El folclore es un ámbito consubstancial de la política que permite degenerar los discursos para facilitar su tráfico y que posibilita pactar sobreentendidos sin excesivo espíritu crítico. Desde la no-aplicación del 1-O, la simbología de la resistencia y de lo folclórico se han apoderado del independentismo de una forma muy evidente, y lo demuestra el hecho nada menor que, en las manis, los ciudadanos ya no gritan Independència! para subsumirlo todo bajo la libertad de los presos políticos. El movimiento independentista, que tenía poco de nacionalismo y mucho de espíritu cívico, ha vuelto a virar a la vasca, imponiendo la bandera, el lazo, el martirologio continuo y el espíritu performático. Ello no es necesariamente malo, porque todas las luchas incluyen su fiebre iconográfica, pero la marea amarilla que inunda el país nos lleva a generar un espacio de olvido nada casual.
No es nada extraño, visto todo ello, que emerja cada vez más vandalismo y que se cuenten más incidentes contra los lazos amarillos y sus derivados en la calle. Contra la deformación de la política todo el mundo se atreve, porque el folclore llama a su contrario. Todos estos valientes y gallardos de Ciudadanos que ahora campan libres por Catalunya con ganas de limpiar sus calles de simbología amarilla nunca se hubieran atrevido a luchar de la misma guisa contra el 1-O y sus votantes. Ganas no les debía faltar, pero ante el referéndum de autodeterminación, los totalitarios lo fiaron todo a la bofia. Como se demostró sólo con medio día de resistencia, la policía española acabó huyendo de las calles. Contra los lacitos y el folclore inofensivo cualquiera es valiente, pero ante una movilización auto-determinativa, la cosa cambia y ni los más musculados tienen la huevera de ir por el mundo robando urnas.
En la confusión y las peleas, los estados siempre ganan, como así ha pasado siempre en Catalunya
En el fondo, al españolismo ya le va bien que la política catalana devenga una especie de crónica de sucesos donde acontezca a menudo algún altercado que sea noticia. Porque, en la confusión y las peleas, los estados siempre ganan, como así ha pasado siempre en Catalunya. A España sólo se le desencajó el rostro el día 1-O y en las jornadas posteriores a la votación, cuando Rajoy y los suyos vieron que ni la violencia podía ganar al anhelo (quien perdió y castró la iniciativa del pueblo fueron los políticos por los que lloráis cada día, dicho sea de paso). Contra el 1-O, ni los uniformados más alocados pudieron vencer. Ante este folclore mortuorio, hasta un militante de base de Ciutadans puede parecer un superhéroe de la neutralidad en el espacio público. Contra los lacitos, todo es más fácil. Se lo ponemos fácil, vaya. Y así, de paso, mientras uno batalla por lo amarillo, olvida todas las promesas y los engaños que os han colado.
En el fondo, como pasa siempre, bajo esta aparente lluvia de tensión, todo el mundo respira tranquilo. Y al final, mucho ruido, pero aquí no pasa nada de nada.