Tengo veintiocho años. Nací en Barcelona pero he crecido en Rubí. Vivir allí me ha enseñado a entender el significado de las distancias y la diferencia entre el centro y la periferia: el poder del centro siempre se ve mejor desde fuera. Soy crítica literaria y librera. Acabo de publicar L’enveja dentro de la serie “Pecats capitals” de la editorial Fragmenta. En el perfil de Whatsapp tengo una foto donde se me ve en la terraza de un amigo mirando el móvil, de noche, en un ejercicio pretendidamente simpático de metaliteratura.
Define la cosa.
La envidia te empuja a desear sin conseguir y, justamente por este motivo, es un pecado que nunca se acaba. Si caes en su dinámica nunca podrás abandonarlo. Siempre te empuja más hacia abajo y siempre se vuelve más peligroso.
¿Qué la diferencia de otros pecados?
Los otros pecados son mucho más obvios: la pereza te lleva a vaguear, la gula a empacharte… pero la envidia es el pecado más secreto; siempre se hace a escondidas. De hecho, es el único pecado que ni un ojo atento puede detectar desde fuera. Cuando la envidia te ha tentado no hay ningún señal que te delate, y por tanto también resulta el más temible de todos, con mucha diferencia.
¿Cuándo la descubres?
Como todo el mundo, a través de la envidia infantil, con el deseo de querer alguna cosa que una hermana o prima tenía y que debía haber sido mía.
Le envidia empieza en la mirada. Rodoreda.
Todos los manuales y libros especializados sobre el tema de los pecados que tocan la envidia la acaban definiendo o asociándole a la idea de una “mirada torcida.” Como no existe una señal clara que nos indique cuando emerge, la envidia siempre se expresa a través de una forma desviada de mirar. Leyendo Mirall trencat comprobé como Rodoreda se refiere a menudo a los “ojos de japonesa” de Sofia Valldaura, una de las protagonistas del libro, cuando mira o piensa en su madre Teresa, una mujer bella y sofisticada que nunca le ha prestado demasiada atención a la niña. Después fui estudiando como la literatura de Rodoreda está llena de personajes que desvían la mirada de ellos mismos cuando se sitúan ante el espejo. La envidia nace justamente cuando te miras al espejo y lo que ves no te gusta. El inicio del pecado está en la mirada.
Por envidia siempre quieres que el otro caiga o en cualquier caso que empeore, esta es su esencia
A mí la envidia me ha servido para superarme, para escribir mejor.
La envidia sana no existe. Si es sana es admiración, y por tanto estaríamos hablando de otra cosa diferente. Porque la envidia de verdad no se puede triturar de forma alguna; es un pecado insalvable. Por envidia siempre quieres que el otro caiga o en cualquier caso que empeore, ésta es su esencia. Si tu, por ejemplo, tienes envidia de alguien que escribe bien o crees que te gustaría escribir como Eugeni d’Ors, en el fondo, sientes admiración, porque tu deseo de llegar a hacer eso que él hace no implica que le desees algo malo al pobre Eugeni, ni que quieras hundirle la vida.
La envidia disfrazada de celos. Proust.
Los celos remiten al terreno amoroso, mientras que la envidia tiene un espectro mucho más amplio. La Rochefoucauld lo explica muy bien. Los celos son triangulares: alguien está con una persona que querríamos a nuestro lado y por tanto estamos celosos de este alguien. La envidia es un deseo que elimina este triángulo porque tiene una dirección única, mucho más radical.
También envidiamos lo singular, aquello que rompe el orden de cosas que creíamos controlar. Faulkner.
