Repetiremos una vez más las palabras de la consellera Clara Ponsatí (a.k.a., Our Clara) y, a poder ser, buscaremos un marco de madera noble en los Encants con el fin de enmarcarlas:
"Estábamos jugando al póquer e íbamos de farol. Tenemos que poner contra las cuerdas las fuerzas políticas y desenmascarar de forma muy contundente el partidismo, que ha sido la gran debilidad que nos ha llevado a la derrota después de la gran victoria del 1-O. El esfuerzo que tenemos que hacer tiene que estar enfocado a renovar nuestras fuerzas políticas; las primarias en las municipales tienen un gran valor y creo que se tendrían que extender a todas partes donde haga falta, y opino también que las entidades como la ANC tienen que tener un papel más político que el que han tenido hasta ahora".
Todo eso no lo dice una hiperventilada con ganas de tocar las narices y desanimar a la tribu, ni una agente encubierta del CNI que carezca calor mediático, sino una consellera de aquel Govern que aprobó la independencia a la sordina y que la pretendió defender yéndose a casa groseramente, con la excusa de tener dolor de barriga, y más todavía lo dice la académica para quien la verdad nunca molesta por mucho que provoque escozor en la entrepierna y que ha pagado la durísima prenda del exilio para defender sus ideas, sin hacer el llorica ni llamar la atención más de la cuenta. Clara Ponsatí, Our Clara, ha dicho simplemente lo que todo el mundo con un mínimo de pesquis ha podido comprobar después del 1-O: a saber, que los líderes catalanes no tenían ni tienen ninguna intención de declarar la independencia de Catalunya. Ya sé que duele, amigos míos, sin embargo, como decían las abuelas en mi tiempo, si pica, cura.
Eso ya es cosa sabida y hay que insistir en ello muy poco, porque lo importante de lo que dice Clara es manifestar también como, hoy por hoy, los partidos indepes, lejos de convertirse en facilitadores de la independencia, se han convertido en su principal obstáculo. De hecho, uno de los pocos cambios interesantes de nuestro presente político resulta comprobar el alejamiento cada día más efectivo entre la viveza de la sociedad civil y el espíritu funcionarial de sus representantes legítimos. Fijaos lo contentos que están, todos juntos, desde el levantamiento del 155: han podido volver a la oficina, pasar la tarjetita cuando cogen un taxis y retornar compulsivamente a los espantosos restaurantes que pueblan los alrededores de la plaza Sant Jaume. Evidentemente, en los partidos hay de todo, también gente muy comprometida, y no quiero juzgar a lo bruto: pero no nos iría mal, de vez en cuando, ser un poco más resultadistas.
El partidismo es una derrota que sólo puede curar una revolución civil
Los partidos son un impedimento, digámoslo bien claro; y como afirma Ponsatí, el partidismo es una derrota que sólo puede curar una revolución civil. A los catalanes nos ha tocado una sobredosis de losas, por desgracia, porque cuando la historia nos pone la miel de la revolución en los labios primero hay que salvarse de los nuestros antes de encarar la lucha contra el enemigo. Somos así, lo ponemos todo un poco más complicado de la cuenta, pero ahora es demasiado tarde para renunciar a la deriva que nos manda la genética: afortunadamente, desde que manda Elisenda Paluzie, la cúpula de la ANC ha dejado de ser una ristra de sociovergentes reciclados que van al dictado del lugarteniente Artur Mas y la sociedad civil, a través de los imprescindibles CDR que se esparcen por todo el territorio, ya no se traga la parsimonia de sus líderes, mucho más interesados en hacer gobierno que en hacer la independencia ni aplicar el mandato del 1-O.
Hoy por hoy, la única prioridad de los políticos es pactar un indulto con Sánchez para devolver a los presos a casa. A cambio, ¿qué ofrecen al presidente español? Pues volver a la época en que los mismos independentistas consideraban la secesión imposible. La aparición de las primarias no sólo se impone por la exigencia de oxígeno que necesitan las cúpulas de los partidos, sino para que se haga un examen sincero, sin sentimentalismos ni amarillismo, de todos los errores e irresponsabilidades que nos han llevado donde estamos. Aire fresco, complejidad y confrontación de ideas; no se me ocurre ningún escenario mejor. Mientras los niños de los partidos vuelvan a vivir encantados de utilizar la Visa, los ciudadanos les recordaremos cómo se gana un sueldo. Eso es lo que ha recordado Clara que, contraviniendo la tónica general, ha dejado la política para ponerse a trabajar y a ganarse el sueldo como una ciudadana libre de Europa.
Releed a menudo las palabras de Our Clara. Son de lo mejor que hemos escuchado últimamente.