Gabriel Rufián no tuvo ningún lapsus ni fue víctima de un despropósito cuando acusó de "tarado" al president Puigdemont. El insulto del actual diputado y futuro alcaldable de Santako es totalmente premeditado y forma parte de una estrategia conjunta de Esquerra, el PSOE y, aunque les pese, de algunos políticos de Junts. En el proceso de pacificación con la España neoautonomista (que empezó con los indultos y pasará por el sobreseimiento de la mayoría de causas judiciales surgidas del 1-O, incluida la desobediencia playmobil de Quim Torra) y como ya anticipó a corazón abierto José Luis Rodríguez ZP en una entrevista en casa Basté, el único escollo a salvar es el exilio. En efecto, el reducto que sostiene la tensión entre la tribu y los enemigos (dentro de la dinámica obsoleta de la partitocracia de ambos lados) es la figura del 130. España solo frunciría el ceño si Puigdemont hiciera aquello que prometió: volver.

Visto que la justicia europea amparará los clamores del antiguo presidente, la mejor estrategia es pintar a Puigdemont como uno tarado del coco a quien los aires de Waterloo han hecho perder el juicio. Toda esta retórica tiene el objetivo de repetir la historia y, en caso de un retorno presidencial, el PSOE pretende que Puigdemont aterrice en el país tan debilitado como Tarradellas y sean los propios catalanes quienes lo acaben echando de Palacio a cambio de un pisito con media pensión. Paralelamente, y con una sordina admirable, Gabriel Rufián ha aprovechado que en los informativos catalanes solo se lo cita cuando hace un tuit fuera de tono para ir estableciendo conexiones interesantes en Madrid. Gabriel nunca será Roca ni Duran i Lleida, dos políticos con mucho más dominio de las agendas y conexiones del kilómetro cero, pero, como buen español, tiene muchísima más mala leche que los antiguos comisionistas de Convergència.

Toda esta retórica tiene el objetivo de repetir la historia y, en caso de un retorno presidencial, el PSOE pretende que Puigdemont aterrice en el país tan debilitado como Tarradellas y sean los propios catalanes quienes lo acaben echando de Palacio a cambio de un pisito con media pensión

Y pide mucho menos, porque Esquerra de momento tiene pocas bocas por alimentar: lo cual es de agradecer. De hecho, el business rufiniano en Madrid pasa por una salida personal agradecida en caso de dejar la política, que de consejos de administración el estado está lleno, y por una continuación de la carrera como socio preferente del PSOE. Aterrizando de nuevo en Santa Coloma, parecería que Esquerra desafíe el esqueleto socialista del cinturón rojo, pero lejos de inquietar a Pedro Sánchez o quienquiera que ocupe La Moncloa, que una ERC autonomizada se pelee para monopolizar el voto de centroizquierda no resulta ninguna mala noticia para el PSOE. Con la siesta convergente prolongándose en una olla de friquis, el nuevo espacio central de la política catalana será el del PSC; si Esquerra roba alguna alcaldía será un mal menor mientras aparque la independencia y se ocupe de los comedores escolares.

Gabriel Rufián ha visto el futuro y ha decidido que ya es hora de dinamitar un matrimonio, el de los partidos del Gobierno, por el cual nadie se jugaría ni un céntimo. Al fin y al cabo, piensa con acierto, si los convergentes han insultado a los republicanos durante años... pues tampoco pasa nada por equilibrar las proporciones. Y visto que nadie tiene la intención de suscitar la tensión con el estado, dentro del sistema actual lo único a lo que se puede aspirar es a hacer un poco de pasta para poder sufragar a las escuelas privadas de las chiquillas. Como se ve perfectamente, al Estado le costará muy poco satisfacer las ambiciones de unos catalanes que se autohumillan dejándose comprar el alma por unos pocos centenares de miles de euros. Y si les dan un tirón de orejas, los republicanos siempre podrán decir que ellos se han vendido a un precio irrisorio y ni un solo caso de corrupción. Porque todo el robo que explico, faltaría más, respeta perfectamente la legalidad.

Rufián ha visto bien el futuro. Su futuro, of course.