Ventrílocuo de Oriol Junqueras, el inefable Joan Tardà es el encargado oficial de irnos contando, vía Twitter, la canónica des este nuevo arte procesista popularmente conocido como eixamplar la base. El cónsul de Esquerra en Madrid (un diplomático de curioso rango, puesto que representa a la República cobrando todavía seis mil euracos mensuales del Reino de España) dice que “la fuerza del independentismo debe contribuir a hacer posible la construcción de un proceso popular e institucional de decisión que integre las diferentes opciones presentes en la sociedad catalana.” ¡Por su prosa los conoceréis, queridos lectores! Y yo que creía, hiperventilado de mí, que la fuerza del independentismo consistía en proclamar efectivamente la independencia, honorando al mandato del Parlament y el resultado del 1-O, así como en proteger las instituciones de la Generalitat que representan a la ciudadanía y tal y cual…
¡Pues no, señora, tenga la bondad de irse al carajo! Según la nueva prédica de can Lledoners, el independentismo debe construir la gran masía de quienquiera que pretenda determinar el futuro político de Catalunya en las urnas. A saber y en cristiano, uno debe convencer no solamente a los supporters de aquello que alguna vez llamamos dret a decidir, sino hasta los contrarios a la independencia, una gente que –a día de hoy– no quiere ver el referendo ni en pintura. Tardà lo aclara un poco: debemos ser “más fuertes para ganar la batalla del diálogo y la negociación de un referéndum que ofrezca una respuesta a las demandas de todos, las de los catalanes que aspiran a la independencia, la de los que prefieren un estado federal o de quien defienda la autonomía.” Para ir resumiendo, de ser un movimiento propositivo (implementar la República), el independentismo ha pasado a ser un colectivo de persuasión refrendaria.
La idea, querido Joan, podría ser buena, si no fuera por el pequeño detalle que hace cuatro años ya se propuso a un Congreso que la tumbó entre bostezos. De hecho, el plan sería todavía mejor si el electorado favorable a un referendo donde uno pudiera votar No (los comunes, básicamente) estuviera por la labor de presionar al gobierno de Sánchez con dicha exigencia para mantenerlo en el poder. ¿Pero si no lo habéis hecho vosotros, que sois indepes, qué no dejará de hacer un español de izquierdas? Ya que estamos en ello, Joan: ¿me podrías decir a cambio de qué investisteis a Sánchez como presidente? ¿Cuál fue, para hacer honor a tu prosa de manual de lavadora, el espacio de construcción que acordasteis con él? De hecho, Joan, la idea que propones ya sería de auténtico Premio Nobel si no fuera porque, oh my god, os comprometisteis a aplicar el resultado de un referéndum que se convocó en el Parlament.
Hoy por hoy, el gobierno español no tiene ni un solo incentivo que le lleve a pactar un referéndum. Preguntaos algo bien sencillo: ¿Por qué Sánchez debería de pactar una votación, cuando los propios convocantes del 1-0 no tuvieron la fuerza de aplicar el referéndum que ellos mismos convocaron y prometieron implementar? Todavía hay más, si es que tenéis tiempo y no preferís escudaros en el procesismo. ¿Por qué debería hacerlo, si ya tiene suficiente con ser alternativa al PP y a Ciudadanos para que Podemos, ERC i Convergència le paguen todas las fantas? ¿Por qué, si los independentistas le han regalado la investidura con un cheque en blanco? Y para acabar: ¿cómo puede el Govern negociar un referéndum si la propia administración catalana acató el 155 y mintió con la restitución de exiliados y presos, desproveyéndose así de toda su fuerza institucional?
Sé que las preguntas escuecen, porque plantean algo más que lamerse las heridas con el lacito amarillo. Hacéroslas, os lo pido. Tú también, Joan. Porque hacértelas quizás será el primer paso para dejar de tratar a la gente como si fuera gilipollas.