La fatal genialidad de Jordi Pujol fue hacer creer a los catalanes que el Govern de la Generalitat era mucho más poderoso que la voluntad libre del pueblo de Catalunya. Así se explica, por ejemplo, que el antiguo Molt Honorable no quisiera reformar el estatuto legal de Catalunya dentro del Estado ni provocar el consecuente choque constitucional con España; a Pujol le era mucho más útil ser decisivo en el Congreso, amontonar una grandísima cantidad de poder local (ningún presidente más del país tendrá nunca tanta, ni en el caso de una República libre), y permitir que las élites corruptas se repartieran tranquilamente las escurriduras de la financiación autonómica. España y el autonomismo construyeron la figura de Pujol y no sólo para que lo hicieran español del año en la prensa madrileña (de derechas e izquierdas, según donde tocara el gordo de la investidura), sino –como recuerda a menudo Arcadi Espada- porque es Madrid quien esculpe la figura del president como un estadista de altura universal.
Pujol vio perfectamente como –en el marco de un estado autonomista– las regiones de España sólo podían dedicarse a hacer administración o nacionalismo. Lejos de ser un patriota excluyente, el Molt Honorable ciento veintiséis regaló una carta de identidad muy asequible a los catalanes (¿quién no querría vivir y trabajar aquí, o sentirse catalán?) mientras tejía la ilusión de un Govern regional que parecía el de un país libre. Por este motivo, Pujol podía aprobar perfectamente declaraciones de soberanía en el Parlament sin que el Constitucional abandonara ni un minuto su siesta, pues la cámara catalana, lejos de asociarse a la libre voluntad de los ciudadanos, era sólo el playground de los partidos de obediencia estatal. Si por alguna cosa hay que enmendar a Pujol, más allá del hipotético enriquecimiento de la familia y las chonis con las que fornicaban los hijos, es por haber pintado durante veintitrés años un sistema donde los catalanes se concebían como un todo ambicioso sin ningún poder decisorio.
Mientras tengas que escoger perversamente entre la libertad de los catalanes y su bienestar material inmediato, no lo dudes, estás rezando para que vuelva Pujol
Mientras el soberanismo catalán se aniquile en el marco del autonomismo, a saber, mientras la libre disposición de los catalanes para representarse como les dé la gana ante ellos mismos y del mundo sea subsidiaria del sistema legal español, el pujolismo todavía continuará vigente, por muchas manis y muchas inhabilitaciones de políticos que el Parlament presencie. Pujol mandará mientras el sistema a través del cual se alimentó la clase política continúe vigente, por mucho que enseñe las vergüenzas. Pujol mandará todavía mientras los convergentes más jóvenes todavía piensen que hacer el referéndum e implantar el resultado es algo que los perjudica. Si Pascal y Bonvehí quieren enterrar la herencia del pujolismo, más allá de hacer declaraciones reprobatorias de tres al cuarto sobre el abuelo, tendrían que defender la votación y obligar a sus diputados a firmar todas y cada una de las disposiciones al referéndum, desde la compra de urnas a la misma convocatoria con fecha y pregunta.
Mientras tengas que escoger perversamente entre la libertad de los catalanes y su bienestar material inmediato, no lo dudes, estás rezando para que vuelva Pujol, por mucho que ahora te mofes cuando lo ves deambular cuando sale de casa como un profeta desvalido y por muchos chistes que cuelgues en la red sobre la madre superiora del clan. Mientras pienses que un referéndum no se puede hacer por represiones ajenas cuando el único impedimento es tu miedo, deséngañate, todavía votas al chiquitín, por mucho que aproveches las mañanas en el bar para cagarte en él, ahora que no lo tienes en frente para decirte lo grande y libre que es tu Catalunya.