Cuando hay reyerta en un partido político, la tentación morbosa de quedarse contemplando el primer plano de la esgrima y el zasca distrae del hecho de que incluso las regañinas más misérrimas suelen responder a categorías que superan los intereses ególatras. La crisis que ha sacudido el PP no responde únicamente al narcisismo castizo de las estrellas emergentes de la derecha madrileña, voraces de poder y ansiosas de acabar chupándole la poca sangre que le queda al moribundo Casado. Este barullo del conservadurismo español tiene lugar, nada casualmente, justo cuando Vladímir Putin está a punto de sellar la anexión unilateral de un estado soberano aparentemente protegido por la mayoría de democracias occidentales. Desde hace tiempo, en Ucrania no sólo se cuece una guerra (deportación y campos de refugiados los hay de hace lustros), sino que la resurrección de un tipo de liderazgo político nostálgico de la testosterona caliente de la Guerra Fría y de la exhibición más cruda del poder.
La derecha española cree haber encontrado en Díaz Ayuso una nueva versión cañí del Cid Campeador que responde a la misma energía putiniana. En efecto, la presidenta madrileña ha aprovechado muy bien la fatiga contra las restricciones covidianas estatales para idear un nuevo nacionalismo madrileño salpimentado de liberalismo de barra de bar que se puede digerir mucho mejor que los discursos abarrocados de Albert Rivera y el plomo de Pablo Iglesias. Sexualizada para atraer las bajas pasiones de los nuevos ricos madrileños, Ayuso está ganando la partida a Casado porque se adapta mejor a la economía que sueñan los factótums de la capital española, ansiosos de convertir Madrit en una especie de Las Vegas donde todo sea glamur de cartón piedra. Ya tiene gracia que, de tanto ponerse España en la boca, a Casado lo esté hundiendo una insurrección cantonalista y que los presidentes autonómicos de la derecha se parezcan cada día más a los convergentes de siempre. España se procesizará, ya os lo decía.
En un entorno en el que en España se ejercita el regionalismo y en un planeta en el que vuelve el personalismo político basado en el carisma, Pujol siempre ganará de calle y sin bajar del taxi
Pero las sincronías de esta brega del PP no acaban aquí. La resurrección del cantonalismo regional en España también coincidió con el retorno de Jordi Pujol a la esfera pública. Anteayer, la consellera de Acció Exterior, Victòria Alsina, tuvo la ocurrencia de inventarse una charla de antiguos Molt Honorables sobre la vocación europeísta de la tribu. Pues allí me lo teníais, fresco como una rosa, con noventa y un tacos y los trucos retóricos de siempre, la tos y la acrobacia. Tuvo bastante con un 10% de su genio político para jalarse con patatas al resto de desdichados comensales. Es del todo normal; en un entorno en el que en España se ejercita el regionalismo y en un planeta en el que vuelve el personalismo político basado en el carisma, Pujol siempre ganará de calle y sin bajar del taxi. ¡De las pestes que se habían llegado a decir de la momia! Y fíjate ahora, Artur con aquel bronceado tan hortera y el pobre Quim con su pancartita, todos haciéndose la foto. ¡Qué cosis tiene la vida!
Es una lástima que ni Pujol ni Alsina aprovecharan la ocasión para decir que la única forma de resistencia que Catalunya tiene que abrazar para sobrevivir dentro de una Europa en descomposición (y sin ejército) y con una administración norteamericana incapaz de hacer presión a Putin sea contrarrestar los tics ayusistas que poblarán el nuevo mundo que se acerca apostando todavía más por la autodeterminación del país. Entiendo que Pujol todavía tenga reservas sobre el asunto, porque él ha dedicado toda su vida a ser un español ejemplar. Pero sus herederos podrían hacer algo más que pasear a la momia y vivir de los despojos del autonomismo, pues si alguna cosa demuestra la bronca de la política peninsular es que España, por mucha Ayuso que ponga, todavía no ha conseguido borrar la fuerza y la memoria del 1-O. Si la respuesta a un Gobierno del PSOE (mantenido fielmente por ERC) es un producto como Ayuso, es que España està mucho más cerca del colapso de lo que parece.
Los convergentes creen que ha llegado la hora de restituir a la momia para que Catalunya vuelva al autonomismo encendido de Pujol y así tratar de sobrevivir a la nueva España que surgirá de la turbocapital madrileña. A mí ver cómo el antiguo president sobrevive a todos sus enterradores me sirve para pasar el rato, sólo faltaría; pero este desfile fantasmagórico y el espectro de una nueva España ayusista cada día me afianzan más en la autodeterminación. Y diría que no estoy solo, aunque le pese a la mayoría de la clase política independentista.