supuesta implementación de la república? Hemos repetido hasta la náusea que queríamos un nuevo país porque no nos gustaba la política tradicional: diría, a riesgo de que me acusen de purista, que el cumplimiento de las promesas y la transparencia tendría que formar también parte de este nuevo estadio. No me parece nada extraordinario ajustar las cuentas con los políticos, sobre todo cuando —a la espera de unas elecciones— nos inundará muy pronto una nueva carretada de promesas. Mi opción es clarísima: a riesgo de ser acusado de falta de entusiasmo (un reproche propio del chantaje moral processista) servidor ya no se los cree ni de cachondeo. Continuará.