Una parte esencial de la civilización y de la política exige poder escarnecer en la intimidad los valores que profesas públicamente, sin que eso tenga que hacerte sentir repugnante. Por fortuna, los occidentales hemos aprendido a escoger (y a amar) a nuestros políticos pensando mucho más en el talento con que desplegarán su ideario que en el arte de manifestar una conducta ética ejemplar, célibe y pura. Solo faltaría que a los líderes no se les pudiera exigir un componente moral conforme a lo que predican, pero —afortunadamente, insisto— los seres del primer mundo sabemos muy bien que la política pide y quiere gente compleja, es decir, susceptible de contrariedades, ya que si tuviéramos solo gente de moral angélica, haríamos cónclaves y oposiciones en vez de elecciones. La doble moral, como sabe cualquier persona mínimamente leída, es uno de los mejores regalos que nos ha dado esto de prosperar.
Lapidar públicamente a Lluís Salvadó por una conversación privada, por un chat o por cualquier espacio que remita a un instante en que él ha optado por desinhibirse, es una salvajada mucho mayor que hacer una bromita racial y machista sobre lo resultonas que son las rumanas o relacionar el nobilísimo cargo de la Conselleria d'Educació con tener las "tetas grandes." A Lluís Salvadó, como servidor público, no le tenemos que escrutar la moral ni las manchas en el alma, sino que tenemos que evaluar la gestión (es aquí, hijos míos, donde otros audios sobre la no hacienda catalana me parecen mucho más relevantes que un chiste prescindible sobre tetas). Si alguien, desde el feminismo o cualquier otro ámbito, quiere escrutar la vida política de Salvadó, que lo haga con la crudeza que haga falta, pero meter la mano de esta forma tan grosera en una conversación es de gente poco imaginativa.
Los amigos, y las conversaciones con conocidos, son zonas de confort, ámbitos donde justamente y precisamente podemos frivolizar sobre lo que amamos y que, públicamente, nos dedicamos a fomentar de una forma completamente honesta
Yo tengo conversaciones en el whatsapp con amigas feministas (algunas de ellas, especialistas en el arte de ofenderse y de juzgar la recta moralidad de los líderes mundiales, dicho sea de paso) que las harían sonrojar públicamente, y estoy seguro de que eso pasa al revés con cosas que yo mismo he compartido en espacios privados. Los amigos, y las conversaciones con conocidos, son zonas de confort, ámbitos donde justamente y precisamente podemos frivolizar sobre lo que amamos y que, públicamente, nos dedicamos a fomentar de una forma completamente honesta. Somos mediterráneos, seres de una raza superior que permite escarnecer al muerto y a quien lo vela, y perder esta santa capacidad de poner entre paréntesis lo sagrado sería una tragedia. Las mujeres no serán más valoradas porque Salvadó dimita ni porque en su intimidad pueda resultar desagradable. Es cuando matas los chistes, que empieza la guerra.
Nada es casual, y los españoles han filtrado la conversación de Salvadó (insustancial de cara al sumario del 1-O) porque hay gente muy interesada en que Esquerra sea la cabeza de turco de todos los incumplimientos con que la política catalana ha sobresalido después del 1-O. Espero que Marta Rovira no caiga en esta carrera de moralina de tercera división y mantenga a Salvadó en el partido, y que si lo tiene que marginar sea porque considera que no estuvo a la altura en la preparación de la hacienda catalana. Y vosotros, salvadores de la moral, si queréis hablar de transparencia publicad en la red vuestras conversaciones, y así veremos lo honestos y éticos que sois en el país de los profesionales de la ofensa.