Entiendo perfectamente la pulsión de muchos conciudadanos para abstenerse, votar en blanco o decantarse por una formación pintoresca sin posibilidades de tener representación en las elecciones del 28-A. Visto que el incumplimiento sistemático de los programas electorales se ha convertido en una tradición ancestral del independentismo, cualquier sociedad regida por un mínimo de racionalidad debería castigar a sus responsables políticos negándoles el voto o intentando al menos urdir nuevas formaciones que regeneren el panorama indepe a través de una relación de mayor madurez entre líderes y ciudadanos. Todo ello sería oportuno, y en cierta forma ya ha empezado a emerger con iniciativas del tipo Primàries, pero olvida un punto fundamental: lejos de la racionalidad, la política catalana de nuestro presente sólo puede analizarse desde el delirio.
Hegel recuerda acertadamente que las etapas históricas sólo son comprensibles en su ocaso. Así con el procés, un tiempo histórico que lucha para salvarse de una existencia que ya es diarreica pero que ha tenido la innegable utilidad de hacernos ver como el catalanismo (a saber, la pretensión de afirmar una nación catalana libre dentro de la España constitucional) no sólo era una herramienta inservible para conseguir la independencia, sino que también será una filosofía inútil para gestionar esta era de neo-autonomía que nos disponemos a afrontar. Porque el delirio más grande que uno puede encara en política, así como en lo cotidiano, es pensar que se puede retornar al pasado con un alehop. Ésta es exactamente la posición de ERC, que del unilateralismo radical (155 monedas de plata) ha pasado a centrarse en el ámbito del pactismo con el PSOE.
La política catalana de nuestro presente sólo puede analizarse desde el delirio
Entiendo a los independentistas de corazón que acusan a Esquerra de cambiarse de chaqueta con desfachatez, de alienarnos la vida con la promesa de un referéndum que ellos mismo saben imposible, y todo ello solamente para devenir hegemónica en Catalunya, lo cual, pasado por la traductora, implica básicamente quedarse con las migajas (y las nóminas) del sistema autonómico. Esto es estrictamente cierto, y mis artículos se han referido al tema muchas veces, pero es por este motivo que debemos votar a ERC con toda la ilusión posible el próximo 28-A. La única aspiración que comparten los republicanos, hoy por hoy, es de ganar y poder devenir los interlocutores del catalanismo en Madrid, los nuevos Duran i Lleida. Así piensa Junqueras, que ha llegado a la conclusión de que sólo podrá ensanchar la base pactando un clima de paz con las élites pro-españolas.
Evidentemente, Esquerra la caga. Primero, porque las élites catalanas son más duras de camelar que los editorialistas de La Vanguardia y RAC1, a quien el amigo Sergi Sol masajea hace tiempo con gran inteligencia, y el país todavía vive encantadísimo con una sólida sociovergencia en la zona de comando: si Ernest Maragall es el mejor contacto que los republicanos tienen con la Catalunya rica, ya os podéis imaginar que la aventura tiene poco fuelle. Votando a Esquerra, se engordará esta ilusión de pacto con Madrid y el Upper Diagonal catalán. A su vez, con una gran representación en Madrid, ERC ingresará mucha pasta del Estado, nuestro Rufi podrá visitar restaurantes caros y el ego de los diputados republicanos no cabrá ni en La Castellana.
Créeme, querido conciudadano. La mejor forma de destruir a Esquerra y su pactismo horripilante y vetusto es votarlos en masa el próximo 28-A. Cuanto más fuertes sean, más comprables y botiflers serán en el futuro. Como más grasiento esté el cerdito más carne producirá. Muy pronto, cuando Esquerra se sitúe como falso centro de la política catalana y relatora con el Estado, serán sus propias bases quienes acabaran levantándose contra los oligarcas del partido, por mucho que estén en prisión y por mucha penita que den en los documentales de TV3. Votadlos, creedme, que pronto les pasará igual que a los convergentes. A estos, no os preocupéis, los acabaremos rematando al votar a Puigdemont en las europeas. No te desanime y profundiza en el delirio, amigo independentista. Esquerra el 28-A, Puigdemont en Europa y Graupera en Barcelona.
Votarles es destruirlos. Créeme.