No volvía al Parlament desde la declaración de independencia del 27-O, una jornada que pasó rápidamente de ser histórica a tener la condición de simbólica o, en una versión todavía más edulcorada, política. Después de acatar el 155 y de postrarse a las elecciones de Rajoy, hoy en la cámara catalana se respiraba más bien un ambiente prehistórico. El atractivo del día, ver a Roger Torrent coronado como el Molt Honorable más joven que ha liderado nunca la cámara, y el segundo en hacerlo desde Girona: con el presidente compartimos la gracia de pertenecer a una buena cosecha, la de 1979, lo cual, aparte de obligarnos a lucir barba para parecer más maduros y de cantar de memoria la musiquilla inicial del Doctor Slump ("Ja està aquí, ja arriba Araleee. Tintitintitintintiiin, tiquitiquitintenteeen”, etcétera), nos hace compartir el extraño privilegio de ser una de las primeras generaciones educadas en democracia, con las consiguientes y escasas hipotecas del pasado y una tendencia natural a hablar claro, sin evasivas. Ironías de la existencia, porque el presidente que tendría que ser el más descarado y republicano empieza exhibiendo una retórica realista a la cual se acostumbrará muy pronto el independentismo: aparte de lamentar la ausencia de los encarcelados y de los líderes en el exilio, Torrent no puede evitar dejar entrever que esta legislatura de la preautonomía va sobre todo de recuperar las instituciones que enmarcan el autogobierno del 78. Poco antes había hablado Ernest Maragall, uno de los hipotéticos candidatos al trono, con un discurso mucho más encendido, muy propio del abuelo pasado de rosca que, en todo esto, se juega más bien poca cosa.
Este Parlament tiene muchas más ganas de restituir que de vivir jornadas históricas que acaban en repúblicas poco plausibles y en tribunales muy severos
Presidencias aparte, la fisonomía del hemiciclo llama la atención por sus escaños ausentes, un vacío de una fuerza simbólica extraordinaria pero que el independentismo todavía no sabe cómo llegará a conjugar. Por los pasillos del Parlament, la gente de ERC me va diciendo que todo el mundo es muy consciente de que eso de la investidura telemática será imposible. Hará falta, pues, muy pronto, saber cuál es el sustituto del Molt Honorable 130, que puede ser tan simbólico y delegado como se quiera, pero que será la persona que ocupe el despacho de president de la Generalitat en el Palau y quien firme todos los decretos que sean propios del cargo, si es que próximo president puede llegar a firmar alguna cosa que vaya más allá de la distribución de los árboles en el Pati dels Tarongers.
Esta es la tensión que vive hoy la cámara: hay diputados que todavía quieren hacer pervivir el valor simbólico de una presidencia en el exilio y otros que ya se afanan por saber cómo se administrará el día a día de los ciudadanos dentro del marco de la Constitución española. Algunos lo llaman realismo, yo lo llamo preautonomía. Este Parlament, sea como sea, tiene muchas más ganas de restituir que de vivir jornadas históricas que acaban en repúblicas poco plausibles y en tribunales muy severos. A partir de ahora, la judicatura española ha explicado muy bien cuáles serán los riesgos de la desobediencia: los diputados saben a qué se exponen y, si les coge el marramiau de la duda, España tiene cuatro rehenes en sus prisiones que le sirven de recordatorio.
No sólo estamos en la preautonomía, nos encontramos en el reino de la prehistoria. Bienvenidos a la era del ir pasando.