Después de autoproclamarse el Macron catalán –con la inestimable ayuda del editorialista Màrius Carol, que alabó a Santi Vila por su afán "de alejarse de corrupciones pasadas (y de otras más recientes)"– el actual conseller de Cultura de la Generalitat ha vuelto a abrazar la Convergència de toda la vida, el partido que se escuda en la ley sólo cuando ésta le proporciona el atajo para seguir trampeando, la agrupación del abuelo Miquel por la cual sobrevivir y rehuir los saqueos pretéritos es más importante que abrazar la armonía tranquila de la verdad. Estos últimos días ha trascendido que el Consorcio del Palau no presentará acusaciones contra Convergència por los 6,6 millones de euros que, según los peritos de Hacienda y un buen montón de testigos del juicio sobre el espolio, el partido obtuvo de forma ilegal a través de comisiones a la carta de Ferrovial.
Los votos del Govern en el patronato (ayudados por una sintomática ausencia del ministerio) quizás no afectarán a un proceso legal que, ya sea por la pericia del fiscal Sánchez Ulled o por la acusación particular, ya tiene los convergentes en el punto de mira. Pero habría sido una ocasión fantástica para que Santi y los moderados convergentes (smiley) pusieran los intereses de la Generalitat antes que su enfermiza partitocracia. Si Vila y los suyos votaron contra la acusación a Convergència sólo puede ser por dos motivos: o por desidia, confiando en que el asunto no levantaría mucha polvareda entre los socios de Esquerra y el universo comú, o a conciencia. En casa ya hace tiempo que nos afeitamos, y Vila ya sabía perfectamente que el presidente del patronato, por desgracia, resulta ser un individuo que tiene por nombre Carles Puigdemont i Casamajó, máximo responsable político y moral de las disposiciones que se dirimen.
Se manifiesta por enésima vez que eso de la renovación que ha llevado el nombre de Pedecat no es más que filfa
Con el voto negativo, Vila no sólo intenta alejar el foco corrupto de Convergència a la espera de la sentencia del caso Palau, para ganar tiempo, sino que mancha la imagen del presidente a quien dice ser tan fiel. Disquisiciones jurídicas aparte, el objetivo de inculpar Convergència era defender el Palau ante las acusaciones que se habían proclamado en un juicio. Vila vota en negativo porque quiere proteger un espacio, el convergente, cada vez más asfixiado. La pregunta oportuna sería dónde estaban Marta Pascal y David Bonvehí (candidato autonomista, etcétera) cuando el conseller tomó la decisión. Si Pascal cree que puede ventilar este asunto con una rueda de prensa, aduciendo que la estrategia de Vila había sido consensuada por el Govern, aparte de tomarnos por imbéciles, se manifiesta por enésima vez que eso de la renovación que ha llevado el nombre de Pedecat no es más que filfa.
Cada día se hace más evidente que Vila actúa con agenda propia, y que movimientos como éstos –que, insisto, manchan la credibilidad del actual Molt Honorable y de su gobierno– se destinan al objetivo de aislar Convergència de su pasado corrupto mientras se pretende el alehop de restaurar la imagen a través de un supuesto centrismo. A partir de ahora, en definitiva, se hace evidente que Santi es el más radical de los hipotéticos líderes pedecàtors, pues no hay nada más extremo que querer cambiar el estado de cosas a través de actuaciones políticas que dependen de ti. Pero Vila no está solo, ni es un producto que no viva en un contexto. Se alimenta de Artur Mas, que ya especula abiertamente con el hecho de que el referéndum de autodeterminación se convoque y no se haga, por falta de garantías o a causa de impedimentos físicos del Estado. En el mundo de las excusas, Santi prosperará bien tranquilo.
Cada vez que Artur Mas afirma que el referéndum se puede hacer, pero que hay que aplicarlo del brazo de Madrid y de Bruselas, a Santi le cae una lagrimita de felicidad
Nuestro Marcon, Santi, sobrevive no sólo por su inigualado cinismo, sino porque debajo tiene un recipiente que todavía exhibe los tics de la ambigüedad política. Cada vez que Artur Mas afirma que el referéndum se puede hacer, pero que hay que aplicarlo del brazo de Madrid y de Bruselas, a Santi le cae una lagrimita de felicidad. Puede parecer que no tenga nada que ver, pero el amor por los equilibrios que ha sustentado la vida convergente es exactamente la misma neblina que lleva nuestro conseller de Cultura a impedir que se investigue el partido en el caso Palau. Priorizando los intereses partidistas a la salud de una institución cultural, el conseller deja bien claro que le da igual el saqueo sistemático de una de las entidades bandera del país. Pensando más en Convergència que en el escarnio al que se ha sometido un equipamiento musical importantísimo, en definitiva, el conseller muestra sus prioridades.
Tenemos la suerte de vivir en un país donde ya no es noticia que al conseller del ramo no le pegue trabajar por la cultura. Pero, a partir de ahora, esperaríamos, cuando menos, que si alguien osa compararlo con Macron o un político similar, experimente un cierto enrojecimiento de mejillas. Y que no pare la música, que esto promete mucho.