Eso se ve perfectamente en el personaje de Eula Snopes en The Hamlet. Eula es una adolescente espléndida, casi una diosa, que revoluciona un pueblucho simplemente porque nadie concibe que ella pueda salir a la calle mostrándose tal como es. La genialidad de Faulkner es enseñarnos como las mujeres del pueblo no tienen forma de neutralizar el efecto de Eula para rebajarlo y curarse la conciencia. Lo escribe muy bien: “A las señoras del pueblo no les importa lo que ella haga o deje de hacer. Lo que nunca le podrán perdonar es como se hace mirar. Mejor dicho: la manera cómo la miran los hombres.” Nuevamente, los ojos. La reacción de la envidia, en este caso por parte de la feminidad, implica hacerle pagar a Eula su pura existencia.
Los buenos críticos literarios les gusta tanto y quieren tanto su objeto de estudio que nunca pueden tener envidia de los escritores
Has pasado de crítica literaria a autora. ¿Los críticos tienen envidia de los escritores?
Yo creo que esto es una tontería, muy extendida, pero una memez. No sé si se debe al resentimiento de algunos escritores con los críticos que les han reseñado injustamente, a su modo de ver. Porque no tiene ningún sentido; un crítico literario envidioso es un auténtico frustrado, porque a los buenos críticos literarios les gusta tanto y aman tanto a su objeto de estudio que no pueden tener envidia de los escritores. Es tan interesante ver cómo se construye la literatura, sus escenarios, y qué técnicas desarrollan los escritores para explicarse, que no tiene ningún sentido que los críticos les envidien.
Catalunya, país de envidiosos.
Es una idea que recorre la obra de Pla, cuando dice aquello de que la felicidad es la falta de envidia. A un nivel más profundo, Pla recuerda que el envidioso acaba sumido en la dispersión, porque desear lo que no podemos abarcar nos aleja de lo que queremos ser. Y sí, él dice que la envidia es el pecado más definitorio del país. En efecto, y aquí hablo por mi propia experiencia, subsiste una pulsión catalana por la envidia muy evidente. Robando una famosa idea nietzscheana, el concepto de “moral de esclavo”, en el libro explico como he visto a muchas personas renunciar a lo que querían ser justo en el primer minuto de partido, simplemente por el hecho de no meterse en problemas. Evidentemente, cuando esto se propaga el nivel general cae en picado en los ámbitos social y cultural. Este deseo de rebajar al otro y de rebajarte a ti mismo es muy propio de la envidia.
Es muy significativo el hecho de que cualquier persona que destaque en Catalunya sea automáticamente menospreciada
La tribu, devoradora de hombres.
Es muy significativo el hecho de que cualquier persona que destaque en Catalunya sea automáticamente menospreciada. La diferencia o la distinción son sistemáticamente atacadas. Siempre que alguien sobresale hay que castrarlo, y eso pasa aquí demasiado a menudo.
La envidia es eminentemente femenina.
A causa de la tradición y por motivos culturales, la envidia –que es un pecado de sangre fría, muy calculador, secreto y con un trasfondo de mucha mala leche– se ha tendido a asociar más al carácter femenino. Ello contrastaría con la tendencia de los hombres a mostrarlo todo a un nivel más exterior. Todo el mundo estaría de acuerdo, por ejemplo, en que la ira es un pecado más bien de señores. Es en ese sentido, en el hecho de autosilenciarte y de quedarte las cosas para dentro, que la envidia se asocia más a la feminidad. La calculación y el secretismo exigen una complejidad de sentimientos, ciertamente, que es más de mujeres.
¿Cómo se cura la envidia?
La clave para matar la envidia es transformarla en admiración. De esto hablo cuando en el libro estudio la figura de Eladi, el señorito de Mirall Trencat, uno de esos hombres envidiosos tan prototípicos del país a los que me refería cuando te comentaba aquello de rendirse antes de empezar a jugar. Eladi, como Sofia Valldaura, tiene principalmente el problema de no amar nada. Su madre, sin ser una mujer muy profunda, ama radicalmente algunas cosas: su hija no. Si tú quieres algo seriamente, porque toda la gente que vale la pena ama algo con toda la fuerza, acabarás encontrando antídotos contra la envidia. Donde hay voluntad, dedicación y admiración, la envidia se queda sin espacio.