La última entrega del Premio Planeta a Javier Cercas en un Palau de Congressos bunquerizado policialmente (con la pretensión de aislar la cultura española de cualquier ruido o molestia proveniente de los alborotos en las calles de Barcelona posteriores a la sentencia del Supremo), así como la entrega del Premio Cervantes a Joan Margarit, el más cursi y insufriblemente tieta de nuestros poetas, son dos buenos síntomas de como a la cultura de nuestros enemigos le es y será cada día más difícil aislarse del conflicto nacional entre Catalunya y España y, por otro lado, del cretinismo más risible y creciente de todos aquellos que apuesten por fomentar un diálogo político entre naciones teóricamente hermanitas y felizmente anexionadas, como si el 1-O y la represión posterior no hubiera sucedido y uno pudiera olvidar la violencia en el país tratándola como una pelea de amigachos.
Fijaros como, a pesar del esfuerzo que han hecho los partidos indepes por denigrar el referéndum y relegarlo al terreno simbólico, los ciudadanos cada día son más conscientes de que no existe soberanía política sin una independencia en el terreno cultural, y por ello ahora ya podemos chotearnos sin complejos de todos estos favores que nos regala la cultura enemiga (dar el premio más importante en lengua española en Barcelona, premiar a un escritor de la tribu como gesto multiculti y blablablá), gestos que antes eran concebidos como actos de misionera generosidad y ahora ya podemos describir como símbolos de un supremacismo cultural español que siempre quiere ser predominante y que a Catalunya le reserva solamente el folklore de unas galas literarias auténticamente horripilantes y la desgracia de leer los poemas de Margarit, con su típica mística depresiva y viejuna.
Espero que Esquerra sea muy consciente de que un sí o una abstención para facilitar el Gobierno de Sánchez le alejará radicalmente de llegar a la Generalitat
La cultura, insisto, ya nos ha enseñado que cuando un español te habla de diálogo te acabará imponiendo algo más temprano que tarde. Por ello me resulta divertidísimo este ataque de diálogo repentino del Gobierno de Pedropablo con Catalunya y el afán de conversar con los representantes catalanes perfectamente calcada a esta cosa cursi que Esquerra pide al presidente español llamada “mesa de negociación entre iguales”. La cosa es ridícula, porque la única posibilidad que tendría Esquerra (y todos los partidos catalanes en el Congreso) de ser tratada por Sánchez como igual sería negarle la investidura, votar sistemáticamente que no a todas las propuestas del nuevo Gobierno y condenar a España a tantas elecciones como haga falta hasta provocar una gran coalición PSOE-PP. Es solamente haciéndote valer, como sabe cualquiera, que los otros te consideran digno.
Espero que, a pesar de las indicaciones del capellán de Lledoners, Esquerra sea muy consciente de que un sí o una abstención para facilitar el Gobierno de Sánchez le alejará radicalmente de llegar a la Generalitat. Porque disimular el conflicto nacional-cultural existente, a parte de continuar con la tradición de tomar a los electores por memos, llevará a un diálogo que todo el mundo sabe imposible, a no ser que verse sobre el reparto de las migajas del sistema autonómico. Y para mala poesía ya tenemos la de Margarit.