Carles Puigdemont era muy consciente del peligro que corría paseando el automóvil por Alemania escoltado por la pasma española, y la intuición me dice que nuestro 130 ha forzado su cautividad en el país de la reina Merkel con tal de contrastar la impaciencia que veía en las élites de la tribu para tramar un gobierno autonómico, comprado ciegamente por una esquerrovergència que ya se repartía el socarrado de la nación, hambrienta como un mendigo. Puigdemont, a quien el exilio ha dejado más fuera de juego a día que pasaba, ha decidido volver a ponerse en el centro de la política catalana, recordando por la fuerza a los diputados, incluidos los que él mismo engastó al Parlament, que eso de implementar (ecs) la República mientras renuncias a tus promesas electorales y a los candidatos que quiere investir el pueblo no acaba de funcionar mucho. Puigdemont no ha buscado internacionalizar (ecs) el procés, sino despertar a los de casa.
El president 130 sólo ha entendido plenamente su país cuando se ha marchado, que es cosa muy humana, y ahora ya ve a la perfección como la Generalitat sólo es una administración española urdida para alimentar con migajas a los políticos catalanes, con la intención de tenerlos bien controladitos. Haciendo uso de la aplicación del 155, Rajoy decapitó la Generalitat de algunos altos cargos, pero la administración autonómica, que gestiona una ínfima parte de los recursos catalanes, sigue haciendo su parsimonia vital como si aquí no hubiera pasado nada. Si no me creéis, entrad en el portal de Transparencia de la Generalitat y comprobaréis fácilmente como estos niños de Convergència que tuitean airados contra el maléfico gobierno de España todavía se llevan más de ochenta-mil euritos anuales a casa para pagar las clases de Sunion y el solfeo de los niños. ¿Qué harían ellos sin la autonomía, pobrecitos míos?
Espero que nuestros líderes hayan entendido que la población no aceptará un retorno a la autonomía, por mucho que se disfrace de condición sine die para examinar la República
Si de alguna cosa ha servido el procés, con todos sus defectos e improvisaciones, ha sido para manifestar el carácter subalterno de la Generalitat y enaltecer la capacidad que podría tener el Parlament si sus diputados se empeñaran en trasladar la voluntad expresada por los electores a quien se deben. Espero que nuestros líderes hayan entendido que la población no aceptará un retorno a la autonomía, por mucho que se disfrace de condición sine die para examinar la República o por mucho que se vista con la mandanga del frente común contra el autoritarismo que ha inventado el presidente Torrent, que es una cosa de una indigencia tan manifiesta que la mayoría de prensa de la Third Way ya se ha apresurado a celebrarla. Hoy por hoy, la Generalitat sólo puede servir para mantener a algunos estómagos suficientemente llenos como para que no píen y para que Laura Borràs se haga selfies con los escritores tribales, ahora como consellera.
La Generalitat, por desgracia, es como los padres y es a los padres a quienes tenemos que matar en primera instancia si queremos convertirnos en individuos de pleno derecho. Todo el resto es perder miserablemente el tiempo, aparte de ir pagándoles la vida a unos pocos centenares de estómagos. El president lo sabe, y por eso abraza la temeridad. El exilio es eso, como ya sabíamos por nuestros escritores: una mezcla de lucidez y deliciosa locura, temeridad absurda, realismo que hace daño.