El Tribunal Supremo de los enemigos ha acabado condenando a Joan Josep Nuet por desobediencia como al resto de la Mesa del Parlament que admitió a trámite la propuesta de ley del referéndum presentada en septiembre del 2017 por Junts pel Sou y la CUP. Durante el juicio de este mes pasado, fue divertidísimo ver al antiguo diputado de los sí-que-es-pot-en-comú afirmar desesperado ante las togas españolas que, como secretario tercero de la Mesa, se había pasado "dos años intentando impedir la independencia" y que había interpretado la Constitución española con cierto margen por aquello tan bonito de "hacer política". Y claro, como pasa siempre, no hay nada que haga más gracia a los rivales que admirarnos haciendo esfuerzos por doblegarnos todavía más, humillándonos hasta que haga falta y, si hace falta, lloriqueando como niños que han perdido el chupete. ¿El resultado? El de siempre; llorar sólo sirve para ampliar el castigo.
Si tenéis ganas y estómago, repasad la alocución del pobre Nuet ante el tribunal en la que recuerda a sus señorías que él nunca había sido independentista, que como mucho, y es estirar mucho, había sido un federalista de los asimétricos, de aquellos que quieren reformar la Constitución (¡¡¡que definió como "el vértice superior del Estado!!!), un discurso exculpatorio que acabó con el desdichado comunista equiparándose a un conductor de coche que atropella mortal y accidentalmente a un peatón que cruza en rojo el paso de cebra y pidiendo a los jueces que no lo condenen por asesino. Yo, de los magistrados del Supremo, no habría sabido si aguantarme las ganas de troncharme o bajar de la tarima del tercer poder para darle un abrazo de amor al pobre Nuet. Si le dejan un poco más de tiempo para explicarse, el actual miembro de Esquerra acaba diciendo que fichó por los republicanos afectado por el alcohol.
Esta es la gracia del procesismo: haber declarado ante un tribunal español te exonera de cualquier convicción política y te regala una carta de relativismo moral que ya la querrían los neoliberales más ardidos
Los catalanes somos aquel tipo de gente que no aprendemos nunca, que no entendemos que si hay alguna cosa que regale placer y excite a los amos es ver cómo nos hacemos los locos a la hora de sacar las convicciones a bailar la samba del cinismo para que nos castiguen un poco menos. De hecho, España se está mostrando bastante magnánima con unos políticos que, digan lo que digan, sacaban pecho en la desobediencia en 2017 pensando que el Estado les perdonaría todos los pecados y les acabaría tolerando los excesos con un pacto fiscal o un nuevo Estatut sin recortes. A Nuet lo han inhabilitado ocho meses y le han hecho pagar doce mil euracos, poco más de tres o cuatro meses del sueldo que los mismos españoles le pagan en el Congreso, una multa y una inhabilitación que pasará más rápidamente que un embarazo y que ERC compensará con alguna posición menor o con un encargo literario pagado por Ara Llibres.
De hecho, Nuet tiene un futuro asegurado en Esquerra, pues el nuestro es un país extraordinario donde un político puede afirmar que ha luchado contra la independencia "desde dentro" y, no obstante, seguir formando parte de un partido independentista. Porque cuando algún político es acusado de caer en contradicción o actuar por cinismo, ya se sabe, los apologetas de la buena gente dicen que todo eso se ha afirmado ante un tribunal y que toda estrategia de defensa es legítima. El argumento es extraordinario, pues explicita perfectamente que las convicciones han pasado a un terreno menor cuando se trata de hacer retórica. De hecho, si Junqueras y adláteres ya dijeron que aquello de octubre (el referéndum, quiero decir) era una cosa más bien declarativa y política, pues ya me dirás qué coño tienen que decir los pobres miembros de la Mesa del Parlament. ¡Si los líderes jugaban de farol, qué harán los expertos en eso de cambiar de chaqueta!
Nuet ha jugado la carta del español ejemplar y eso tampoco le impedirá presentarse a futuras elecciones haciendo de paje de la brigada del ir empujando y del si tú el estiras-fuerte-por-aquí como un pepito. Esta es la gracia del procesismo: haber declarado ante un tribunal español te exonera de cualquier convicción política y te regala una carta de relativismo moral que ya la querrían los neoliberales más ardidos. Tiene gracia, porque ante tanta montaña rusa de farsantes la judicatura española incluso se está permitiendo tener tanta magnanimidad como los electores catalanes y las élites de nuestra queridísima ineptocracia. Ahora que ha dicho haber luchado contra la independencia, no me extrañaría de que en ocho meses a Nuet le acabe tocando una conselleria hecha a medida dentro del Govern Aragonès. A nuestros reprimidos, ya se sabe, hay que tratarlos con el afecto que merecen. ¡Cuánta dignidad, Nuet!